Quise partir al negocio aquel dia domingo en que enterraban a Manuel Zapata, un viejo cliente que disfrutaba de tardes en su terraza creando piezas musicales.
Recuerdo todas las guitarras que me pidió hacer, una en cada aniversario de matrimonio, para darle a su mujer una nueva serenata compuesta con la guitarra del aniversario anterior.
Como nunca me sentía triste y no por perder un cliente sino por los giros macabros de la vida lo cual por supuesto me asusta, ya que yo sólo soy un fabricante de guitarras.
De todos modos en el funeral estaba ella, la mujer, que en cada momento de la despedida todos los ojos la observaban, cada vez más y más. Ni yo, ajeno a la familia podia evadir la presión que allí se sentía por lo que fue mejor emprender la retirada.
Tiempo después recorriendo la ciudad me vi en la puerta del centro de reclusión, me dieron ganas de entrar, pero luego sentí miedo, luego vergüenza así que corri a mi casa.
Todos pensaran que enloquecí, pero es dificíl saber que una de mis guitarras provocaron la muerte de un músico, quién la vió de pronto se sombrero en su cabeza.
Ahora que lo pienso, me esconderé porque soy un fabricante de armas.