Eran las 4 de la tarde cuando Helena soñaba y como casi todo el que sueña no era consciente de que lo que vivía no era real. Y soñaba que salía de su casa, bajaba a la calle y en unos soportales cercanos se encontraba con un hombre que le resultaba familiar. Y entonces se daba cuenta de que había tenido con él una relación más estrecha que la de simple amistad. Él también la veía y se acercaba. A ella se le revolvía el estómago porque, si bien su mente no recordaba nada de lo que había sucedido anteriormente, su cuerpo reconocía cada uno de los rasgos del hombre. Su pelo rizado, sus facciones toscas, sus manos rudas, sus ojos felinos. Y ya estaba allí frente a ella, acorralándola contra la pared del edificio. Ya no había ojos felinos, solo labios. Y la besaba y la besaba. Todo se volvía negro e intenso, suave y secreto. El aire se deslizaba por entre las dos bocas que luchaban con caricias. A Helena le costaba pensar; el cerebro apagado, el cuerpo, sin embargo, más vivo que nunca en total sintonía con el de su contrincante. Pero entonces una luz se encendía en alguna parte de su cabeza y recordaba a otro hombre, a Mauro, que la había hecho sufrir tanto como para conseguir que aún le quisiera más. Y como si se tratase de un acto reflejo a Helena le empezó a doler en alguna parte del pecho, eran remordimientos al imaginarle en algún lejano lugar de Andalucía y saber que le estaba traicionando. Pero el hombre que la besaba, cada vez la atraía más hacia él. Ya no existían espacios entre sus dos cuerpos.
Es en ese momento Helena consiguió a duras penas separarse. Él la miró de nuevo confundido, ansioso. En sus ojos había súplica y desesperación. La abrazó de nuevo y le acarició la espalda y Helena supo que estaba irremediablemente perdida porque prefería soportar el dolor de su traición al que le provocaban esos ojos cuando la miraban...
-Ring, ring- Suena el teléfono. Helena intenta no oír, pero es imposible. - Ring, ring-. Ahora ya está despierta y él no está, tan solo le queda el sabor de su boca y una gran desorientación. Coge el teléfono.
- Hola amiga ¿qué tal esa resaquilla?-
-¿Cómo?-
- No me digas que estabas durmiendo todavía-
- Ay, María, ¿por qué me has despertado? estaba soñando que me besaba un hombre increible y yo no podía resistirme a él aunque me sentía muy mal porque me acordaba de Mauro, ahora que estoy tan bien con él, pero el otro me atraía tanto que no le apartaba y...¡ no me lo puedo creer!¡no me lo puedo creer! María, ¿sabes quién era el hombre rudo de mi sueño?
-¿Quién?-
- María, no me lo puedo creer, era...era también Mauro-.
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