La línea 1 del Metro de Santiago ya lleva media hora sin funcionar. La preocupación cunde por las inmáculas salas de relaciones públicas. Los medios sospechan otra tragedia.

En la estación donde se origina tal bataola, los usuarios han sido evacuados por el personal entrenado, que no se le ocurre qué hacer con ese hombre que está debajo del tercer vagón.

La información a la prensa no se puede entregar ya que nadie sabe con certeza que ocurre con ese cuerpo aplastado.

Un grupo de paramédicos e incluso bomberos trabajan intensamente rescatando el cuerpo sin dañar los vagones nuevos made in Francia, orgullo del PlanTransantiago.

Entonces Ricardo despierta de la siesta y comprueba que su cama está muy dura y las sábanas muy pesadas. Huele a neumático quemado. Intenta moverse un poco pero se siente oprimido. Al abrir los ojos logra ver el chasis de un inmenso tren sobre él. Ahora recuerda la decisión de esa mañana.

Las imágenes recorren su cabeza como un torbellino mientras un médico le toma el puslo y comprueba que el sujeto está vivo. Le conversan pero no les contesta. Tiene mucho qué pensar. Ya van tres veces que hace lo mismo: la primera se equivocó de andén, la segunda el tren frenó y la tercera, el colmo, le pasa con tres vagones por encima y no lo mata.

Ricardo es rescatado finalmente y el servicio se reanuda. Los trenes vuelven a correr por las estaciones. A pocos minutos ya nadie recuerda el incidente.

En la ambulancia el paramédico le revisa los bolsillos para ver si tiene algún teléfono donde avisar. Le dice que tiene lesiones menos graves, que tuvo una salvada milagrosa, que alguien o algo le quiere mucho.

Ricardo no lo escucha. Ahora sabe que tendrá que cambiar de estrategia. Definitivamente el Metro le tiene una estima especial.