Navegue río arriba, el caudal era eminente. Naufrague, camine y camine, me encontré con palabras las únicas sobrevivientes, palabras que hablaban de la dignidad, que ya no existía en la realidad, la realidad efímera sin su árbol perenne. El sol negro que daba sabor, que era dulce, a veces amargo; condimentaba mis días según el color. Las gaviotas picoteaban pétalos de dignidad, el hedor entumecía a los existentes, los asfixiaba; la fotosíntesis no se realizaba.
El grito sé hacia presente en cada ausencia de la brisa, sus manos gastadas, desteñidas por el sol, el frío aroma a mar seco. Aduciendo mentiras, paladeando el acuciamiento, dubitando verdades para el saber sinfrónico, estetas que se dedicaban a esta “clase” de arte, que solo ellos creían, que solo ellos conocían. La contrastacion inherente en lo blanco de aquel algodón, residía allí, como única solución, el imperio derrocado, la luciérnaga no encendía, las palabras emergían en el eminente caudal, la dignidad entumecida, asfixiada; la fotosíntesis no se realizaba.
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