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Atacado por la envidia, le metió un tabazo por la espalda. Belano sonrió, y lo miró casi divertido, una cosa era él pero sus poemas jamás. Luego, procedió a lanzarse con todo su cuerpo esperando que de alguna manera, le hiciera daño por contacto. “Bien Alimentado”, le repitió el tabazo pero ahora de frente y sin miramientos. Belano cayó. Y gracias a eso pudo conocerla. A veces la mejor forma de encontrar a alguien es ir alarmantemente hacia abajo. Ella lo levantó del suelo y se lo llevo de ahí. No se escucho muy bien lo que se dijeron. Quizás el hola con miedo de Belano, o el hola casi de hielo de Catalina. Ella salvo a Belano, pero él siempre lo considero como algo que él tenía planeado inconscientemente. Sangrando por el labio, su boca se movía espasmódicamente, repitiendo sin aliento: “ya sabía, ya sabía”. Un hilito de sangre dibujaba su camino hacia la camisa. “Yo hice que eso pasara” me dijo Belano. En la noche que ocurría afuera, comenzaron a caminar y no se separaron mientras reían, o cuando intentaron cruzar en verde o cuando Belano la quiso besar y ella no le dejo (Belano sugiere que fue para no hacerle daño al labio lastimado). Belano sintió, que la luz de la noche era propicia para leer los poemas que él guardaba en su pantalón. Se los dijo en voz baja, y luego ella le pidió que los grite, para que valiera la pena. Belano arrastraba la garganta entre sus palabras y cuando se quedo sin más poemas que leerle continuó gritando, le gustaba improvisar. Gritaba con su voz cadenciosa haciendo sonidos raros con la o y la erre, y hasta a veces probaba con el dejo argentino colocando “el che, querida” al final de cada oración. Belano era méxicano. Era Súper Belano, y su criptonita fue un ataque de hipo fulminante. Los gritos habrían trabado su diafragma. Razón, lógica, por la que liquidaron la crisis del hipo bebiendo en la Habana, un bar a la vuelta del parque donde habían terminado sentados gritándose bajito, bajo una luz media oscura que les permitía disfrutar de estar abrazados en medio de una banca, sin molestar a nadie. Luego de una pesquisa por su jean raído pudo juntar moneda tras moneda para pagar una cerveza. Ella se encargaría de derramarla sobre la mesa. Belano insiste en que esto también lo planeo. La cerveza derramada no hizo más que acercarlos y al fin Belano la beso y ella se dejo y le mordió un poco el labio dañado. A Belano le dio un cosquilleo y le grito que la amaba. El silencio del bar no impidió que ella se fuera. Belano, comenzó a esperar. |
Texto agregado el 28-09-2005, y leído por 78 visitantes. (0 votos)
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