He visto las costas ascender;
El témpano y las ondas de un inmemoriable lago
descender hacia mis abatidos sentidos,
Como flecha en arco que subitamente
ve fulminarse en diana.
Mis lágrimas como Dacrón
me lanzan en un delirio hacia una caída
Sin resoncia.

O quizá sean lanzados
Hacia mí árboles ahogados por el llanto
que no se regocijan con gritos en el viento,
Solo caen y los sostengo de derrumbarse al mar nebuloso,
pendiendo solo de mis frías manos,
Mientras el aplomo crece
Y reclama el cielo lo que desea robar hacia sus aguas.

Lucho entre el fulgor de la noche aislada,
y bajando mi mirado me velo ante el grisáceo océano arder en fuego.
Y una vez más culmino entre el abrazo de la briza
Cuyo tortuosa cadena me convierte en insípida lágrima
propia de la borrosa luna.

Y caen sobre mi cristalino cadaver
Caricias de hojas...
Veo un brillo níveo venir
Que me cubre en mi lápida de invierno.

Ángeles gélidos, cristales esbeltos
Lágrimas que la tierra logró sembrar
Fragmentos de copa vidriados entre espejismos
rotos y divagados...

El filo frío se derrite en llanto.
Y mientras lloramos, el unísono dolor
Escucho las ondas ambular tras de mí
En un charco de espigas;
Mientras trascienden con desdén
Los suspiros.
Me ahogo en el tintinear
De los copos caer y enfriar mis huesos
En tempestad.