Abrió los ojos de nuevo desesperado, llevaba tres horas acostado y no podía dormir. Miró el reloj, eran las 5 de la madrugada. Se sentó en la cama y miró por la ventana, estaba abierta y entraba una suave y agradable brisa. Decidió salir a dar un paseo por la playa. Se levantó y comenzó a vestirse.
Carlos tenía 17 años y estaba de vacaciones en una casa en la playa con sus padres. Se miró al espejo, estaría bien, iba a dar un paseo por la playa no a un certamen de belleza. De hecho nunca se había considerado guapo, pero tenía otras cualidades, era simpático y buen amigo, aunque su sentido del humor no era bastante bueno.
Salió de la casa, la noche estaba oscura, no muy fría, estaba en su punto. Se dirigió a la playa, ese verano habían alquilado una casa en un pueblecito cerca de Alicante y tenían la playa a dos pasos, había sido una ganga y no se estaba mal allí. No había mucha gente y la playa estaba bien, parecía un paraíso para las vacaciones, como corriese mucho la voz al año siguiente estaría lleno de guiris.
Llegó a la playa y se descalzó. Sintió la arena entre los dedos de sus pies, ya no estaba caliente, sin duda aquella brisa nocturna había aliviado a la arena del calor intenso del día. Se acercó más a la orilla y se sentó donde no llegaba el agua. Pronto se estiró pero conservó las rodillas dobladas. El cielo era precioso.
Era algo maravilloso estar en un pueblo pequeño de noche, el cielo ofrece un espectáculo imposible de ver en una gran ciudad. Un punto a favor para los pueblos. El cielo estaba despejado y la Luna brillaba como si dominase todo con su esplendor.
Se quedó mirándola, era preciosa. Se consideraba un romántico y adoraba la Luna, estaría así horas si pudiese.
Oyó pasos en la arena pero se quedó estirado, embelesado por la Luna. De pronto una cara se interpuso entre él y su visión. Era una chica. ¡No! Era Lucía. La conocía.
Lucía era una vieja amiga de Barcelona, donde él vivía, y ese año iban a ir al mismo pueblo. “Menuda casualidad” exclamaron los dos al saber el destino del otro. Pero en esos días se había olvidado de ella. Supuso que había llegado ese mismo día.
- ¿Qué haces ahí tirado? – preguntó – Pensé que eras un vagabundo pasando la noche – luego esbozó una sonrisa, era preciosa.
- No tenía sueño y he salido a pasear, pero parece que no soy el único.
- Chico, parece que tenemos telepatía, primero el mismo pueblo y ahora la misma noche en la playa. Será una casualidad.
- No creo en las casualidades.
Ella miró al cielo algo molesta, Carlos pensó que no debería haber respondido así, era su invitada, estaban en su parcela de playa. Se había adueñado de ella durante ese tiempo, era su anfitrión, debería tratarla bien.
- Quieres... ¿Quieres sentarte? – le preguntó al fin.
- Claro – y se sentó a su lado, ya no parecía tan molesta -. Así que la Luna, parecías enamorado de ella.
- Bueno, no puedo negar que me gusta.
- A mí también. Tiene algo... no sé, me hace sentir extraña cuando la miro.
- Sí, es algo indescriptible.
Mientras contestaba él no miraba a la Luna, la miraba a ella. Intensamente y a los ojos, para saber si ella le miraría antes de que lo hiciese y así girar la cara para no delatarse.
Lucía y Carlos habían ido al colegio y al instituto juntos, él amaba en secreto a Lucía. Muchas veces había pensado que eso era muy típico, como una historia de amor de cuento o de serie de televisión, pero el amor es así y no se puede negar fácilmente.
- Mmm, ahora que lo pienso. Tu eres bueno escribiendo cosas. ¿Me cuentas alguna historia? – dijo ella.
- ¿U..una historia? – casi tartamudeó, se sintió nervioso.
- Sí, una historia, una bonita, tenemos todo hasta el amanecer, mis padres son muy dormilones.
- Si, los míos también. Bueno, déjame que piense... a veer, una historia. ¡Ah! Ya lo tengo, me sé una muy bonita, es sobre la Luna, espero que te guste.
- Vale, cuéntamela.
Carlos se puso a pensar, en verdad no se sabía la historia, improvisaría por el camino.
- Veamos. ¿Te has fijado alguna vez en la Luna?
- Claro, que pregunta más tonta, ahora mismo lo estoy haciendo.
- Pero...¿has visto realmente los colores de la Luna?
- ¿Los colores de la Luna? – preguntó ella con un tono de sorpresa e intriga.
- Sí, la Luna a veces muestra otros colores distintos al blanco. Y cada uno tiene su razón de ser, su historia.
- ¿Ah sí? ¿Y que colores hay?
- Te los explicaré uno a uno. Primero el color blanco, el más común. Pero antes...
- ¿Antes qué?
- Prométeme que no me interrumpirás, hace mucho tiempo que la oí y a veces no la recuerdo muy bien.
- Bien, lo prometo.
Carlos accionó el botón de la imaginación, las piezas de su cerebro empezaron a funcionar. Tenía que salir bien, no quería defraudarla. Ella giraba su cuello constantemente y le miraba a él y a la Luna con sus bonitos ojos, negros, como su largo cabello.
- La Luna Blanca, sin duda, es la mas común. Si pensamos en el blanco ¿qué nos viene a la cabeza?
- Mmm, ¿lejía?
Carlos rió descaradamente. Lucía también.
- Sí, quizá sí, pero más profundamente, nos viene a la cabeza la idea de pureza.
- Es verdad – dijo Lucía.
- Últimamente hemos visto a la Luna de varios colores y pocas veces la vemos en su estado más puro, su estado blanco. Esto es por culpa de que el hombre llegó a la Luna, ¿recuerdas? En 1969. Ahí la Luna perdió parte de su pureza. Antes siempre se había considerado inalcanzable, algo mágico e incluso místico. Por su brillante color blanco algunos cristianos la llamaron la Morada de Dios y los Ángeles. Digamos que la llegada de los humanos a la Luna la desfloró, la dejó sin su mayor virtud, la pureza – no parecía difícil improvisar para Carlos, pero esto era sólo la primera historia, pronto se le acabarían las ideas.
- No me lo creo.
- No te lo creas, tampoco te lo he pedido, eres tu la que quiere escuchar una historia.
Evidentemente era mentira, Carlos estaba improvisando y en esta parte pareció pecar de demasiada fantasía.
- Bien, pasamos a la Luna Amarilla.
- ¿Ya está la Blanca? – preguntó Lucía.
- Te he dicho que es la más común y su historia es más corta.
- Ah, bueno, pues sigue.
- La Luna Amarilla se considera como un símbolo de Unión, de fraternidad y amistad. Todo ello se debe a que hace mucho tiempo unos pastores observaron el amanecer y al ver la Luna pasar de blanco puro a amarillo pensaron que era un segundo Sol. Lo llamaron el Hermano del Sol. De ahí la idea de fraternidad. El mito se extendió por cualquier pueblo que quisiese escuchar a aquellos pastores y pronto fue conocido por un largo recorrido. Claro que pocas veces se presencia el espectáculo de la Hermandad porque la Luna a veces es reacia a volverse amarilla por muy empeño que le ponga el Sol. Cada vez que la Luna se vuelve amarilla en los pueblos donde aquellos pastores extendieron su mito se celebra una fiesta matinal en honor a la amistad y la fraternidad. En ese día no hay violencia, incluso los ladrones parecen celebrarlo también, pues no hay robos y por tanto no hay detenciones. Es un día de bondad y amistad.
- Curioso – se quedó mirando a Carlos.
Amaba esos ojos, no podía negarlo. A Carlos le entró un escalofrío cuando notó que lo miraba. Parece que ésta le había gustado.
- La Luna Roja también es una historia bastante interesante – dijo al fin mirándola a los ojos, como si fuese un combate, pronto supo que perdía y volvió a mirar a la Luna en busca de alguna idea para seguir.
- Te explicas muy bien. Sigue.
- Gracias... eeehm.... déjame recordar.
Se ganó unos segundos con esa petición y luego volvió a la carga.
- La Luna Roja es símbolo de un castigo. Se dice que hace muchos años, incluso antes de que nuestro calendario contara en positivo, hubo una gran batalla en dos ciudades muy grandes enfrentadas entre sí.
- No recuerdo una batalla entre ciudades antes de Cristo, y menos en España.
- Soy yo el que cuenta la historia, ¿qué te dije de interrumpir?
- Okei, sigue – dijo ella.
- Esa batalla duró exactamente 20 días y 20 noches, como ves no fue una batalla muy larga comparada con las actuales pero hubo una característica que la hace objeto de estudio de muchos astrónomos e historiadores. Durante las 20 noches en las que hubo batalla la Luna se erguía roja como la sangre. Unos dicen que fue por los incendios que hubo en las dos ciudades que nublaron la vista de los ciudadanos y los guerreros. Otros decían que tanto tiempo de batalla volvió locos a todos y es una simple mentira. Pero otros dicen que fue un castigo. De ahí el símbolo del castigo. La Luna les había castigado con un color rojo durante esas veinte noches por derramar sangre, por perturbar su paz, pues incluso peleaban de noche. La última opción parece la más factible pues al acabar la batalla la luna volvió a erguirse blanca en la noche 21.
Pasó el corte con marca, esta era la mejor historia de las tres que le había contado y lo notó en la sonrisa que le regaló Lucia. “¿Debo preguntarle si tiene frío? ¿O mejor la abrazo?” Pensó Carlos. Comenzaban las dudas de enamorado, prefirió seguir con la historia antes de que le dominaran por completo y no pudiese improvisar.
- ¿Te ha gustado ésta?
- Sí, no ha estado mal.
- Bien, ahora viene la Luna Negra.
- ¿Cuántas quedan? – preguntó ella.
- Esta es ... eeem... la ante.. no no no, la pen...última.. ¡Sí! La penúltima.
- Bien, pues dispara.
- Bien, La Luna Negra siempre se ha simbolizado como la Luna del Miedo. Técnicamente és la Luna Nueva o a veces, cuando ocurren, los eclipses de Luna. Pero en una región de Italia tenían otra teoría. Volvemos al pasado, otra vez, hace mucho tiempo en un pueblo de la costa de Italia, como ya he dicho, existía la creencia de que la Luna Nueva, como ahora la llamamos, era la semana de libertad de las brujas. A éstas se les había castigado veintiún días cada veintiocho a pasarlas reclusas en una cueva. Durante los siete días restantes éstas tenían libertad para salir al exterior y cada vez que podían asaltaban los pueblos. Uno de los más perjudicados fue el pueblo del cual proviene esta leyenda. Durante esa semana la gente tenía la obligación de quedarse en casa con todo cerrado. La gente guardaba provisiones para siete días cada veintiocho y durante esa semana en el pueblo se sentía un miedo inconmensurable a ser hechizado por las brujas que hacían sus fechorías en su semana de libertad.
- ¿Ese pueblo existe?
- No recuerdo si esta era ficticia o no, tampoco recuerdo el nombre, te digo que la oí hace mucho tiempo – estaba a punto de pillarle, tendría que inventar algo mejor para la próxima.
- De acuerdo, ¿queda una, no?
Acto seguido se dejó caer sobre la arena con los ojos cerrados. Carlos se quedó hipnotizado por su belleza y sus curvas, deseaba besarla, deseaba unir sus labios con aquellos apetecibles labios rechonchos y rosados que tenía Lucía. Dudaba en hacerlo. No sabía la reacción de ella, quizá podía corresponderle o quizá podía levantarse y pegarle un guantazo. No estaba seguro. Ella abrió los ojos.
- ¿Carlos? ¿Queda una, NO? – reforzó el no como con insistencia.
- Sí...si...perdona. Queda una, espero que te guste.
Ella volvió a cerrar los ojos y él volvió a posarlos en ella. ¿Le gustaría a ella? Llevaban mucho tiempo en la misma clase, ella podría haberse fijado en él, quien sabe, quizá incluso le correspondía. “Bobadas” pensó en un atisbo de realismo, “ ella es demasiado para mí, yo no estoy hecho para ella” se desmoronó un poco pero siguió con la última historia.
- Y por último la Luna Naranja.
- Uhmm, naranja, me gusta.
- ¿Sí? A ver si tenemos suerte con la historia. La Luna Naranja es la luna de los enamorados. Hay una leyenda en un pueblo del desierto africano que cuenta como un peregrino árabe se dirigió a La Meca separándose de su amada. A la hora de volver el peregrino fue asaltado por ladrones que le dejaron con muy poca comida y agua. Sabía que le quedaba poco para llegar a su pueblo pero no estaba seguro de si aguantaría, el sol picaba mucho de día y las heladas de la noche no dejaban descansar bien. Un día el peregrino se paró confuso, creía haberse perdido. Estaba a punto de rendirse, cayó de rodillas encima de la arena, cansado de escalar y bajar dunas y de la poca comida que le quedaba. Y allí permaneció llorando hasta la noche, pensando en su amada. Esa misma noche, casi dominado por la locura y el recuerdo de su amada, decidió seguir a la Luna, una Luna blanca que iluminaba el cielo. La siguió durante toda la noche, aguantando el frío y el cansancio, sólo pensaba en ver a su amada. Caminó cuanto pudo hasta que tuvo que seguir a gatas dominado por el cansancio. Al despuntar el alba el peregrino observó a lo lejos el pueblo. Recobró fuerzas mágicamente y se dirigió hacia allí. Lo había conseguido. Vio a su amada en los límites del pueblo, mirando al horizonte, esperándole. Debería llevar allí muchos días, pensó. Y con una cara de felicidad abrazó a aquel peregrino agotado, medio loco y con hipotermia. Lo besó. Y antes de desfallecer de cansancio el peregrino alzó su mirada al cielo. Allí se podía ver una Luna Naranja, la Luna que le había guiado hasta su amada. Luego se dejó vencer por el sueño, estaba a salvo.
- ¡Qué bonito!
- ¿Te ha gustado?
- ¡Sí! Me ha encantado, es muy bonito. La mejor de todas sin duda.
- Me alegro.
Otra ráfaga de pensamientos de enamorado pasó por la mente de Carlos. ¡Le había gustado! Y eso le hizo tener un poco más de fe en si mismo. Ella se había vuelto a sentar. Pensaba en abrazarla. No, debía abrazarla. Mejor dicho, deseaba abrazarla. Y lo hizo. Lo mejor fue que ella no se negó.
Se sorprendió un poco al principio pero luego sonrió, cerró los ojos y la abrazó ella también. Se acomodó. Ya estaba amaneciendo. Y en el lugar dónde antes brillaba una Luna Blanca ahora estaba allí la Luna Naranja, la luna de los enamorados.
|