Para Fernando
Casi se fue de lomos de nuevo el cachorro engrifado —que daba vueltas y vueltas buscando mejores ideas— al oír tal propuesta de la náufraga celenterado.
—¡No, eso no! —respondió al momento el jabato asustado. —Esto es imposible, porque no puedo tomarte de tu talle y danzar contigo por la playa con toda comodidad, sin peligro para tu orgánica y delicada vulnerabilidad.
—Pero, ¾¿quién dijo que tú me tocarías a mí? —repuso la medusa, enhiesta; aunque halagada por la tribulación del chantillí de espinos y su cortesía manifiesta. Luego añadió: —solamente sigue y atiende mis indicaciones, yo soy quien debo dirigir la orquesta. Tú interpreta sólo tu fragmento, que yo armaré la fiesta del concierto y sus canciones.
Para empezar —perfiló la medusa su primera clase— indicando que callase y, musitando en tono temulento de orgullo femenino, antes que autocrático o cretino, le dijo: ten presente y no olvides tu pelaje y mi linaje; mira tu condición vulgar y mi alcurnia singular; contempla tu estofa de fiera instintiva y mi estirpe original y exclusiva; es claro tu género plebeyo y mi abolengo luminoso y bello.
Sí, no olvides que estás en la escala de los de abajo, con casaca encallecida como escarabajo; yo en el chapitel de la luna, en la punta de su cuerno extremo, con mi piel más tersa que la envoltura de un armiño de Palermo. Cierto que lo bajo atrae la que hay en el cielo, y la altura hace suspirar a quienes se arrastran por el suelo.
Por eso, sólo hay un punto en las coordenadas del amor, en el cual nos podemos encontrar los dos sin temor. Siempre hay que buscar el justo medio y nada tenso —tú lo sabes, burujo sin talento—, para que luego no sufras un vahído por el encumbramiento, ni a mí se me baje la presión por el descenso.
El azorado galabardero rumiante, no hallaba qué responder ante el despliegue comunicativo de la aristócrata celentante; y le hacía bilis al puerco espín, como agua de masa salada en la boca tamaña reconvención de postín. Entonces, impulsivo y saliendo con coraje de la piramidal garbullada y de aquel escrutinio, de pronto se sintió herido en su orgullo chanchalino, y replicó a la mimosa remilgada:
—Pues sepa distinguida doña Gorgonia fina, que si Ud., con su exquisitez se considera un “ave fénix” o una felina marina, yo soy un esmerejón o ciclón de viento, o un “Pancho Villa” en mi campamento. Después continuó el colmilludo sin parientes, que no necesitaba cepillo de dientes:
—Esta toba, crústula o pelambre, es mi escudo sin eses, y no dude que es motivo de temor para los más garridos destripaterrones de varias especies, y, hasta fuente de inspiración y moda siempre llamativa para los jóvenes modernos y revolucionarios, aunque ellos se lo pintan de colores por presuntuosos y estrafalarios. El estilete original que portamos ufanos los de mi raza, significa un regalo singular e inconfundible que nos protege de todo contagio con otros seres sin traza. Todos temen nuestro contacto y avecinamiento, somos terribles. Nadie osa acercarse a nosotros sin sufrir las consecuencias de su atrevimiento. Somos únicos e inconfundibles, algo realmente aparte de todo lo ordinario, sólo se nos halla fácilmente en las definiciones del Diccionario.
—¿Que qué es el ‘escudo sin eses’, al que no le encuentras fin?
—Es el traje que usan todos los “Supers” del montón: “Super mán”,
“Super niña” y “Super ratón”; y aquí “Super puerco espín”.
—En verdad que son especiales todos los de tu ralea, cáfila y chusma de antagonistas —le repuso la medusa en son de pelea— a la cual no había asustado el tono rezongante del lechón de bolea, que no se antojaba para hacer un taco de carnitas. Luego prosiguió, dirigiéndose al gregario: —tu género y todos cuantos imitan tu moda de peinado nada tiene de ideal, sugestivo ni extraordinario.
Eso mismo y al revés, pueden afirmar también todos los calvos mondados, al decir que la naturaleza ha hecho sus calcáneos lisos tan iluminados, y diz que son perfectos y realmente muy bellos, que no necesitan como los demás cubrirlos o disfrazarlos con cabellos; pero, siguen sufriendo y tiemblan con los fríos, chocan en la oscuridad si no se alumbran con cerillos; se enojan cuando escuchan: ¡adiós, cabeza de cebolla!, y el champú nunca les hace espuma en la cholla.
Igual o semejante cosa pueden afirmar también los atufados zorrillos, que andan siempre constipados los atarantados, por eso nunca cambian marca de perfume los apestados, y no tienen cerdas gruesas como las tuyas de granillos.
—No, tu grandeza, no es esa, pues, —entiéndelo bien, cabeza de alfileres al revés.
Seguidamente, sin esperar otra hablada, o que le contradijera algo el despeinado lechón, Gorgonia la medusa en cuestión, insistió bien firme y apuntada:
—“Nunca de por sí constituirán hazañas quijotescas tu barrera escaramujada de espinas secas; jamás habrá alguno que alabe tus colmillos curvos y salientes, y más se alejarán cuando empieces a echar discursos, hablando bien de ti y mal de otras gentes; al contrario, todo eso te condenará a una soledad penosa y espantosa y de frutos estériles, pues nunca podrás tener amigos con tan piramidales efélides: y todo por los temores infundiosos, tus envidias, tus altos muros y alardes artificiosos.
—¿Que qué son las efélides piramidales?
—Es lo mismo que pecas, motas o lunares.
Por eso, —todavía añadió enfática: —reconoce tu debilidad suma; y porque eres aparente como lago de bruma, soso e impotente para tu defensa personal elástica, la naturaleza te ha regalado un boleto gratuito, pero estricto, para que veas el espectáculo de la creación sin mayor conflicto. —Tú eres un gran deudor de la vida y debes caminar con mucho tiento, para no herir a nadie con tu aliento; has de avanzar haciendo reverencia y sombrerazo, pidiendo permiso al cruzar frente a todo aquel que encuentres a tu paso.
—Advierte que tus espinas son el triunfo de la sabia y gentil naturaleza, y no un arma que ha de dispararse para menoscabar cuanto ha sido hecho con delicadeza y perfección..., como el ejemplar que tienes en frente, aunque esta no fuera tu intención.
Y aún continuó hablando la medusa, pero en tono lento, sin dejarlo replicar, pero ya más tierna, con sesgo emotivo y mesurado acento: —Tú puedes llegar a ser apreciado, admirado y hasta amado, pero sólo por tus gestos galantes y magnánimos; por tu valor y respeto, por la bondad que llevas dentro. Por eso, si tú me amas de verdad, no tengas conmigo demasiada vecindad.
Recuerda que el menor de tus halagos, caricias y demás muecas, me harían estragos, y tus roces serían anuncios de incisiones secas. Mírame como una rosa blanca, viva y no disecada, a la cual no podrás admirar fresca, limpia y pura si la rocías con agua enfangada. Por eso, consérvame en mi estado, en mi vocación de medusa reservada para vivir en el gran océano sin igual; respeta mi género singular y yo homenajearé el tuyo que, después de todo, es gracioso y original.
—Pero, entonces ¿cómo me enseñarás a bailar con pasos tiernos? —musitó desconsolado el tejedor de espinas con el espinazo, que ya anhelaba aprender los ritmos quebrados y convulsionados de los aturdidos jóvenes modernos.
¾Tú sigue el ritmo de las cosas, y pronto aprenderás el meneado, ¾replicó la medusa, en tono delicado.
Y al punto comenzó el bosquejo, para instruirlo en ultramarinos pasos con la primera página del aleccionamiento: —le dijo recio: —¡despierta burujo de tejidos grasos!, empieza por estar contento.
—Sonríe y todos sabrán que estás vivo y eres feliz porque has descubierto el amor hasta lo más profundo de tus huesos. Deja salir el resplandor y las chispas de alegría entre tus capas de espinas y tus colmillos tiesos. Grita, canta, echa maromas sin ningún ludibrio: no hagas nunca desatinos, conserva siempre el equilibrio; danza rítmicamente con pasos sencillos, como si me tuvieras asida de la mano y arrullada cerca de tu capa de cepillos.
—Tu alegría debe contagiar y chamuscar todo cuanto te rodea —pero nunca hacerlos chicharrones—, porque todos deben bailar con el ritmo del fuego y entusiasmo que llevas dentro y te espolea, e iluminar como el sol sin nubarrones. Busca comprender que si no estás alegre y contento, corra como se revuelva el viento con su espectro, siempre y en todo tiempo —y esto por ser quien eres en tu proyecto— es decir, por estar a gusto en tu pellejo, en tu cáscara y pelambre entelerida, entonces nunca aprenderás a bailar de verdad el ritmo placentero de la vida.
—Y, si acaso te propones y aventuras a ello sin gusto, sin anhelos, sin ideales y en completo desatino; será como un risible o tosco baile botarate; algo frío, soso, deslucido y ladino, semejante al que pudiera hacer un muerto abrazado a su petate.
—¿Que si botarate es bailar dentro de un bote encerrado?
—No, significa irreflexivo, atolondrado y disparatado.
—Baila, pues —dijo la medusa— muévete, entra en contacto con el gozo y la luz que te inflama; ahora no la ves, pero está dentro de ti, viva, refulgente y siempre te llama. Y cuando un día logres sintonizarte con ella, o la encuentras caminando por la vida o sientas que resuella, ¡escúchala y atiéndela borrito lordótico! —nada teme: estréchala, envuélvela, oprímela e invítala rebasar tu pórtico, para que no se vaya o se escape, aunque te queme.
—¿Que si borrito lordótico es un burrito que habla como un loro?
— No. Es un cordero malhecho o estrambótico.
Luego de hacerla un rato de colegial cavilante, la cuestionó el gorrino coplero como entendido pensante:
—Pero, ¿esto no es acaso una extravagancia mayor, querer bailar sin otro semejante? —masculló puntilloso y pensativo el gañán de cerdo entre reflexivo y refunfuñante—. Porque, yo igualmente me puedo sacudir, mover y patinar sin riel; pero, tampoco y de ningún modo puedo tocar los dobleces de tu blanca y tersa piel.
—Claro que no es ridiculez, tampoco un idilio bucólico o disimulada subasta de alabanza sin prez, sino originalidad que da el saber amar —aseguró la medusa con un vigor entusiasta¾, y en aquel momento náyade juglar:
¾Dime, costillas de palitroques acerados y de duros colmillos —interrogó al lechón montaraz que pasaba por ser de los leídos e instruidos: —¿acaso los grandes pensadores y poetas cuando cantan el éxtasis del amor, la pureza de la verdad y la razón de la justicia y el honor: son tal vez locos, excéntricos o enajenados? ¿Los monjes y los ascetas que renuncian y cierran de sus sentidos las puertas, son acaso inhumanos, o engañados en lo más esencial, y habrá que encerrarlos a todos en un calabozo o sala de hospital?
—Pues, es seguro que no todas esas personas están locas, tuvo que reconocer el peluquín montés de baquetas con estocas. Y, sobándose la encarrujada pelusa rezongó, casi persuadido: —Pero, si yo me pongo a bailar solo con mis pulgas y moyotes, es seguro que me tildarán de chiflado todos los de mi camada de chafarotes. Pues no se sabe que hasta ahora algún puerco espín fuera un zamarreado bailarín.
—Nunca le hagas caso a motejadores de cotilla, que son como desagradables y chismosas comadrillas; si te mueve el amor, el fulgor de la luz o el sentimiento de una canción, haz sólo aquello que te dicte la razón del corazón.
—Entiende que la sustancia de verdades esplendorosas, se esconde en lo interior y más profundo de todas las cosas. Allí es donde está la luz y el motor impulsor de las razones del amor que ilumina; ese que hace ver la realidad en su verdad plena y su pureza diamantina.
—Si tú vives el amor en cualquiera de sus manifestaciones: la verdad, el gozo, la danza, la amistad, la compañía, los suspiros, y hasta el sacrificio, será porque con toda seguridad estará asomándose en ti sus emociones. —Y, recuerda bien, salacot de motejes: —si lo descubres, ¡no lo dejes!
—¿Que si ‘salacot’ es abreviación de ‘sal de uvas picot’?
—No, es sombrero, peluca o casquete.
—Y continuó todavía con fervor la medusa desgranando su discurso sobre el amor: “Es como cuando tienes hambre canija, y se produce un vacío en tu barriga. Ella te hace mover, te impulsa a buscar una tajada, te invita a trabajar para ser saciada. Pues, el amor es como el abierto instinto del hambre contrahecha, que busca ser complacida y satisfecha; pero el amor no es comida, y no hay cosa que pueda compararse a su medida. Su destino es ser apetencia, anhelo y deseo; es siempre un camino y una luz en la conciencia; por eso hiere y hace gozar con emociones a quien lo tiene en su cubeta, pues llena no sólo de ilusiones, sino la esperanza cierta de arribar un día hasta la verdadera y propia meta.
Porque, sábete bien que el amor, aunque esto no suene romanticón, es ante todo, un fiel crecimiento y evolución hacia la auténtica y verdadera realización.
—Y anota todavía que, tratándose de estos temas, no bastan sólo las razones para amar, aunque haya que romper los esquemas; el amor va más allá de diferencias y exigencias de clases, castas, especies, lugar y deber; es más, todos los argumentos serán una añadidura cuando el amor se encuentre despierto en el centro de tu ser.
Luego, entonces —reconoció el manojo de baquetas cinceladas, —¿es que el amor es lo único que puede hacer de verdad felices a todas las criaturas?
—Cierta y májamente con palabra breve lo has bien definido; como debe ser todo discurso acertado y comprendido —repuso la Gorgonia—. Porque amar es la mayor razón que todo ser cultiva cumplidamente en todo cuanto palpita en la natura viva; no hay otro fundamento ni germen que sea capaz de producir un acorde y ritmo semejante en la criatura construida —y los acerque—, sea cual fuere su índole, condición, género y medida.
—¿Y para esto yo debo aprender a bailar? —interrogó el lechal sin biberón— que estaba cada vez más encantado y hasta con la cabeza algo ida por la soltura y apresto gracioso de la débil medusa instruida.
—El amor es la ruta obligada para hallar el sentido de la vida; es la última y más alta cumbre que se pueda imaginar y pensar; por eso, es el sendero que todos debemos caminar en línea recta. Y todo aquel que ama soñando, camina siempre bailando; es decir, siempre alegre —le reveló la medusa circunspecta—
Y luego añadió, sin conjuro: el baile, el canto, la poesía, la plegaria y embeleso, y todas las artes asombrosas, sólo serán ciencia, talentos valiosos y bienquistos, cuando puedan transmitir el sentimiento puro: cuando rebosen de alegría y encantos colmados, y broten de la herida profunda y generosa de corazones enamorados.
—Escribe y anota, —le dijo en tono certero—, que el amor es la única potencia que puede mover el mundo hacia su destino verdadero.
—Ya estoy comprendiendo, —admitió el lechón desmadejado y sin saliva, al cual se le empezaban a mover los cuartos traseros de emoción y se le enchinaba el cuero enmarañado: —si yo tengo un amor entusiasta, esto me hará mover con un ritmo encantado como en fiesta. Y, si yo me bamboleo y me sacudo, otros también se conmoverán en tono agudo, al cimbrárseles el terreno que yo zapatee con mis chancletas y el aire que impulsen mis clavijas sueltas.
—Así es, y que así sea—interrumpió emocionada la medusa expresiva, al manojo de cardos; —si tú logras llevar la alegría festiva, a quien quieres y todavía no conoces ni tampoco ves, todos se verán libres de sus pesados fardos; los cuales son más agobiantes y agravados cuando no se tiene la alegría de sentir amor ni estar enamorados. De esta manera y con este sesgo, tampoco tus espinas causarán temor, ni serán algo amenazador, sino el respeto que cada ser tiene hacia su “alter ego”, por lo que significa el dolor y el derecho de estar en la vida con representación exclusiva.
—Ahora puedo comprender mejor y estoy viendo claro aquello que me dijo el gusano medidor —recordó compungido el peluquín puntiagudo—; pero, entonces —reflectó asombrado como iluminado—: entonces el impulso de tu sueño y desprovisión y mi tupido cornijal no son circunstanciales, sino pensados sabiamente, pues todos los seres nos necesitamos para completarnos unos a otros como iguales.
—Sí, estas son cosas que ya no se predican ni se venden, y de suyo tan sencillas que las sabemos cuando andamos todavía en mantillas y que cualquiera comprende: “todos necesitamos de todos algún día”; sólo que no todos lo entienden —aseveró la medusa. Pero... todavía…
Y el chanchano de ramas espinosas comenzó a bailar, sin detenerse más a escuchar, porque su alegría colmada la quería proclamar. Dejó a la medusa boquiabierta, con otra sentencia que iba a ser descubierta.
Viendo al cepillo de babirusa descorrido tan contento, cómo se sacudía y el modo en que contoneaba las orejas y la pungente melena sesgada por el viento, curiosos se detuvieron a observar primero un par de rústicos limacos, que paseaban la magra comida por la playa currutacos; éstos levantaron sus antenas y luego de criticar su desfachatez, acabaron por comenzar a mover rítmicamente sus cabezas en toda su redondez; porque el chanchano tirando a ogro, parecía que patinaba en hielo seco, por la forma en que se desplazaba de un lugar a otro; a veces parecía pantomima cimbrada o cierto baile de flamenco.
—¿Que qué son los limacos y que si se comen?
—Sí, son caracoles, para hacer tacos, como los frijoles.
Entonces le preguntaron con voz de violín, los de cornamenta inofensiva y legamosa: —¿cuál es el motivo de tu insania, monomanía o chifladura picosa, para que te comportes de ese modo tan raro, burdo cerdillo peluquín?
Pero el casquete de clavos en forma serenada, respondió con oídos sordos ante aquella perogrullada; además, porque atento seguía entrenando el ritmo de la “Macarena” al revés: se levantaba a veces enojoso por los tropezones e impertinencias que lo estampaban en la arena, y no dejaba de hacer cuatropiés; de modo que a cada rato se le veía rodar por el terreno esponjoso.
La filástica hirsuta del lomo se le cubría de sábula remojada y mostraba casi pelado su agujetero de plumas fintas como atavío de torero, pero nadie se le acercaba demasiado, pues no era el cerdito de una fábula inventada.
Sin inmutarse, el chanchito alegre mientras tanto movía todo su pelaje y mondonguín, y no dejaba de desternillarse gozoso por el descubrimiento de ser un estoqueador y ágil danzarín.
Pronto un grupo de crustáceos se propusieron seguirlo; se juntaron nécoras y bivalvos, crisuelas y almejas de las playas vecinas que le hicieron ronda para aplaudirlo; enseguida, y sin reflectores, entraron todos sacudiéndose fuerte en la danza; hacían crujir sus estuches protectores y respiraban muy hondo para ocultar bien la panza.
Los cangrejos comenzaron su baile de lado, moviendo el cuerpo al revés un poco desacertado; parecía que se alejaban del concierto avergonzados, pero regresarían después un tanto más afinados; sin embargo, antes de su retorno, vino el relevo de jaibas bañistas; éstas como ensayistas de rumba furiosa, movían sus tenazas al punto como malabaristas y sin temor al bochorno.
En cuestión de unos instantes la playa entera se vio envuelta en jubiloso festín: llegaron diversas clases de ápodos, renacuajos, batracios y urodelos cantantes; todos completamente y sin repugnancia, alegres se movían al ritmo del puerco espín —del cual ciertamente se cuidaban de guardar distancia.
Bajaron de la selva próxima, bandadas de guacamayas parlanchinas y de broma, que pronto se ocuparon de la coreografía en comparsa sin necesidad de redoma; luego, llegó otra pajarada de alta clase alada y un tanto estirada, que le hacían igualmente a la cantada, no obstante su voz desafinada; todos hicieron su entrada también a la bailada, aunque en forma amanerada.
Se acercaron husmeando decentemente toda clase y subclase de reptiles trágicos; los ofidios hacían ruido con sus castañuelas y sus palillos chiquillos como anillos mágicos. Pegados al suelo movían alegres sus pernetas saurios y lagartos mostrencos; en forma pesada y disimulada se movían los vivíparos y otros cuantos mamíferos zopencos; y en un momento y santiamén estaban las grandes bestias salvajes integradas en la fiesta también. Los cáncanos saltabardales y las pulgas alocadas, se avalancharon asuso de cada quisque como volatineros graciosos, pero dándoles pellizcos con tamañas tarascadas.
Ante semejante barullo, jamás visto e insólito entre los irracionales de aquellos confines, asomaron sus cabezas llegando desde el fondo del mar los grandes cetáceos y también los delfines. Otras ventregadas de chicharros y jureles marinos se mostraban curiosos, acercándose despacio y sospechosos; muy pronto, y juntos todos los peces, como los atletas y en ola de coca-cola, empezaron a mover las cabezas y el apéndice de sus aletas, mientras sorbían sus julepes preferidos y lanzaban vagidos y pataleo, porque no podían salir a la plataforma del bailete y zapateo. Pero dentro de su ambiente y sin guedejas comenzaron a zarandearse en parejas, pues de las olas subieron los entusiasmos, con el movimiento del agua y se elevó el burbujeo con espasmos.
Todo el espectáculo y el canto de apiñadas voces tiples, la medusa Gorgonia observaba desde su atrapamiento y lecho de musgos insensibles. Ganas no le faltaban de meterse en aquel meneo y darse un revolcón, pues el ambiente había contagiado y alcanzado toda la playa y sus filetes hasta el último rincón.
Y, por la forma como bailaba, hasta creyó que al uro jabatillo encandilado, se le había olvidado su existencia y aquel aprieto nada despejado; por lo cual, resignada con irregular desdén y con razón, pensó que igualmente tendría que morir, a pesar de su reconocida ilustración; todo por causa de la encantada ilusión de su sueño nebuloso; pero, estaba contenta con las extravagancias de aquel baile curioso, y a veces sonreía, pues había despertado aquel torbellino de ocurrencias y espumas altas de alegría.
Sin embargo, en un momento de aquel ritmo de fiesta alocado, cuando el cerdillo burilado observó que el sol estaba por apagar la celebración del movido sarao regalado, cortésmente pidió a tiernas lechigadas de rana, invitasen a bailar a la princesa medusa para que entrara también a la jarana.
Toda la trama estaba al cubierto, y, serenamente por el desgreñado cerdillo calculada; pues a esa altura del concierto, nadie negaría hacer un bien a la medusa desabrigada.
De este modo, fue conducida la celenteria jibia, en medio de las sedosas zampas y lomos blandos de renacuajos de carne tibia; le tendieron un camino los gusanos, larvas y lombrices empapados en cinta alfombrada; porque el salvaje jabatillo les reveló que ella había sido la inspiradora de aquella tardeada, y el motivo, propiedad y laya de semejante alborozo en la playa.
—Gracias a la sabia y sin igual medusa, que sin importar su ostensible y real minucia; pero con su furia creadora y poder de convencimiento, se respiraba aquella tarde lo mejor de brisa fresca con su viento, que tenía el mar en sus graneros para las insignes fiestas reservado —aseguraba el cochinillo emocionado.
Por eso, todos los convidados por la sin igual y ponderada celebración de alegría pareja y el bullicio circunspecto, pretendían bailar con la grácil y primorosa medusa, pidiéndole una pieza con respeto; sólo que ella se disculpó discreta, señalando que estaba un poco indispuesta; —en realidad no había probado desde días atrás sus galletas y su preferido plato, y temía pisarles las aristas, al no poder sostener el ritmo loco del jabato.
Y, cuando el sol escondió su disco, y cerraba aquel increíble y raro caso, quedó el fulgor dorado de rayos estampados en el horizonte como señal de su ocaso; entonces la medusa comenzó a sumergirse con trazos ciertos, poco a poco, en el océano sin confines; éste se preparó a recibirla con los brazos abiertos y la cobija extendida para hacer reposar la cabeza en sus cojines. Mientras tanto, afuera no se apagaba de la fiesta toda algarabía, entonaban canciones viajeras las desnudas y encantadas olas espumantes de alegría.
Pero antes que se hundiera del todo la jibia con su masa de talentos y se perdiera buceando en la inmensa pléyade del agua fascinante, dejando la arena tibia, se acercó trotando el peluquín de esperpentos, para preguntarle qué cosa le quiso decir antes de comenzar aquel baile zarandeante.
La también agradecida medusa celenteria, deslizándose entre las olas burbujeantes de espumas ebrias, le dijo sin rebose y sin pintarle arañas: «Sólo quería mostrar el sentido profundo y talentoso que tienen tus espinas, escobilla de marañas:
—Recuerda siempre: —más que servirte de tus garfios externos como defensa, deben calar sobre los demás tu espada entrañable de llamarada intensa. Ésta quemará y herirá profundamente sin ver, cuando grave acertada sobre algún ser —sea quien fuere—, con el peso de tu bondad, generosidad, educación y respeto, es decir, de tu amor despierto; sólo entonces, rollito de briznas, tu presencia hará más daño que tus espinas; porque nadie resistirá al amor, si tú no le haces sentir temor.
Son tus colmillos y tus espinas el símbolo del valor y fuerza que te recuerdan siempre, en todas partes y cada vez que caminas adelante o hacia atrás, tu vocación a la lucha por felicidad, que llegará irremediablemente, aunque te cueste, siempre que hagas felices a los demás. Pero, si tus espinas no llegan a herir a nadie y no dejan profundas huellas, en este alcance penetrante, vivificador de sentido y distintivas vetas; mejor te hubiera servido haber nacido calvo, ser quemado por rayos y centellas, pues serás tan perfectamente inútil como un lisiado ciempiés con muletas».
La medusa dijo adiós, haciendo mover su pecíolo entre su testa; y, dando algunas vueltas, acabó por perderse en la mar océano de aguas revueltas, el cual siguió moviéndose tibiamente en suave cadencia de fiesta.
Serenada la noche y alegres los corazones de las fieras, se retiraron contentas a sus madrigueras; el cachorro de espín subió también contento a los montes como flotando, y a cada paso que daba parecía seguir bailando. Así lo vieron por incontables días, sin dejar de detenerse y admirados todos los animales silvestres; muchos lo aplaudían como en coros campestres, otros corrían todavía huraños a esconderse.
Mucho tiempo después, el chanchano marañas continuaba feliz; parecía más despreocupado y quitado de mañas que una tranquila lombriz: no se inmutaba por las críticas fieras, ni lo inquietaba el sol, las sombras o polvaredas, ni menos porque lo contaban entre los locos; extasiado y venturoso seguía llevando su gozo a través de todas las sierras y sus veredas: divertido removía con sus pezuñas el polvo, y a los guijarros sueltos los pateaba como pelotas de cocos.
Alegre y sereno iba cantando siempre muy ufano y caminaba infatigable, parecía no cansarse deslizándose por atajos, valles y subidas, porque la medusa lo había llevado a descubrir un tesoro muy inmejorable, que le enseñaba a entender las profundidades de la vida:
¾le había mostrado una razón para estar contento, y era saber que estaba vivo;
¾le había enseñado a bailar tomando por pareja su alegría;
¾y, ante todo, había desenmascarado el amor escondido en sus entrañas duras.
Además, consideraba emocionado el rabisalsero con deleite, que con todo ese tesoro ya podía en cualquier momento regresar con los bravucones de su brigada y patulea sin afeite; porque había descubierto el sentido más profundo y el valor de las defensas de todo puerco espín. Había superado la prueba y estaba aprestado para vivir sin ser un cerdo galopín.
—¿Que si galopín quiere decir cerdo cabalgante?
— No, —significa bribón, pícaro y tunante.
De este modo se lo reveló entusiasmado al gusano medidor y empeñoso, cuando un día de tantos lo encontró nuevamente comprobando imperturbable los metros de un camino farragoso. Y, hasta un tanto reflexivo, como suspendido en las puntas de ideas reformadas, y harto embelesado, le advirtió con un acento sincero que le brotó instintivo de sus rudimentos de enramadas:
—“Nunca des el paso más grande de tu zancada, porque la nada y el vacío que amenazan toda vida son como un abismo sin fondo y una celada; la vida se debe reflexionar —sólo los pasos seguros darlos—, hay que saber medir todo con la cinta de la fe y el entusiasmo que impulsa a pensar y actuar; debemos enfrentarlo todo, para buscar el sentido y sabor, pero en forma atenta, responsable y con amor. Sólo así podrás avanzar siempre más hondo y más lejos; aunque a veces tengas que sufrir por defender tus convicciones, dejando detrás de ti tus pellejos”.
Al gusano medidor se le cayó la joroba, desmayado de asombro ante el cambio de mentalidad del jabato que tenía enfrente, pues lo había conocido antes sin fisuras de alto copete, ni entendederas de patente. Prontamente quiso levantarse para entrar por fin en un diálogo parejo y talentoso con el matorral puntilloso; sin embargo, para entonces el viento de espinos se había retirado muy jocoso cantando y bailando de nuevo saleroso.
En eso se oyó una algarabía furiosa de escandalizar; eran mastines monteros que bajaban del bosque al calvijar. La jauría había descubierto la presa apetecida, dándose a la tarea de perseguirla enfurecida; eran violentamente azuzados y abalizados por un grupo de cazadores que corrían también con escopeta en ristre y azorados.
Sólo que resultó superfluo todo aspaviento y virulencia, pues el vástago de puntas secas no opuso ninguna resistencia. No huyó, porque ya perdido el miedo a su sombra y cruzar cualquier camino, había descubierto allí finalizada su obra, el sentido y alineación de su destino.
Estaba convencido que para convertirse en masa nueva, había que pasar por el molino del sacrificio y de su prueba. Por eso, decidido y tranquilo el partiquino, esperó la jauría en el claro herbazal de la campiña, y parecía feliz por vivir sus últimos momentos sin desbarro; todavía bailaba divertido cuando enfrentó su última riña el feróstico guarro.
Los instintivos animales de caza aullaban en tono feroz y violento, y no se atrevían a tocarlo por respeto y por tiento. De pronto se escucharon algunos disparos huecos, señal de que alcanzaron a su cuerpo en ruinas, y del chanchanito trastabillante se trillaron secos, por siempre los escrúpulos y la impresión de sus espinas.
—«Los hombres están locos de remate y en abierto desatino; no entienden ni son capaces de ver, descubrir, ni conservar la alegría entusiasta cuando nace y brota en su camino. Por eso la ahuyentan, la combaten, la destruyen y son infelices, sin pista…, pero siguen durmiendo....»
—dijo el gusano analista—, y siguió midiendo.
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Existen situaciones difíciles en la vida de los hombres de razón, que llenan de congoja y sumergen en el mar de la tribulación —anotaba el abuelo en tono apesarado—, a las cuales no se les halla forma de abrazarlas, de comprender su sentido o abarcarlas; a veces no se encuentra la punta de la hebra, ni el modo ni el fin. —Es ni más ni menos como querer bailar con un puerco espín.
Pero, —recuerden con este cuento —coronaba así el abuelo su narración— que todo conflicto en la vida de los hombres, todo desafío, obstáculo, dilema o aparente callejón sin boquete, por más espinosos que pudieran parecer, siempre tendrán una entrada y una salida. Los problemas no son eternos. Nos decía: “todo pasa, gurruminos”. Y acostúmbrense a pensar como los sabios chinos frente a los momentos críticos y ante toda adversidad: “También esto pasará”.
Sin embargo, para no perder el ritmo de la vida, lo más importante es hallar la medusa, o mejor dicho, el lado blando, manejable e ingenioso, para comenzar el baile.
Esto quiere decir acertar, idear, inventar, imaginar, hallar el sentido, la significación, el alcance, la extensión y ante todo la alegría que esconde la existencia; todo ello unido a la comprensión, motivación y entusiasmo que permita descubrir y apreciar la vida en su realidad justa, amable y divertida con que está cubierta.
—Cierto, la vida no siempre es fácil, pero en cambio, sí invariablemente conveniente, y nunca faltan sus chispas de humor; porque como don preciado que viene de lo más alto —que significa lo más perfecto—; entonces, aceptar vivir en su máxima expresión aún los detalles más insignificantes, es lo que rompe la tragedia angustiante de la nada y la superficialidad que se encuentra a cada paso, como decía el “chanchito feróstico” al gusano medidor, si no se le llena de sentido.
Recuerden —dijo como colofón: ¾“La vida es; y ser, es vida en llama de amor”. Por lo mismo y porque tiene un sentido original, propio y profundo, se ha de armonizar desde una visión siempre optimista y, ante todo, abierta a su destino y meta. Sólo así resultará un cuadro digno de ser contemplado por todos y en todo tiempo, sin temor. Y esto será posible si se deja habitar en ella y se conserva encendida la llama del amor.
Y así concluyó el abuelo sabiamente su narración.
Y nos dejó admirados y pensativos con esta amena y original representación.
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