Después de cincuenta años de
maldiciones por la pacatería de
la provincia locombiana, el papá
del Dr. Mortis se ganó el primer
super-gordo de la lotería que pa-
gó billete completo a un solo ga-
nador y apenas tuvo la plata en
el banco puso pies en polvorosa
rumbo a Oslo en busca de una
sociedad más civilizada.
Ni siquiera la pasión otoñal por
una vikinga de dos metros de
huesos, vellos dorados y cuarenta
grados de calentura bastó
para calmarle la angustia y el
desasosiego que le hicieron
regresar, medio muerto de la
nostalgia, a su finca de La Buitrera
a sentarse junto a la piedra de
Ustariz a contemplar el atardecer.
Era la sed de arreboles anaranjados
y el ansia de sol que según el
diagnóstico del Doctor Gandelman
le estaban alcalinizando el alma a
punta de añoranzas vespertinas y
de grisacidades de mediodías color
cobalto, brumosos, fantasmagóricos,
que se magnificaban a través de un
tiempo decrépito y con muletas. El
tiempo de Calvino, de Zwinglio, del
Conde Tostig y de Harald Hardrada.
El tiempo de Europa que como en un
carrusel de vértigos vió pasar, con
los ojos desorbitados y el alma en
zarabanda, a Magallanes y Federmán,
navegando los ríos inconcebibles del
Nuevo Mundo y a Pizarro, enloquecido
en un miasma de ambiciones
inagotables en pos del epicentro de
un laberinto legendario e inalcanzable
llamado "El Dorado".
Ahí murió, once años más tarde, de-
jándole a la vikinga una parcela de
paraíso a orillas de La Batea, un río
de aguas frescas y cristalinas sobre
un lecho generoso de piedrecillas
azulinas, blancas y rojinegras que
parecen esmaltadas por la mano
de Dios, y al Dr. Mortis dos medio
hermanos rubios como la pelusa del
choclo viejo y con el corazón duro
y frío como el mundo de donde
provenían los genes que mataron por
congelamiento la alegría y la jovialidad
del espíritu tropical.
La vikinga, que repartió entre los cam-
pesinos pobres la tierra que le sobraba,
murió despedaza a machete por un pelo-
tón de egresados de la Escuela de las
Américas de John Kennedy, defensores
de la democracia y la patria en lucha
sin cuartel contra las reformas agrarias
del comunismo y los vikinguitos se
fueron con su millón de dólares a Oslo
en busca de una sociedad más civilizada. |