El ¨adiós¨ que me había escupido la noche anterior seguía retumbandome en la cabeza. O quizás era sólo la resaca. Pero no podía dejar de pensar. Me creí muerta. Despúes descubrí algunos signos vitales, o vestigios de ellos. Con todas las fuerzas que pude reunir, me incorporé, un poco, contra la pared. Me encontraba en quién sabe qué desolada calle de la ciudad, esa vez un poco mas gris que de costumbre. Evidentemente, la vereda había sido el lugar más cómodo para descansar los ojos un rato. Le pregunté la hora a un anciano de ojos tristes y con una voz quebradiza contestó que eran las 12. Domingo, 12 del mediodía! Qué podía ser peor? Si, recordar la noche anterior. Acompañadas por las primeras gotas de lo que prometía ser una gran tormenta, comenzaron a caer mis lágrimas. Las imaginé como un plan para eliminar ese sábado cruel del calendario. Tal vez si golpeaban el suelo con mucha fuerza podría borrarse la noche anterior. Hasta las imaginé, haciendo trizas el pavimento, superponiendo las baldosas e inventando un Domingo pasadas las 23.59 del viernes. Pero era una simple utopía, todo lo pasado había sido real... y no creía poder seguir viviendo con tanto dolor. Intenté recordar sus ojos a punto de llorar como yo, su despedida aquejandole el corazón... algo que me hiciera sentir un poco mejor. Pero no, simplemente palabras dolorosas hacia mí, como si le fascinara la sal de mis lágrimas. Me llené de impotencia y a la vez de ira. No pude hacer nada más que correr. Esperando que el desgaste corporal me trajera un mundo de colores, o queriendo escapar de la angustiosa urbanidad. Ya ni sé. Estuve así un rato. Nunca me importó cuánto. Dejé atrás calles turbias, bares ahogados de penas, miradas vacías. Yo seguía avanzando bajo la lluvia, con mi paso desesperado, resignado, muerto.