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W. W. Respetuosamente a la Memoria del Maestro del Horror Oculto.

Permítanme, al comenzar el relato, tomar prestadas estas palabras de un genio desaparecido ya hace tiempo. Desde ya, con mi respeto. Permítanme entonces, como decía llamarme a mí mismo WW. Mi nombre, se comprenderá en bree, carece totalmente de importancia. Aparte, para cuando estas líneas lleguen a alguien (si es que eso sucede), supongo que ya no habitaré entre los mortales.
Estoy escribiendo en mi vieja PC, que conecté al cableado eléctrico de la calle con un método algo precario pero efectivo, aprendido hace ya mucho tiempo. Confío que la conexión se mantenga, al menos hasta concluir mi relato, que pasaré a un disket, marcado ww, el cual volverá a la caja que encontré a un costado, junto con por lo menos otros 20. Si llega a manos de algún sobreviviente, será casi por milagro.
De todas formas, me siento impulsado a escribirlo, aún gastando mis últimas horas
Tengo 29 años, y no veré el amanecer de mis 30, da igual, supongo. No queda mucho tiempo, la única lámpara útil que encontré está comenzando a parpadear, no sé cuanto durará la electricidad.
No es mi intención aburrir al hipotético lector con mi insípida vida. No soy escritor, por lo que espero se comprenda la falta de estilo, de todas formas, trataré de redactar lo más claramente posible.
Dada la naturaleza de los hechos que voy a contar, probablemente los mismos sean tomados como fantasías en el mejor de los casos, o productos de una mente trastornada.
Fue de público conocimiento, ya que la prensa se ocupó del caso extensamente, la aparición en los alrededores de T..., de cadáveres de animales, principalmente ganado con extrañas mutilaciones difíciles de explicar por causas “naturales”. El tema interesó a algunos investigadores científicos, tanto como a buscadores de eventos paranormales, por no hablar, lógicamente de las autoridades locales y la población.
T...es un pueblo que conoció sus mejores épocas en los años 20, con la llegada del ferrocarril, así como el establecimiento de grandes grupos de inmigrantes, atraídos por la posibilidad de obtención de tierras fiscales que el gobierno ofrecía y las “grandes oportunidades de progreso de una ciudad en constante desarrollo”.
A los primeros en llegar se les otorgó tierras (no tan fértiles ni extensas como rezaban los anuncios, pero con posibilidades de trabajo). Durante un tiempo, el pueblo creció. Siguiendo el diseño más o menos repetido, rodeando la plaza principal, en lo que sería el centro, a los edificios municipales y la iglesia ya existentes, se fueron agregando nuevas construcciones, se mejoró el trazado de las calles, se remodeló y agrandó la escuela. Lentamente, surgieron casas particulares, negocios, un cine y varios bares. La población se duplicó en menos de dos años, formando un centro urbano, no muy extenso, pero activo, rodeado de fincas la mayoría dedicadas al cultivo o la ganadería en pequeña escala.
En ese tiempo, la llegada de nuevos inmigrantes era un hecho casi constante. Todo esto contribuyó, como dije, al crecimiento sostenido del pueblo durante algunos años. La posibilidad de usar el tren facilitó el comercio y el acceso a la capital. Incluso, en el apogeo del crecimiento, se fundó un periódico local, y una radio. El pueblo, comenzó a pensarse como una ciudad. La expansión y el crecimiento sostenido experimentado hasta entonces, se detuvo en los 30, en parte, como consecuencia de la crisis financiera, y la imposibilidad de los pequeños productores locales de competir en el mercado con los grandes terratenientes.
Muchos quedaron arruinados y se vieron obligados a vender sus tierras y convertirse en peones o emigrar. Para los años 40, la mitad de las tierras eran propiedad de unos pocos hacendados, muchos de los cuales vivían en la capital, aunque algunos, prefirieron quedarse en las grandes casas que habían construido en el centro, por lo que todavía éste se mantuvo vital y activo unos años más.
Lentamente, al igual que otros muchos, el pueblo comenzó a decaer. La población que hacía rato, solo lograba mantenerse estable, empezó a disminuir. El progresivo éxodo de los jóvenes, al no encontrar posibilidades de inserción en el campo laboral, contribuyó a la declinación.
Luego de un breve período, durante el cual pareció revivir, seguido de la instalación de un par de establecimientos fabriles, que atrajeron nuevamente a los jóvenes con expectativas de progreso, finalmente, a comienzos de los 70, junto con el cierre de dos de las tres fábricas existentes, el proceso de declinación iniciado décadas antes, continuó. El pueblo que alguna vez se pensó ciudad, languideció en silencio. Acompañando el proceso de decadencia, el ferrocarril, disminuyó la frecuencia de viajes, hasta suspender por completo el servicio. Aislado de esta forma del mundo, T.. trató de mantener “algo” de lo que había sido, sobre todo, en la memoria de los más viejos. Aunque, su destino, como el de otros tantos pueblos del interior, estaba sellado.
Perdón si me extendí en la descripción de la historia de T..., sé que el tiempo apremia, pero no pude evitar contarla, tal vez porque no quede nadie interesado en hacerlo, o tan solo, como un recuerdo a mi abuelo, que solía contarme estas historias cuando era chico. Yo nací aquí, mis padres tenían un pequeño comercio. Al terminar la secundaria, fui a estudiar a otra provincia, y en realidad, no volví más que de visita, hasta el momento de los hechos que voy a narrar. Mi padre falleció hace siete años, y mi madre insistió en vender el comercio que poseían, a fin de que yo pudiera terminar mi carrera en forma desahogada, viviendo ella de su jubilación y una pensión de mi padre. Luego de recibirme, hace ya casi 5 años, insistí a mi madre para que viniera a vivir a R..., ciudad donde yo estaba instalada y trabajando. Cada vez que hice esta propuesta, obtuve de ella la misma respuesta, que ella estaba muy bien en T..., que tenía amigos, y mi padre sepultado allí.
En el momento, o, poco después de la aparición de los cadáveres, recibí una llamada de P, (un amigo, quien regresó a vivir al pueblo después de recibirse de veterinario, siguiendo los pasos de su padre). P y yo siempre nos mantuvimos en contacto, por lo que no me extrañó que me llamara para hablar de algo que parecía inquietarlo. También mi madre me mantenía “al tanto” de los extraños sucesos desarrollados en el pueblo. Aproveché una vacaciones que tenía pendientes para trasladarme a T....
Como dije, hace años el tren no llega a T.., pero tiene una parada en M.., un pueblo cercano, desde donde se toma un micro que sale dos veces al día, y en hora y media, de camino polvoriento, hace su entrada en T...En resumen, bastante soportable.
Después de ir a casa, dejar mi bolso, y prometer a mi madre mi pronto regreso, fui directamente a ver a P. Él y yo nos conocemos de “siempre”, compañeros desde el jardín de infantes hasta terminar el secundario, mientras cada uno estudiaba, nos veíamos esporádicamente, y nos hablábamos por TE (luego, con ele avance de la tecnología, por e mail), de modo que nunca perdimos contacto.
P es veterinario, desde hace tres años, ocupa el puesto en que trabajó su padre. Un poco más alto que yo, 1, 90cm, aspecto atlético, cabello castaño, ojos verdes, detrás de unos lentes redondos, tipo Lennon, siempre había sido un ganador con las chicas, a pesar de su timidez (o, tal vez, por ella).
Llevábamos sin vernos algo más de seis meses, no podía decir que viera un gran cambio, pero sí lo noté claramente ansioso.
P se había casado hacía tres años (asistí a la boda), con M, una compañera de facultad, y tenía una pareja de gemelos que debían rondar el año y medio. Sin embargo, cuando llegué a su casa, lo encontré solo. Me dijo que su mujer y sus hijos habían ido a visitar a su abuela en R...
Caía la tarde, luego de los saludos de rigor, pasamos a la cocina, y abrió un par de cervezas. Charlamos un rato de cosas intrascendentes, de nuestros respectivos trabajos. Pero P parecía cada vez más inquieto, como si mantuviera una lucha interior (al menos, eso me pareció). Al fin, hablé yo, - Che, que es toda esta historia de las vacas? -, dije, como restándole importancia. – Bueno, vos que sabés? -, me preguntó. – Todo, nada, lo que dice la TV, mi vieja... -.
Los macabros hallazgos habían comenzado un par de meses atrás. Primero, una vaca al costado de la ruta, dos días después, otra, en un campo a un kilómetro de distancia. Pertenecientes a distintos dueños, ambas estaban fuera de los terrenos de sus propietarios. Como era lógico, P había examinado los dos cadáveres. – Bueno, para empezar, no pude determinar de qué murieron -, dijo. Las mutilaciones había sido realizadas después de muertos los animales. En suma, nada claro. Primero se habló de alguna venganza. Hipótesis que hacía agua por los cuatro costados, no existía sospechoso, ni móvil, y – encima, - , aclaró P, -si siquiera podía asegurar que las hubieran matado -. Ahora, el sorprendido era yo, - Como? -. – Bueno, eran animales jóvenes y sanos, sin heridas a las que atribuirles la muerte... -. – Veneno? -, inquirí. – Sí, hice las pruebas que pude, de todos modos mandé muestras a otros laboratorios mejor equipados, pero hasta ahora, todos los resultados fueron negativos -. – De todas formas -, insistí, - está claro que alguien las mutiló, no? -. P asintió, parecía cada vez más nervioso, daba vueltas. De pronto, en un cambio que no dejó de sorprenderme, volvió a verse confiado y tranquilo, me invitó a comer el día siguiente. A pesar de su amabilidad, casi sentí que quería que me fuera.
Volví a la casa de mi madre, con cierta inquietud que no supe explicarme, tal vez solo cansancio por el viaje. Además de esperarme una excelente comida, encontré a mi madre con ganas de charlar, lo cual no era raro en absoluto. Aproveché para preguntarle su opinión sobre el tema de las vacas. Ella se explayó (agregando la opinión de sus amigas). Habían varios rumores dando vueltas en el pueblo, las que incluían hasta extraterrestres. Ella no descartaba esto último del todo, si bien se inclinaba por la versión de “sectas”, que realizaban extrañas ceremonias.
Debo reconocer que, a esas alturas, entre las hipótesis delirantes de extraterrestres, cultos secretos, y cosas por el estilo, estaba considerando seriamente acortar mi visita a T..., que amenazaba ser insalubre.
Lo único que me preocupaba era P, una persona racional hasta el aburrimiento, a quien había notado extrañamente alterado.
Si bien mi madre daba la impresión de hablar hasta por los codos, es una persona observadora, y yo sabía que podía mantener algo en reserva si se lo pedía. Le pregunté directamente por el matrimonio de P. Ella lo conoce desde que nació, además de ser amiga de su madre. (los padres de P, jubilados, viven a dos cuadras de su casa). Hasta donde ella sabía (para mí, información confiable), P y su mujer se llevaban bien, compartiendo trabajo y cuidado de los críos. No nadaban en la abundancia pero tenían un buen pasar. Tampoco le resultaba inusual que M, hubiera ido a visitar a su madre, cosa que hacía con frecuencia.
En resumidas cuentas, mi amigo estaba felizmente casado, no parecía tener problemas financieros, y según sus padres y mi madre, solo estaba un poco cansado por exceso de trabajo.
Habíamos quedado para vernos al día siguiente, de modo que fui a buscarlo, al viejo consultorio de su padre. Aproveché para dar una vuelta por el pueblo. Siempre me produjo una extraña sensación andar por esas calles que conocía de memoria. Sentía algo opresivo, un vago malestar sin explicación, jamás hubiera podido volver a vivir en T...
Sin embargo, mis recuerdos infantiles no eran desagradables en absoluto. Me crié en el pueblo, pero tenía amigos que vivían en el campo, por lo que con frecuencia, andábamos a caballo (no era mal jinete), o jugábamos en un río cercano.
Encontré a P de muy buen humor, estaba sentado en el viejo escritorio, leyendo varios informes. Excepto por unas manos de pintura, y el cambio de los gastados sillones de la sala de espera, no había hecho grandes cambios en el lugar.
Se levantó enseguida al verme entrar, vino hacia mí con paso firme, mirándome a los ojos y sonriendo. Sus ojos verdes, tras los cristales, trasmitían la sinceridad de su alegría por nuestro encuentro. Definitivamente, era el P que yo conocía, un claro contraste con el sujeto ansioso, de mirada esquiva de la noche anterior. Decidí no darle importancia, cualquiera puede tener un mal día, además, yo también me alegraba de encontrar a mi amigo. Propuso que almorzáramos en una cantina a pocas cuadras, con lo que estuve de acuerdo.
Ni durante el camino, ni mientras comíamos, mencionó el asunto del ganado muerto. Charlamos animadamente de cosas triviales. Finalmente, decidí sacar el tema, aunque con prudencia. – Todo el pueblo no habla de otra cosa -, dijo. Por un momento, creí notar algo de la ansiedad y molestia que claramente le había visto la otra noche, casi me arrepentí de haber iniciado aquella conversación. Pero, P, se repuso enseguida, y a modo de explicación, volvió a contarme su desconcierto frente a lo que pasaba, la presión de las autoridades para esclarecer el caso. A lo que había que sumar, periodistas y curiosas rondando todo el día.
Realmente, sus argumentos me parecieron absolutamente lógicos, y sus quejas atendibles. Le propuse cambiar de tema, lo que pareció agradecer sinceramente.
Durante el resto de la semana que permanecí en T..., nos vimos a diario, salimos a montar, comimos juntos, y disfrutamos una cerveza al atardecer. Sin comprenderlo del todo, no pude dejar de observar que, al comenzar a oscurecer, P se volvía, por momentos taciturno y callado, en tanto que en algunas ocasiones me pareció notarlo ansioso, aunque tratara de disimularlo. Pensé que, si algo lo preocupaba, teníamos la suficiente confianza como para hablar de eso cuando, y si él quería. Nunca dijo nada, y yo respeté su silencio. Solo una vez, mencionó que extrañaba a M y a los chicos, pero se apuró a agregar que volverían muy pronto.
Ahora, a la luz de lo que sé, puedo ver claro algunas cosas, pero entonces, casi nada parecía fuera de lo normal. Tengo curiosidad por saber, qué había averiguado P entonces, o mejor dicho, que lo detuvo en contarlo. No dejo de recordar, aquella tarde de mi llegada, en que lo encontré realmente perturbado, hasta el punto de temer por su salud. Y, la diferencia con el P del día siguiente, y en general, el resto del tiempo que compartimos.
Creo que, cuando me hizo la primer llamada, para “invitarme” al pueblo, su intención era discutir algunos aspectos del caso conmigo, o quizá necesitaba un amigo con quien compartir los resultados de la investigación que estaba realizando. Luego, “algo” lo hizo cambiar radicalmente de idea, quizá solo quería protegerme, quien sabe.
En esa semana, afortunadamente, no aparecieron más reses mutiladas. Si bien seguía siendo el tema de discusión casi absoluto entre los habitantes del pueblo, yo que disfrutaba de la compañía de P, sobre todo durante el día, que incluso, llegué a olvidarme por momentos, de todo lo relacionado con los morbosos sucesos.
Ahora, mientras escribo, solo, en medio de la noche más oscura, sin luna, me parece que estoy relatando hechos sucedidos un siglo atrás. Ojalá fuera así, pero aún no hace un año de aquellos primeros sucesos.
Por un segundo, al recordarlos, fui capaz de evocar las calles del pueblo, bajo el sol, casi como en mi infancia. Recién un ruido en la calle me sobresaltó terriblemente. No apagué la luz por miedo a poder volver a encenderla, pero me acerqué a la ventana, para mirar. Igual, tomé la precaución de cerrar todas las persianas. A través de una rendija, estuve vigilando un rato, no se ve un alma.
Al cabo de un rato, volví a terminar esto que empecé, traje conmigo un par de latas de paté y una botella de escocés casi llena, para reanimarme un poco. Abrí una de las latas, desearía tener pan o galletitas, o algo en qué untarlo, pero para no perder más tiempo, me lo comí directamente. Debo decir, que me causó gracia, el que alguien en mi situación se preocupe en untar pan, aunque, después de todo, a los condenados al menos les daban una última cena, supongo que decente, pero yo tendré que conformarme con lo que hay. Me serví un vaso de whiskey, tomé dos buenos tragos. Fue una buena idea, porque me hizo entrar en calor. El frío empezaba a entumecerme los dedos, lo que sumado a mis destrozados nervios, estaba volviendo más que penosa la tarea de teclear. También encontré una manta que me puse sobre los hombros, no me animo a encender el fuego, en la chimenea, por miedo a que el humo me haga “más visible”.
Bueno, como decía, en aquella semana, no sucedió nada en particular, excepto algo que entonces me pareció sin importancia, pero creo que no puedo dejar de mencionar.
Una tarde, entrando en casa, escuché a mamá y a la señora V, vecina, y amiga de hace años, hablando en voz baja en la cocina. Al preguntarles con aire inocente a quien le “estaban sacando el cuero”, las dos me miraron serias y cambiaron el tema, y el tono de voz. Más por aburrimiento que otra cosa, aquella noche pregunté a mi madre, de que hablaban, y porque cuchicheaban estando solas en la casa.
Mi madre hizo un comentario al pasar, intentando restarle importancia. Error, madre miente que se nota a la legua, lo cual, despertó mi curiosidad. – Bueno -, empezó a decir, y miró involuntariamente por la ventana, - vos sabés... -, había bajado el tono de voz. Estábamos solos en la cocina, los misterios me empezaban a cansar, - Mamá, por favor, no hay nadie, y dudo que haya micrófonos escondidos -, dije para tranquilizarla.
Ella se sentó, - vas a decir que es una pavada -, se atajó. – Dale vieja, contámelo y listo -, serví dos tazas de café, y me senté frente a ella, con la expresión más comprensiva que pude poner.
Tomó un trago, y volvió a empezar – Te acordás de aquellas historias que solía contar el abuelo -, hizo una pausa, yo asentí aunque no tenía idea donde quería llegar. Mi abuelo contaba toda clase de historias, desde relatos tradicionales, tomados de distintas mitologías, hasta creo, cuentos de su propia invención. – En particular -, continuó mi madre, - aquella sobre extrañas cosas, nunca aclaradas del todo, sucedidas en la granja F -, nueva pausa. Forcé mi memoria buscando el relato, pero no estaba muy seguro, - Sí, bueno, más o menos -, admití. Ella me lo relató resumido, para hacerme recordar.
Mi abuelo era un gran contador de historias, especialmente en las noches de invierno, rodeando el fuego. Pero, por alguna razón, ésta en particular, solía contarla con cierta reticencia, desde de pedidos insistentes, y, de él fue el primero que recuerdo haya dicho que, hay algunas cosas que convendría a la mayoría de la gente ignorar. Cuanta razón tenía.
Bueno, según su relato, siendo él joven, cuando aún llegaban, ya en menor número, algunos inmigrantes, entre ellos, hubo un grupo (todos suponían que eran parientes entre sí). Se instalaron en unos terrenos, donde construyeron la granja F. Desde su llegada despertaron la curiosidad del pueblo, nadie sabía su procedencia exacta, no mantenían relaciones con nadie, y solo iban al pueblo a realizar cosas indispensables (ej. algunas compras).
Unos meses después de la llegada de los mismos, aparecieron algunos animales muertos, (ganado, y algunos perros y gatos), con extrañas mutilaciones. Comenzaron a circular por el pueblo toda clase de rumores, y se levantaban sospechas que apuntaban directamente a los habitantes de la granja F. La idea que hacía responsables a estos extraños cobraba más y más fuerza, a pesar de no existir ningún indicio concreto que sustentara a la misma.
La situación realmente empeoró hasta salirse de control cuando desapareció un chico, hijo de un granjero. Aquello enfureció a la población, ahora totalmente convencida que esa gente era en verdad una secta de monstruos, y se dirigieron hacia la granja F como una turba medieval, dispuesta a un linchamiento. De milagro, el abuelo no contaba como, la cosa no terminó en una tragedia mayor. Nunca quedó claro si hubo algún muerto, pero la gente prendió fuego el establo y una parte de la casa. Según mi abuelo, los extranjeros se fueron abandonando lo que quedaba. A mí, siempre me pareció solo un cuento. Luego, las muertes de animales cesaron.
Mamá lo contaba seria, casi convencida. Cierto es, hice notar, que al otro día encontraron al chico perdido, sano y salvo. – Excepto, que no hablaba -, dijo ella. El chico tenía unos 4 años para entonces, según mis especulaciones racionales, existían muchas causas atribuibles a eso. – Nunca más volvió a decir una palabra, en los diez años que su familia continuó viviendo en el pueblo -, insistió. – Bueno, pasó un día y medio solo, perdido, en realidad, no sabemos si algo lo asustó, y no necesariamente nada macabro -, dije.
Mi madre suavizó su expresión, - Solo te lo conté porque preguntaste, no discutamos -, dijo conciliadora. Acepté.
Aunque honestamente no estaba dispuesto a prestar atención a semejantes cuentos, al día siguiente, fui andando hasta la granja F, o, lo que quedaba de ella. Cuando éramos chicos, teníamos prohibido acercarnos al lugar, lo que no evitaba que fuéramos con regularidad. El sitio estaba como en mis recuerdos, el casa principal aún mantenía en pie sus paredes, ennegrecidas y endebles, dentro, poca cosa que ver, algunos restos de muebles quemados, basura, telas de araña. De la escalera que subía a la planta superior habían sobrevivido, parte de la baranda y los escalones. Trepé con cuidado porque toda la estructura amenaza con venirse abajo. En ese piso, donde originalmente debía haber tres habitaciones y probablemente un baño, quedaba poco en pie. Un par de paredes separaban, en parte, los distintos sectores, donde aparte de tierra y un par de muebles rotos no había otra cosa. El techo mostraba signos de daño severo, incluso, en un sector faltaba por completo, permitiendo una visión directa del cielo.
Al salir de la casa, di una vuelta por los alrededores, además de pastos crecidos, y aspecto general de abandono, no encontré nada que me llamara la atención.
Ahora me pregunto si no debí dedicar un poco más de tiempo a observar con cuidado, pero claro, a posteriori, siempre es fácil “ver”, o imaginar lo que uno debiera haber hecho. La realidad es que, en aquel momento, dejé el lugar convencido que no había nada allí ni remotamente peligroso. Y, tal vez era así, en ese momento. En cualquier caso, no había huellas, y por el estado de abandono, era difícil suponer que alguien se hubiera acercado por ahí recientemente.
No le dije a mi madre sobre la excursión, supongo que para no preocuparla. Tampoco lo comenté con P, en parte, para no cargar a mi amigo nuevos problemas. Él intentaba descubrir como habían muertos los animales, y no quería estropear los momentos que pasamos juntos.
Después de una semana en T..., expliqué que debía volver a trabajar, y partí, luego de despedirme de P y de mamá, con los que me mantendría en contacto. Dejé el pueblo con cierta sensación de alivio, aunque con algunos sentimientos ambivalentes.
Tengo que descansar unos minutos, me comí la segunda lata y me he servido otro vaso de whiskey. El frío es cada vez más intenso. Hace un momento, la intensidad de la lámpara bajó bruscamente, creí que iba a apagarse pero, por suerte, la tensión ha vuelto a subir, aunque no sé por cuanto tiempo más.
Debo obligarme a seguir mi relato.
Como dije, dejé el pueblo con una mezcla de sentimientos encontrados, pero sinceramente no creí
que existiera ningún peligro real. Esto fue hace aproximadamente siete meses.
De vuelta en casa, me dediqué a mi trabajo, y aparte de escuchar las noticias por TV, y mis comunicaciones habituales con mi madre, fui tratando de alejar mi mente de T....Por otra parte, seguí manteniendo comunicaciones por e mail con P, como lo hicimos siempre. En ningún momento, él volvió a tocar el tema de los animales mutilados, ni sus investigaciones.
Después de un par de meses, los medios dejaron de hablar de aquel extraño fenómeno, sin aclarar nada. Tal vez, el fenómeno cesó por sí solo, quizá encontraron al responsable, o simplemente, la gente se aburrió del tema. En las charlas telefónicas con mi madre, evitaba preguntar directamente, y ella, por su lado, se limitaba a contarme trivialidades y preguntar sobre mis cosas, como había sido siempre.
Por esos días, cuando el tema había dejado de interesar a la prensa, y a todo el mundo en general, tropecé accidentalmente con un artículo reciente sobre la supervivencia de cultos arcaicos, en regiones alejadas del globo, y me llamó la atención algunas coincidencias sobre rituales. El autor del mismo era una reconocida figura del ambiente académico, no un periodista amarillista, lo que contribuyó a aumentar mi curiosidad. El personaje estaba dando una serie de conferencias, así que decidí ir a escucharlo. En realidad, debo decir que no escuché una palabra debido a que pasé toda la conferencia luchando conmigo mismo sobre la conveniencia de hablar con él y mi natural timidez.
Finalmente, al concluir la misma, movido por un impulso no común en mí, fui a hablarle. Tuve que esperar que el grupo que lo rodeaba, haciendo toda clase de preguntas se fuera dispersando. Además yo no quería que nadie escuchara mi conversación. Cuando, por fin se vio libre de los acosadores, recogió sus papeles dentro del maletín que llevaba y levantó la vista hacia la puerta, se sorprendió de verme parado y quieto en un costado, mirándolo, y tratando de dominar mis nervios. Me observó con curiosidad, y preguntó en forma amable, - Sí, te puedo ayudar en algo? -. Yo temblaba, me sentía un estúpido ahí parado, al fin logré decir: - Leí su artículo de ... -, él esperaba pacientemente. – Bueno, yo quería preguntarle ... -. – Sí, te escucho -, su voz seguía siendo amable. – Mirá, voy a comer algo enfrente, querés venir? -, dijo por fin.
Lo seguí, cada vez más nervioso. Sin embargo, me agradó su sencillez (el tipo es un capo en su campo, algo sobre antropología comparada). Nos sentamos, pidió una milanesa a caballo, y al ver que yo seguía mudo, agregó, dos entonces, y una cerveza. – Bueno, listo la comida -, dijo, - tenías una pregunta, o solo tratabas de conseguir una cena gratis -, rió de su chiste, no sé porque yo me aflojé y reí también. – No, Dr., mire, es que -, me interrumpió el mozo con nuestras ordenes. El profesor miró su plato con evidente satisfacción, y luego volvió a mirarme – Disculpame, es que yo con la comida -, sonrió, - te escucho -.
Por insólito que parezca, cené con é, y le conté los acontecimientos del pueblo. Él me escuchaba, luego dijo – Bueno, realmente, yo no he tenido experiencias personales en pueblos de Buenos Aires, lo cual, no lo descarta en absoluto -. – Pero, esos cultos -, había estado leyendo sobre ellos, - Dr., no cree que gran parte parecen sacados de cuentos de ciencia ficción? -, me atreví a decir. – Uh, hay más cosas... -, empezó. No sé como se me dio por interrumpirlo – “There are more things... –cité. Él me miró sonriente, - Aunque te parezca mentira -, dijo. Me quedé callado, luego – Entonces, Ud cree... -, pregunté. – Yo no creo nada, muchacho, más bien guardo una saludable duda -, hizo una imperceptible seña al camarero que trajo más cerveza, me miró – Te gusta el flan? -. Asentí, - Dos, entonces, por favor -.
Yo quería seguir preguntando, - Y, lo que le conté... -. Pareció pensarlo unos minutos – Mirá, la supervivencia de muchos cultos y rituales es un hecho, al menos en algunas regiones del planeta -, nueva pausa para dedicar una mirada al postre. Realmente, se veía muy bien. Continuó – A veces, por otro lado, se inventa algo como un juego... -, no sé porqué volví a interrumpirlo – Como en “El péndulo... -. Él sonreía, - Pongamos, mucha literatura... -, me puse colorado. – No, yo... -, tartamudeé. – Si te vas a disculparse por leer, la conversación muere aquí -, dijo.
Habíamos terminado de cenar, hice un intento de pagar, pero me detuvo, - Tengo cuenta corriente -, me guiñó un ojo. – Tomá -, me entregó un libro forrado en cuero, - me tengo que ir, ya nos veremos -. – Y mi pregunta, Ud. que... -. – Vos ya tenés las respuestas -, fue lo último que dijo antes de subir al taxi que lo esperaba.
Me quedé parado en el medio de la calle, pensando si había sido un sueño, pero tenía el libro. Volví a casa, y solo entonces, observé con cuidado el tesoro que sostenía. Era un libro, de una edición limitada 30 volúmenes, impreso hacía 30 años, que resumía más o menos, mitos, y leyendas antiguas, como bosquejos de religiones olvidadas, así como su vigencia, entre grupos de “iniciados”, con algunas implicancias, si se quiere, bastante escalofriantes.
Lamento no haber tenido más tiempo para charlar con el Dr. R, pero así son las cosas. Ahora, mientras me bebo el tercer vaso de escocés, y al mismo tiempo me asombro de mi completa lucidez, parece que la tensión baja otra vez. Me estoy congelando, pronto no tendrá ninguna importancia.
Durante un tiempo, leí ésta y otros libros sobre temas similares, pero más como ejercicio literario que otra cosa. En ese tiempo jamás se me ocurrió pensar, a pesar de habérselo sugerido al Dr. En nuestra charla, que nada de eso pudiera ser real.
Como dije, en estos casi siete meses, había comenzado a olvidar todo el incidente. Hasta hace cuatro días, en que recibí un llamado de P. Me sorprendió porque en general nos comunicábamos por mail, pero alguna vez nos hablamos por TE. En fin, el asunto fue que lo noté realmente nervioso, incluso bajaba el tono de voz como si alguien pudiera oírlo. Hablaba de forma casi incomprensible, entre la aceleración de su discurso y que el mismo por momentos se volvía casi un susurro, me fue imposible entender ni la mitad de lo que decía.
Lo único que entendí era que mi amigo me necesitaba, así que le propuse trasladarme a T...lo antes que me fuera posible. Después de cortar, pensé en llamar a mi madre, pero lo descarté, porque no creí que pudiera agregar más detalles y no quería preocuparla.
Al día siguiente, antes de salir, le dejé un mensaje en el contestador, diciendo que pasaría unos días por el pueblo. Solo llevé lo indispensable porque realmente no pensaba quedarme más de lo necesario.
Mi charla con P, me había convencido que mi amigo sufría alguna clase de crisis nerviosa, aunque no me quedaba claro a qué atribuirla.
Cuando llegué a T..., fui directamente a la casa de mi amigo, esperaba encontrarlo algo alterado, pero realmente me sorprendí al verlo. Abrió la puerta antes que llegara a tocar el timbre, y la cerró tras de mí con llave. Estaba muy ansioso, aún así, me pareció que se alegró al verme. La casa mostraba un desorden no habitual en él. Lo seguí hasta la cocina donde abrió un par de cervezas, noté que le temblaban las manos, tenía el pelo revuelto y una barba de dos días. Nada normal en P, a quien siempre vi peinado y afeitado, su camisa daba muestras que llevaba puesta más de un día.
Tomé mi cerveza y esperé a que él empezara a hablar. Se disculpó por el desorden y me preguntó como andaban mis cosas. Ya era el colmo. Hablé yo, tratando de cuidar las palabras – Bueno, ayer, tu llamada... -.
Parecía distraído, el más mínimo ruido lo sobresaltaba – Sí... -, empezó a decir, - es que no sé, por ah
pensas... -. – No puedo pensar nada si no me explicás bien, dale, flaco, nos conocemos de toda la vida -, solté. Después de todo él me había llamado, pera una pregunta lógica. Pareció pensarlo unos minutos, mientras se paseaba inquieto por la cocina, comenzaba a alterarme a mí. Finalmente se dejó caer en una silla y me miró. Por primera vez reparé en sus ojos, alrededor del verde intenso de su iris, se veían enrojecidos y con ojeras. Me miró un rato, después dijo – Que sabés de * * *? -. Nombró uno de los cultos arcaicos sobre los que yo había leído. Como un alumno aplicado que estudió la lección, le resumí más o menos de qué se trataba. Me miró sorprendido, no esperaba esa respuesta, supongo. – Bueno, ya que estás al tanto... -, lo interrumpí, - Al tanto de qué? -, francamente cada vez entendía menos. – Me preguntaste por una antigua religión, o culto, o, como quieras, perdida en la noche de los tiempos -, ya me había agarrado la veta poética.
Me miró más desconcertado, repetí mi pregunta – Al tanto de qué? -. Después de dar un par de vueltas, fue al living y volvió con una carpeta. – Desconocía tus conocimientos en esas áreas -, dijo. – Yo también hasta no hace mucho, pero eso es otra historia, te escucho -.
Abrió la carpeta, me pareció que contenía informes, pero esperé. – No hace falta que te recuerde el episodio del ganado mutilado, no? -. – No, por ahora recuerdo algo -, traté de sonar gracioso, - pero eso terminó -, dije.
- En principio, sí -, hizo una pausa, - luego, hace unas tres semanas, empezaron de nuevo -. – Empezaron, otra vez, las reses muertas sin explicación y mutiladas? -, pregunté. – Sí, pero no solo reses -, respondió. Lo miré esperando que aclarara la idea. Siguió – Hubo un perro también, un par de gatos y unos conejos -, terminó la idea. – Entonces? -, volví a preguntar.
P se paseaba por la cocina, fue a la heladera y trajo dos cervezas frías. – Recordás el cuento que contaba tu abuelo? -. Esta vez no hubo necesidad de aclarar a cual se refería. – Sí, pero aceptando las coincidencias, eso pasó hace muchos años y nunca le probaron nada a esa gente -.
Mi amigo se volvió a sentar, parecía haber envejecido 10 años. – Que sabés exactamente del culto *? -, preguntó. Busqué en mi memoria, había leído tanto sobre diversas religiones y sectas que francamente, se me mezclaban. Probé una – Adoraban una especie de demonios, o algo similar, que los poseía, en rituales al aire libre, estoy en lo correcto? -. – Más o menos, sí -. – Pero, no entiendo como se relaciona, les hacían sacrificios, supongo... -. P asintió.
Fui a buscar uno de los libros que había traído conmigo. Lo repasé buscando el culto en cuestión. Acá está, leí en voz alta – “...celebraban en el bosque, donde eran poseídos por espíritus menores, a quienes hacían sacrificios...” -, levanté la cabeza hacia P, - no parece nada del otro mundo -, dije. - Seguí leyendo -.
Continué hasta... –“... todo en espera de Kjghj, el mayor, [...], cuando por fin se completa el ritual, baja para poseer a la sacerdotisa principal...” -, me volví a interrumpir. – Dale -, insistió P. – “...esto se lleva a cabo el último día de los ritos [...], al finalizar el ciclo, cada 70 años...” -. Sentí un escalofrío. Miré a P como si lo viera por primera vez, - Vos pensas... -. Él, que había vuelto a caminar en círculos, se dejó caer en una silla, - No es solo lo que pienso... -. – Pero esa gente se fue hace años -, protesté en tono infantil.
P me alcanzó algunos papeles. – Ese “culto” tiene siglos, existe hoy -. – No es posible -, insistí. Miré los papeles que me había dado. Entre ellos, algo que podría considerarse una investigación hecha hace años. – Hay algunos nombres de los nuevos iniciados en la secta -, dijo. Miré la lista de reojo, había un par de nombres conocidos, - Pero la mayoría de estos tipos están muertos -, dije con alivio.
Muertos, pensé, pero a la vez la confirmación que respetables miembros de la comunidad de T... habían pertenecido a ese culto.
Al rato, miré a P, -Que hacemos? -. – Los estuve siguiendo varios días, se reúnen atrás de lo que queda de la granja F -, murmuró. – Quienes son? -, pregunté casi con temor. – No estoy seguro, no pude verlos de cerca, no confío en nadie -, terminó P, - además tengo terror que me descubran -, otra vez hablaba casi en un susurro. – Lograste ver algo? -, pregunté.
Las manos de P temblaban mientras destapaba otra cerveza. – Casi nada, no me animé a acercarme lo suficiente -, contestó, - solo oí algo como cantos o invocaciones, no entendí nada -.
De pronto, el mundo en donde vivimos casi 30 años se derrumbaba. Me di cuenta lo asustado que estaba, me temblaban las manos. Mi mente racional se negaba a aceptar que personas, muchas de las cuales seguro conocía desde mi infancia, se dedicaran a practicar un aquelarre, para “despertar” a un demonio dormido de 1000 años de antigüedad.
No sé porque recordé al chico perdido, - Vos crees que entre los sacrificios... -, tragué saliva, - haya humanos...chicos... -. P se quedó pensando un minuto, - Ah, vos preguntas por aquel pibe? -, dijo al final, - no, hasta donde sé, eso fue un accidente que no tuvo nada que ver -, agregó, - además apareció bien, no? -. – Pero no volvió a hablar -, dije yo. – Andá a saber que vio -, contestó P.
Mi cabeza daba vueltas sin parar, pero había que ordenarse, - Se juntan todas las noches? -, pregunté con cierta inquietud, ya había oscurecido. – No, no todas, pero en dos noches hay luna llena... -, no terminó. – Supongo que entonces hay que esperar -. No estaba muy seguro esperar qué, pero P asintió.
Eso fue hace dos noches. Decidimos no separarnos, por lo que yo me quedé en su casa. Además, al turnarnos para hacer guardias, ambos podríamos descansar al menos unas horas.
Me ofrecí a hacer el primer turno, P se veía agotado. Igual, no quiso ir a su habitación, y se tiró vestido en el sofá. Durmió intranquilo, agitándose, murmurando cosas como si volara de fiebre. A la mañana siguiente, no tenía mejor aspecto. Pasamos el día dentro de la casa, pero éramos incapaces de hacer nada productivo. Cuando fue mi turno de dormir, fui víctima del insomnio y luego de toda clase de terribles pesadillas. Tratamos aunque sea de descansar durante el día, y nos obligamos a comer algo para mantener las fuerzas.
Ha llegado el momento de contar el final de la historia. Historia que hubiera preferido no tener que contar, pero, sobre todo ignorando la suerte corrida por P, siento la obligación de terminar el relato.
La tensión volvió a bajar, y se normalizó sola, desconozco el motivo. La temperatura sigue bajando, parece que estuviera en un freezer.
Pero no me quiero distraer, esta noche, cuando oscureció, salimos como lo habíamos convenido. Cada uno llevaba una linterna pero esperábamos no tener que usarla.
Caminamos bordeando el pueblo, evitando las calles principales. Es una noche despejada, pero todavía la luna estaba baja. De golpe, escuchamos algunos pasos atrás nuestro, pero a cierta distancia. Nos escondimos detrás de unos árboles, justo enfrente al camino de entrada a la granja F.
Los sonidos se hicieron más fuertes, era evidente que venían hacia nuestro lado. Me acurruqué temblando al lado de P, y esperamos.
La espera no fue larga. Entre los árboles y pastos que nos cubrían, vimos pasar a un grupo de entre 20 y 30 personas, con capas de color claro, llevaban solo un farol por lo que desde donde estábamos no pudimos reconocerlos a todos, aunque si a un par de vecinos.
Los dejamos que entraran en el terreno de la granja, la cual bordearon dirigiéndose al campo justo detrás. Cuando estuvieron fuera de nuestro campo visual, salimos del escondite y nos ubicamos tras una de las paredes de la granja, desde donde podíamos ver.
Reunidos en círculo, alrededor del farol, aquellas figuras encapuchadas parecían más grotescas que peligrosas en un principio. Dijeron unas palabras incomprensibles, y comenzaron a balancearse, primero lento y después aumentando gradualmente la velocidad, mientras, dos o tres, entonaban una especie de “canción” (o plegaria?), en un tono monótono. Supuse que no tardarían en entrar en trance.
Lo que sucedió a continuación entra en el campo de cualquier especulación. Yo no tengo respuestas. Me voy a limitar a relatar lo que vi.
Surgida no sé de donde, una especie de niebla comenzó a cubrir el lugar, al mismo tiempo, fueron depositadas las ofrendas, los animales mutilados (partes de ellos) en distintos estados de descomposición. De entre los que seguían balanceándose, un par cayeron al suelo de rodillas sin dejar de decir aquel conjunto de palabras incomprensibles. Algunos tomaron pedazos de la canasta (el hedor era tan fuerte que llegaba hasta nosotros, petrificados de espanto), y comenzaron a comerlos.
La niebla se iba volviendo más espesa, dificultándonos en parte (por suerte, debería agregar), la visión, mientras el volumen de aquella letanía se incrementaba. No sé cuanto tiempo duró pero en algún momento, tuve la impresión de que la ceremonia estaba llegando al punto culminante. Entre la densa niebla, la que supuse era la sacerdotisa principal, ocupó el centro de la escena. Entonces miré a P, estaba muy pálido, me hizo una seña para que nos fuéramos, después de todo, ya habíamos visto suficiente. Sin embargo, y a pesar de encontrarme profundamente asqueado, no podía dejar de mirar aquella abominación. P se apoyó contra una viga que cedió produciendo un crujido. Un par de los encapuchados más cercanos lo oyeron y se dirigieron hacia donde nos ocultábamos. A partir de aquí, solo recuerdo que ambos emprendimos una loca carrera para ponernos a salvo. Según lo habíamos decidido antes, en ese caso, cada uno tomaría una dirección opuesta, hasta alcanzar un lugar seguro. En el camino principal, P giró hacia un lado y yo hacia el otro. Podía escuchar a nuestros perseguidores de cerca. Corrí sin detenerme hasta el asa de P. Él no había llegado. Luego, continué mi carrera hasta entrar en mi vieja casa. Permanecí un largo rato oyendo solo el retumbar frenético de mi corazón. Cuando creí que no había rastros de nuestros perseguidores, empecé a redactar este informe. He decidido tratar de averiguar que pasó con P, por lo que voy a ocultarme hasta que se haga de día (si es que lo logro). Además de esta copia, si puedo, haré dos más, una para el Dr. R. Falta poco para que amanezca, tal vez logre mantenerme a salvo, sino, espero que esto sobreviva como testimonio.
De todas formas, hay algo de lo que no puedo escapar. Al comenzar nuestro frenético escape, no pude evitar mirar por última vez esa monstruosidad. La sacerdotisa estaba ya en el centro de la ronda, tiemblo al recordarlo, la imagen duró un segundo, pero me perseguirá mientras viva, en el medio de la bruma, giró su cabeza hacia mi lado, y vi, por una fracción de segundo, bajo la capucha, la cara de mi madre.



“...no está muerto lo que yace eternamente
Y con el paso de eones, aún la muerte puede morir.”
Howard Philiph Lovecraft.

Texto agregado el 10-10-2003, y leído por 620 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
05-07-2004 Con brotes de Bryce echenique nos haces una entrega de un texto bueno. Toda critica debe ser aceptada de buena gana pienso yo, se da a todo nivel. Borarje menciona unos puntos que tal vez deberian ser considerados. Que no nos tiemble la muñeca al usar la tijera. Saludos y felicitaciones. Agustin. salvatiere
18-10-2003 Sin pretender hacer una crítica, sino un simple comentario, me parece una buena entrada, atrapa la atención e invita a seguir, pero después se pierde la continuidad, creo que ganaría mucho en agilidad quitando mucha descripción que no tiene relacion directa. Interesante final... Gracias por invitarme a leerlo. Borarje
11-10-2003 Excelete relato. A pesar de su extención mantiene el interés en cada párrafo. El final es sorprendente y escalofriante. Felicidades pedromarca
 
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