A muchos seres se les hace absolutamente necesaria la fama y como no es cuestión de levantar una hoja para encontrarla a disposición, algunos personajes la buscan con celo arriba de un escenario, otros estiman que la encontrarán vestidos de corto persiguiendo un huidizo balón de fútbol, los menos creen que se harán famosos caminando sobre una pasarela, los de allá juran que la conquistarán detrás de un micrófono, y los de mucho más allá, los más ilusos, sueñan que caerá como tenue lluvia sobre sus inspiradas obras literarias. Juanito la buscó de todas las formas posibles, quiso ser un gran jugador de fútbol, pero en este exigente medio querer no es poder y mediocre y arrepentido se subió a un cuadrilátero para trenzarse a chopazos con otros más avezados que él, que lo dejaron tan contundido que canalizó de inmediato sus aspiraciones por otro lado. Incursionó como cantautor, pero las silbatinas, los naranjazos y los nulos aplausos, le sugirieron que mejor estudiara baile. Craso error, sus pies planos lo imposibilitaban a danzar con elegancia y hasta el pato Donald lo habría hecho mucho mejor que él. En su aleatoria búsqueda se dedicó a modelar pero no era para nada fotogénico y mucho menos garboso, por lo que terminó como junior en una pequeña empresa. La fama sin embargo era para él una sirena que le entonaba tentadoras melodías en su confuso océano de aspiraciones destruidas. Los aplausos, los autógrafos, el reconocimiento, eran para el como un imán que lo impulsaba a no cejar en el intento. Entonces, por primera vez, dio en el clavo. Se quemó las pestañas estudiando durante ocho años, fue el primero de su curso y luego de muchas penurias, privaciones y desvelos, se recibió de abogado. La meta estaba por cumplirse. Han transcurrido varios años y ahora Juanito es Don Juan Oyarzún, Notario Público de la ciudad y todo el mundo, sin excepción, hace largas filas por conseguir su caligráfico, elegante, codiciado y valiosísimo autógrafo… |