No estaba muy segura de querer hacer ese viaje, era algo así como ir a un mundo desconocido. El ascenso empezó despacio, íbamos todas juntas, casi sin espacio entre cada quien, no teníamos tiempo para pensar, creo que todas pensábamos igual: el ascenso era lo más fácil, la caída libre era lo que nos preocupaba, aunque, habíamos nacido para ello, a veces me preguntaba si quería seguir en ello. Era emocionante, es cierto, pero cada viaje resultaba más largo cada vez. Cuando eres escogida, no puedes negarte.
Siempre me mareo, es algo que no puedo evitar; me concentré en la cara lívida de mi compañera, todas parecían tan iguales, guiadas para un mismo propósito. Por lo general, había silencio, solo algunas platicaban en voz baja algún viaje anterior, otras más daban consejo a las nuevas. Bajé la vista un momento y pedí en una oración que todo saliera bien.
Llegamos a la altura establecida, y las instrucciones las repitieron como cada vez: “Traten de mantenerse unidas... recuerden llegar al lugar acordado... mantengan su posición... disfruten el viaje...”
Todo fue tan rápido, sentí que me precipitaba al vacío y un repentino terror... pero luego, una carga de adrenalina llegó a mi cuerpo, y mientras gritaba de emoción, sentí a mis compañeras muy cerca, nos tomamos de la mano y por momentos, disfrutamos el paisaje, era hermosa la claridad aquél día, incluso, pude ver un arcoiris entre nosotras, jamás había visto alguno. No permití que mi mente se llenara de pensamientos negativos, y disfruté como nunca el aire en mi rostro, en mis brazos, en todo mi ser.
Repentinamente algo estalló enfrente de mis ojos, mi cuerpo se dividió extrañamente en mil pedazos cristalinos que rebotaron y volvieron a ocupar su lugar. Me alegró saber que todo había salido bien, casi todas estábamos bien, así que buscaríamos el mejor camino a casa, nos reunimos y avanzamos ruidosas hacia el mar.
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