Posó una vez más sus ojos en la sombra que la lámpara esquinera proyectaba sobre la mesa. Su imagen aparecía oscura, desenfocada y maltrecha, indefinidamente repetida y difusa.
En silencio, recorrió los centímetros que la separaban del extremo y, al fondo, pudo vislumbrar la oscuridad del hoyo que dejaba la puerta abierta de la habitación. Parecía una boca esperando para engullirla.
La sensación de vacío de su estómago se había hecho más fuerte en los últimos momentos, parecía que mil voces la hablaban desde adentro exigiendo alimento, agua, algo que digerir.
Comprendió que no tenía sentido permanecer más en aquel sitio y tomo aliento para dar el paso hacia delante.
Cuando iba a moverse, escuchó un susurro, un leve zumbido que no venía de su estómago; giró lentamente pero no vio nada, salvo el resplandor de los últimos rayos de sol chocando contra el marco de la ventana, sin embargo, esperó unos segundos como intentando predecir la repetición del sonido. No sintió nada.
Volteó nuevamente la cabeza, miró a la boca oscura. No demoraría mucho en llegar a la puerta, en zigzag y tambaleante, por el peso que sentía en la espalda; quizá, al salir de la habitación sería más fácil encontrar algo de comer o beber.
Tomó impulso, intentando moverse lo más lentamente posible para no sentir ese cansancio extremo que la mareaba.
De pronto, una tenue brisa fría le erizó los pelitos del cuerpo. La sensación la atravesó entera, tan rápidamente, que no pudo moverse para esquivar el objeto que caía del cielo, directamente hacia ella.
El matamoscas azul marino la aplastó contra la mesa y, mientras sentía el peso de plástico sobre su cuerpo pudo escuchar, levemente, los quejidos de su estómago vacío..
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