Ahí estaba tal como lo imaginé desde niña excepto que no vestía de azul sino de jeans negros y chamarra café, un poco más miope quizá porque usaba unos diminutos lentes y su cabellera rizada no era rubia, sus ojos negros tampoco coincidían. Pensé que tal vez dejó el hermoso caballo blanco en el que me llevaría así un final feliz por el bocho desvencijado del que salió a prisa con un montón de papeles garabateados que pensé sería nuestra historia de había una vez.
Se aproximó rápidamente hasta la palapa en donde me encontraba sentada con el vaso de unicel térmico entre mis manos después de retirarlo de mis labios que todavía sentían el calor del líquido negro y amargo que ahora ya resbalaba por mi garganta.
-Hola ¿puedo sentarme?
Y su voz sonó más a desvelado trovador que a príncipe azul.
-Por supuesto, te esperaba.
Tal vez nunca lo sabría pero lo había esperado hace siglos, con tan variados sapos, tantas veces sin encontrarlo que esta vez podía pasar el retraso de cinco minutos.
-Adolfo Gómez
Y extendió su mano aferrando con la izquierda los papeles apunto de caerse y el portafolios al mismo tiempo.
-Aura Luna
Su mano no era fuerte, más bien un poco afeminada, los dedos largos y la piel suave sudaba un poco.
-Perdón por el retraso
-No hay problema. Siéntate. ¿Quieres un café?
-No gracias
Saqué de mi bolso la cajetilla amarilla y de ella un cigarro y esperé un minuto para que me ofreciera el fuego, al cabo de unos segundos me di por vencida y yo misma lo encendí.
-No te molesta verdad
Y si le molestaba esperaba que no lo dijera, de lo contrario tendré que apagarlo por condescender y eso era algo que me molestaba.
-No, claro que no.
-¿Quieres uno?
Y alargué la mano con la cajetilla hacía donde estaba sentado con los ojos fijos en el lunar de mi cuello.
-Gracias, pero no fumo
-Si te molesta lo apago
- No para nada, discúlpame pero mi hermana dice que tengo un paladar de bebé, no tolero los sabores muy fuertes
-Es extraño, pensé que todos los escritores tenían algún vicio
-Pues ya ves que no todos. Aparte de la literatura no tengo más vicios y soy tan aburrido como una ostra
-¿Quién dijo que las ostras son aburridas? A mí me atraen las cosas herméticas que cuestan trabajo penetrar
No pude evitar sonreí ante ese ser tan extraño. Ante él y no otro, porque yo sabía bien quién era y después de la espera los segundos corrían tan a prisa que por un momento gritarle que era yo, aquí. La única que le esperaba desde tantas noches atrás en mi recamara pintada de rosa y el mosquitero de tul pastel, yo con mis páginas de colores de los libros que papá traía en cada regreso de los viajes de negocios, yo era, yo debía de ser yo aunque al igual que él tal vez no tuviera todas las coincidencias de lo predeterminado... pero era yo.
-Estos son los cuentos
Extendiendo las hojas mecanografiadas
-He agregado un índice a modo de referencia y algunos datos explicativos delante de cada título. Espero que te sirvan de algo
-Muy bien. El director me puso al tanto y hoy mismo revisaré el orden de la publicación. Quieren editarlo de inmediato. Tienes buenas recomendaciones
- Oh, pues muchas gracias espero no defraudarlos. En cuanto puedas me gustaría saber tú opinión
-Eso déjaselo a los críticos yo sólo mal acomodaré las secuencia de los textos para que el lector lo encuentre cautivante
Y la ironía en mi voz fue casi accidental.
-¿Ya tienes las propuestas de portada?
-Sí, las he recogido esta mañana
-OK. Paúl me pidió que te diera su mensaje: quiere verte cuanto antes, llámale a su celular. Yo te llamo en cuanto tenga todo listo. No te preocupes, después de la primera vez todo es fácil.
-Si es verdad, ya tienes mi número, háblame por favor. Me voy, es tardísimo. Tengo taller a las dos apenas y llego. Cuídate y fue un placer conocerte
-Ojalá opines lo mismo al final. También tú cuídate, bye.
Después de seis meses lo conocía perfectamente. Odiaba mis vicios y no tenía una sonrisa encantadora pero a cambio su conversación si lo era. Amaba la libertad y las letras tanto como yo, los silencios en compañía y caminar por el centro de la ciudad, en fin, era casi perfecto.
El silencio nos acompañó mucho tiempo, él escribiendo y yo leyendo cada línea de su mano.
-Aura, es una suerte tenerte en estos momentos, como podrás darte cuenta soy un montón de papeles en caos sin ti,
-Sí, ya lo sé; un sobreviviente entre mil historias.
-Eres mi hada madrina en esta historia
-¿Tu hada?
-Bueno es una metáfora, tú pones la magia cuando llegas y conviertes mi calabaza en otra cosa
-Tu hada... vaya que sorpresa tu visión de mí
No pude evitar el desencanto en mi voz pero eso también la sabía bien.
-Ése es mi trabajo y la suerte es mía y yo agregaría que hasta un placer si eso no implicara que tu ego aumenta visiblemente. No sabes lo extraordinario que me resulta leer una obra inédita y más cuando sabes que tiene futuro.
-Qué lástima haberte conocido tan tarde
-¿Por qué lo dices?
-No, por nada, pensaba en voz alta
-Otra costumbre de los escritores, mentir a medias. Son tan raros
-¿Yo soy raro?
-Diferente. Sólo un poco
- Ya está, hoy terminamos y de hecho pienso, no sé por que extraña razón, que esta reunión es tan sólo un pretexto para despedirnos
-Siempre adivinas
-Entonces debo decir que el resto no me corresponde. Ya terminé mi parte y voy por otro novato
-Ja ja, gracias Hada madrina ojalá podamos reunirnos en otra ocasión
-Pero tenlo por seguro que siempre puedes contar conmigo y será un placer
-Bye
-Bye
El claxon de un ford sonó estrepitoso. Él salio de prisa.
Una mujer rubia lo esperaba en el interior del auto. La besó en la mejilla a manera de saludo, intercambiaron un par de frases que no alcancé a descifrar en el rápido movimiento de sus labios.
-Adiós, linda
Gritó asomando medio cuerpo por la ventanilla mientras su mano se agitaba y el auto se alejaba rápidamente. Tan rápidamente como una vez llegó el bocho desvencijado.
-Sí, es una lástima
Susurré para mí misma.
-Es una lástima que la princesa no fuera yo.
Ariadna Luna.
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