Aprisionada en una voluntad de ecos ancestrales, su memoria cabía en los fondos y las formas de rígidos preceptos. El exterior tejía esas mismas rectitudes, a la espera de otras más, lidiando con lo superfluo del mundo. Su silueta rozaba la ignorancia, en esos bastos corredores del tener y no del ser. Apellidos, marcas y países primaban dentro de su vida, como un conjuro sublime, que la hacía acceder al todo. Vacía de letras, ausente de todas sensaciones, pendiente de lo frugal y lo corpóreo, banal, puntiaguda, abstracta, letal a los sentidos, frígida, inconclusa... Y aunque nada de eso transitaba por su mente, ese día, un nítido mirar en el espejo, había logrado su catarsis.
Ana Cecilia.
|