Uno, fue un chasquido sobre mi sien.
Yo temblaba, yo, la muerte, dando objeto a siniestro hombre oscuro. Dos, fue un chasquido sobre su sien.
La mesa era pura inmensidad, relatar el trayecto del objeto desde él hacia mi se hacía una Biblia de ideas, mesa redonda, madera de poco lustre, arrastró su mano, ahora él, muerte dándome objeto. Tres, mi dedo era agua, pensé en aquellas cosas que no había podido hacer porque no me ha dado el tiempo, sólo dejé de pensar por un instante y efectué la maniobra, fue un chasquido sobre mi sien.
Deje caer el objeto al suelo, pronto la muchedumbre la hizo propia, ellos, muerte, dando objeto con bestial fatalidad a hombre oscuro de sombrero negro. Lo tomó entre sus manos, temblaba, pedía él por su vida, yo por la mía, sordos, impíos, buitres eran nuestros espectadores. Cuatro, fue un chasquido sobre su sien.
Dejó el objeto en el centro de la mesa, el cinco nunca fue mi número de suerte pero me tentaba su propiedad, mis brazos se hicieron tan cortos que no pude alcanzarlo, fui de a poco encorvándome para hacer posesión, nunca llegaba, pero al fin un empujón hizo lo propio a cuestas de mi organismo. Lo tomé, pesaba como cien kilos en ese momento, costó elevarlo, pero al fin llegó. Cinco, fue un chasquido sobre mi sien.
Extendía mi brazo con tragedia hacia su brazo que esperaba en el centro, los espectadores estaban delirantes, el piso era una lluvia de billetes sin sentido, quien controlaba tamaña juerga se hartó los bolsillos, se sentó junto a nuestra mesa, el hombre no tomaba el objeto, entonces el se lo acercó al ritmo de una amenaza, él, muerte, puso el arma sobre la sien del hombre, el otro cerró los ojos, pareció chillar en un momento. Seis, fue un chasquido sobre su sien.
Los buitres reían, bebían, hacían exclamaciones, muchos echaban espuma por sus bocas, la muerte me acercó el objeto, preguntó si lo haría o si tendría él que rematar, yo asentí con la cabeza. Y allí me encontraba, como cuando la vida se hizo luz, cincuenta por ciento de chances de ser, cincuenta de no ser. Fue la acción más confusa de mi vida, aturdido por la confusión, subí en un instante el objeto. Siete, fue un chasquido sobre mi sien.
En ese momento mi alegría fue tal que no pude representarla, se abrazaban conmigo los triunfadores de la apuesta, los perdedores ya se retiraban, sólo pocos se quedaban a ver el espectáculo macabro, una bala, el objeto, la mesa, la acción, el juez, la víctima y yo. Sólo nosotros éramos partícipes de la acción, los demás eran agitadores. El juez extendió el arma, el hombre la agarró, vi sus ojos de desesperación, sus hijas aguardaban fuera y en un momento el ir y venir del gentío las hizo entrar, contemplarían el caer de su padre, vi sus ojos llorosos, sollozos por doquier, no llovía pero lo imitaba aquel antro, sin aludir a reflejos del otro, tomé el objeto de la mesa, yo muerte. Ocho, fueron miles de chasquidos sobre mi sien.
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