A Sebastián, que por cierto era zurdo, le traía preocupado un problemilla con su mano derecha.
Todo empezó como una sensación de hormigueo en la punta de los dedos; que después se fue extendiendo a toda la mano.
Luego pasó a ser una sensación aun más extraña, la mano se le quedó como acartonada, sin apenas tacto, fue cuando se decidió a visitar al médico.
Una “parestesia por circulación deficitaria”, dijo el médico con autoridad una vez que Sebastián había descrito su problema… Le pondremos un tratamiento; nada de tabaco, nada de alcohol; tendremos que hacer unos análisis, un electro y una tomografía… Es que ya está usted en la edad de empezar a tener estos problemas… concluyó mientras le daba una palmada en la espalda.
Lejos de mejorar, la mano derecha de Sebastián, cada vez hacía una vida más independiente del resto del cuerpo; cuando por la mañana sonaba el despertador, ella seguía dormida hasta las tantas, cuando Sebastián intentaba dormir, la mano díscola no se estaba quieta; a duras penas le obedecía y estaba tomando la costumbre de hacer cosas que ni siquiera se le habían pasado por la cabeza…
A veces, mientras trabajaba, ella cogía una revista y se ponía a pasar las páginas; Sebastián intentaba no desconcentrarse, pero es muy difícil tener una mano independiente y poder estar atento a lo que estés haciendo con la otra.
Ni siquiera podía ver la tele, su mano rebelde se dedicaba a cambiar de canal continuamente. Y para comer tenía que atarla a la pata de la mesa, pues mientras pinchaba una patata frita con la izquierda, la derecha se dedicaba a llevarle hasta la boca cucharadas de yogurt…
Y también empezó a negarse a realizar acciones que seguramente, para una mano con tanta personalidad eran denigrantes, a Sebastián le era imposible hurgarse en la nariz u orinar usando la mano en cuestión.
En el supermercado el asunto empeoraba aún más, mientras él y su mano izquierda cogían el pan de molde, las cocacolas y el agua mineral, la derecha se dedicaba a poner en el carro botellas de cerveza, vinos caros y latas de sardinillas en aceite picante; eso cuando no se iba directamente hacia el trasero de alguna señora de buen ver... Además y por si fuera poco, a la maldita mano le dio por fumar, aceptaba los cigarrillos que le ofrecían, guardaba los mecheros en el bolsillo de Sebastián e intentaba por todos los medios ponerle un pitillo en la boca.
Siguieron más visitas al médico, pruebas de cervicales, scanners y hasta una Absorciometría de rayos x de energía dual … consultas al psicólogo, tratamiento psiquiátrico… “Síndrome de la mano extraña” concluyeron los doctores.
Pero la diestra siniestra de Sebastián seguía haciendo de las suyas, ya no le obedecía en absoluto; su mano empezó a firmar con la rúbrica de Sartre; necesitaba de alguien más para controlarla y tenía que llevarla casi siempre atada y en cabestrillo. Solo la liberaba a la hora de dormir; de dormir Sebastián, porque su mano nada de nada; se pasaba las noches haciendo crucigramas y trucos de magia con una baraja.
Perdió su trabajo; su novia le dejó, decía que parecía que la tocara un extraño...
Encontraron a Sebastián tumbado entre naipes en su cama, estrangulado. Dicen que tenía una expresión aterradora. Su mano derecha se encontraba colgando hasta el suelo y medio cerrada sobre un papel en el que alguien había escrito unas palabras.
"Sr. Juez, No aguanto más a este hombre, mi vida es un calvario, prefiero morir… pero me lo llevaré por delante."
La policía aún no se lo explica, las ventanas no habían sido forzadas y la casa estaba cerrada por dentro. |