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“La Ventana en el Panteón”


Era otro caso, otro caso parecido, pero otro caso. La voz de Ariel Delgado prolongando los misterios en su particular decir, desatando fantasmas con sus pausas y matices, dejaba oír en el noticiero de las doce de la noche, la curiosa información por Radio Colonia del Uruguay:
_ “YYYYY, haaaayyy másss innformaciooones para este boletínnnn”.
_ Loreto; Santiago del Estero; Un hombre fue hallado después de un día de gritar ¡Auxilio! En un panteón familiar tras haber quedado accidentalmente encerrado en él, mientras se encontraba haciendo la limpieza del mismo. El aterrado ciudadano tardó varios minutos en recuperar la calma presa de gran shock, que ha decir de los entendidos dejará innegables secuelas psicológicas por un tiempo. ¡El pobre hombre, entonces, deberá ahora soportar las pesadillas derivadas de su infausta experiencia!
_ “Vaya destino el mío dormir entre los muertos estando vivo”. Se le oyó lamentar, todavía en éxtasis”.
La mañana se presentaba ventosa, por momentos, el sol otoñal filtraba tímidos rayos naranjas adornando el triste gris general.
En su rancho, solitario, el hombre dudaba si debía o no cumplir su plan del día anterior; visitar el cementerio de “El Abra” para realizar trabajos de mantenimiento al panteón familiar que hacía tiempo no efectuaba.
Finalmente se decidió y a eso de las siete, después de varios mates, rumbeó para el campo santo llevando al hombro una maleta con los trastos necesarios. Debía recorrer varios kilómetros a pie, cortando camino por senderos de cabras, en el corazón del monte.
De más de sesenta años, único heredero de una familia otrora adinerada y ahora desaparecida, cargaba con el deber de honrar la memoria de sus muertos con la nada agradable tarea de limpieza.
Hacía lo que podía, pues sufría agudos dolores en la columna que le impedían andar a caballo o en bicicleta. Lo que antes demandaba una mañana, ahora le exigía un día, que él caminaba, sin apuro, tomándose su tiempo, dedicándole un esmero especial a cada cosa.
Consideraba que con cada sacrificio y renunciación se aprendía a vivir o al menos se debía aprender casi como una obligación de la inteligencia.
Lo acuciaba la idea de pasar por la vida de manera intrascendente y sentenciaba:
_ “El hombre debe luchar por lucir el don del raciocinio por encima de la mediocridad”.
Nacido con el siglo xx, tuvo oportunidad de nutrirse de una literatura diversificada que el azar y su buen ojo le permitieron seleccionar para satisfacer su pasión por la lectura. Con ella se había hecho autodidacta, logrando un agudo sentido crítico, que aplicaba en todo. Tenía predilección por José Ingenieros, de quien creía haber leído toda su obra, a su alcance estaban siempre “El hombre mediocre” y “La simulación en la lucha por la vida”.
En los años de esplendor de la explotación forestal, sus ancestros habían acumulado fortuna con aserraderos, dedicándose principalmente a la industria de los durmientes de quebracho colorado para el ferrocarril y postes de algarrobo destinado a alambrar los campos argentinos.
Vio sufrir en su infancia y adolescencia a los braceros en los obrajes expoliados por desalmados empresarios subcontratistas que inhumanamente los reducían a servidumbre a favor de los pingües negocios de las empresas de capitales e intereses foráneos.
Llegando a destino, se persignó, al pasar por la rústica tranquera que marcaba el humilde “acceso principal”. Hizo lo propio ante la cruz mayor -sólida estructura hachada a mano, enarbolando en las creencias, la firmeza perenne del quebracho- y avanzó por los angostos caminitos dejados entre las bóvedas de tierra, cubiertos por salvajes matorrales en las que sólo sobresalían resecas cruces de madera, cuarteadas por la erosión espontánea e inexorable del tiempo. En algunas de ellas se notaban las ausencias, las pocas flores de homenaje, hechas con plástico o papel glasé ya estaban blanqueadas por la luz del sol.
En el cementerio de no más de setecientas tumbas, reinaba la paz del monte santiagueño. Pocos eran los sepulcros de ladrillos, contados, los nichos de prolijas construcciones y sobraban los dedos de una mano para numerar panteones; la pobreza quedaba expresada en la preponderancia de los enterramientos.
Marcaba el perímetro mortuorio el inicio de la vegetación virgen, extrañamente, en algún momento del año, cubrían el lugar pequeñísimas floresillas silvestres de colores amarillos pálidos, celestes tenues, lilas, rojas y blancas, en manchones delicados, como expresión de una voluntad artística nacida desde abajo.
De universal orden damérico, guardaban sus parcelas la simetría y las medidas que el incremento natural de las defunciones iban espontáneamente marcando, ganándole espacio a los garabatos según la necesidad. Una cosa los uniformaba, todas las cabeceras se orientaban al poniente.
El panteón de sus difuntos resultaba fastuoso en ese marco. Erigido como se acostumbra en las necrópolis de las urbes, de líneas clásicas, profusamente revestido en mármoles negros y grises, pensado para contener la eternidad de una familia, rodeada de un remedo blanco de mármol de Carrara, rústica emulación que hasta un neófito notaba.
Al llegar frente a él lo invadió una incontenible emoción, en los últimos meses había descubierto que se acongojaba con mayor frecuencia y que además lo dejaba muy mal; siempre se consideraba fuerte, hasta para dominar el sentimiento, de aquellos que desencadenan lágrimas o dolores en el pecho cuando se contiene demasiado el llanto. Pero... comenzaba a reconocer una sensibilidad, que lo hacía sufrir y lo volvía frágil.
Destrabó la llave del gran pórtico de hierro forjado y penetró dubitativo; debió acostumbrar sus cansados ojos a la lobreguez que enseñoreaba al interior, pensó que ese diseño era tan antiguo como tétrico y que talvez se imponía una reforma:
_ ¡Una parte vidriada estaría bien!
Comenzó inspeccionando con la mirada, el orden en el que estaban los féretros, era en cierta forma la manera de ir recordando el orden en que cada uno de esos muertos queridos se había ido retirando de esta vida de tránsito. La cronología, los números, los espacios, todo se conservaba tal cual su memoria lo registrara siendo muy niño, fue por eso que se dirigió a la primera de las placas de bronce bruñido que él tocara con aquellas manitas inocentes; ahora cubierta con la pátina del verdín añoso:
_ ¡Mientras ella se ennegreció mi cabello se emblanqueció! Se dijo.
Ese pensamiento lo persiguió largo rato en tanto quitaba la mugre más grosera y visible:
_ ¡Que caprichosas son las tonalidades con que marca a las cosas el Señor Tiempo! ¡A algunas las tiñe a otras las destiñe! ¡Lo que en unas es color de vida en otras es color de muerte! ¡Matices de llegada y de partida! ¡Aunque si lo pienso bien, el bronce se ha ido oscureciendo como mí piel, ambos estamos curtidos por la existencia!
De nuevo ya estaba acostumbrado a entrar y salir del panteón, dejaba afuera los residuos de la hojarasca, derrames de velas consumidas, viejas flores marchitas y mucho polvo de tierra filtrada por el viento, entre la escasa rendija de la puerta.
Resolvió hacer un descansito, pues mirando hacia arriba, a pesar de las nubes, hizo el cálculo del sol alto del medio día; extrajo su emparedado de gruesa mortadela, una botella con vino tinto Talacasto, acomodó el papel estraza que envolvía el panecillo, poniéndolo como mantel sobre el piso de mármol, apoyó la espalda contra la pared y recogiendo las piernas hasta tener ambas rodillas ante sus ojos, saboreó con fruición su almuerzo.
Disfrutaba esa tranquilidad, se dejaba llevar por los pensamientos, desordenadamente, por un instante se preguntó que hubiera sido de él de haberse ido joven cuando pudo hacerlo, a la ciudad, talvez se habría casado, tendría hijos:
_ ¿Vaya uno a saber?
No estaba arrepentido, cuando tuvo un amor lo perdió, muchacho aún, pues:
_ “La tuberculosis no respeta la belleza, ni la bondad, ni la edad”.
Nunca más sintió nada igual por otra, oportunidades las tuvo, ahora mismo era un solterón apetecido por varias del pueblo y algunas de la ciudad de La Banda, o de Santiago del Estero: _ “Si hasta de Rosario suele venir una mujer muy pintarrajeada y perfumada que anda al acecho”.
Pensaba: _ “El que se acostumbra a vivir solo no puede vivir en yunta, es volver a empezar en todo... y ahora ¿Para qué?”.
Para colmo, en los últimos meses se le habían muerto sus más preciadas compañías de tres lustros: Fatiga y Milord dos perros fieles, que le entregaron todo lo que de afecto llegan a dar a los humanos, sin pedir nada a cambio, los animales.
Hombre agradable, pintón, instruido, con solvencia económica, devorador de libros de todo género, le habían hecho fama de importante. Nada más que eso: ¡Un buen partido!
_ “Las ventajas de la soledad son las libertades, no hay control de nadie, no afligen los horarios, no atan las obligaciones, no se sufre ni otros sufren por uno”. Se conformaba.
_ “Hay quienes sostienen que es esta una de las formas del egoísmo, la que rompe la natural gregariedad humana. De todas maneras es la que menos daños causa a los demás. Y por otra parte cuantos se unen y se abandonan, se casan y se divorcian... este egoísmo causa más víctimas que mi soltería. Familias destruidas, hijos acomplejados, resentimientos y rencores por todos lados”.
_ “Mi único dolor –quizás- es no dejar descendencia. Pero cada uno tiene su estrella y yo tengo la mía...”.
_ “Para traer hijos a esta vida, hay que amarlos, protegerlos, comprenderlos para siempre, sino es preferible no traerlos... ellos son los inocentes y pagan caro los errores de malos adultos, más egoístas que yo”.
_ “Además estar solo permite reflexionar largamente sin interrupciones inoportunas, así la vida fluye mansamente entre cavilaciones y cavilaciones, lecturas y relecturas. Es agradable”.
_ “Para un hombre pensante como yo, no deja de ser un premio, ¿cuánto hubiera soportado el asedio de una mujer charlatana por ejemplo? Me gusta hablar cuando hay que hablar, pero soy de largos y gozosos silencios. Me dejo arrastrar por el torbellino hermoso de los ensueños, en los que las ideas a veces no tienen un principio lógico pero tampoco tienen un final absurdo. Eso es lo bello del pensamiento solitario: conocerse uno mismo, juzgarse sin inquisidor, sin extraños”.
_ “Un anacoreta no soy, muy por el contrario, soy sociable, confraternizador, eso sí rechazo la desubicación y el chusmerío mediocre”.
Rendía testimonio de sí mismo, frente a él, liberándose en una confesión que transitaba por los yerros, los arrepentimientos, y las justificaciones que lo absolvían.
_ “Soy un buen hombre, no hice acopio de maldades, mis padres me educaron para ser así y hasta el momento no los defraudé”. “Mi vida es simple, eso sí, le rehuyo a las complicaciones que traen dolores de cabeza, deudas y enemistades”. “Y aquí estoy, en la plenitud de la naturaleza, cerca de cuises y lagartijas, de cotorras y cardenales, y de los muertos...”.
Había terminado su frugal comida y la idea de los sepultados lo volvió a la realidad, se irguió, acomodó el lugar para dejarlo prolijo y entró la bolsa con la intención de ir colocando unas velas para encenderlas y cambiar las flores de tela y plástico por otras nuevas.
El día no mejoraba, rachas de viento levantaban el polvo reseco, de una vizcachera cercana, arrastrando de un lugar a otro, manojos de retamas arrancadas que quedaban caprichosamente enredadas entre las cruces. Raigones que los peludos y los cuises desenterraban se arracimaban con ellos, formando un paisaje desolado.
Pensó en trabar la amplia y pesada puerta con el palo de una escoba vieja que estaba usando; el viento fue más veloz. Una traicionera ráfaga se ensortijó en ese espacio y el remolino azotó el pórtico cerrándolo abruptamente.
El estruendo lo sobresaltó, se obnubiló, en un instante comprendió toda la situación, estaba encerrado y a oscuras; a tientas se dirigió hasta la bolsa en la que traía las velas y una cajita de fósforos Ranchera, palpó el fondo hasta que el tacto dio con ellas, encendió una cerilla y con ella una vela, la puso en un candelabro.
De pie aún, recorrió con la mirada el lóbrego ámbito, una tenue línea horizontal por debajo de la puerta dejaba ver la luz exterior, pasó la palma de su mano por el metal de la abertura y se percató de que tal como lo recordaba era de cerradura ciega y con picaporte sólo de afuera.
_ “Vaya criterio para hacer las cosas, esto es haber pensado sólo en los muertos, únicamente los vivos tenemos necesidades, ¿Para qué quieren salir los muertos?
No tenía nada para salir, ninguna herramienta, más que un palo de escoba, un trozo de papel medio arrugado, unas cuantas velas y fósforos, la botella con vino recién empezado, y unos trapos.
_ “Esta es una de las desventajas del solitario, ve”. ¡Gruñó como si alguien lo escuchara!
Sin perder la calma, inició una estrategia de supervivencia, el espacio de cuatro por cuatro y una altura de alrededor de tres metros, albergaba a siete féretros en estantes verticales; tres dispuestos a la izquierda, tres a la derecha, y uno al frente arriba de todo, dejando los espacios vacíos del medio y abajo; en uno de los ángulos del fondo, una rinconera portaba dos urnas que contenían los restos reducidos de sus bisabuelos, uno al lado del otro.
_ ¡Cómo en una yerbera grandota! Pensó irreverente.
Sabía que al cementerio no lo frecuentaba nadie, sólo en ocasiones de entierros y el día de los fieles difuntos podían congregarse treinta o cincuenta personas respectivamente.
Sacó la cuenta de que:
_ “Con -mucha suerte- podría haber un entierro en los próximos días, porque a un promedio de un muerto cada mes y medio, si la tendencia se confirmaba podría estar cerca algún sepelio; En el último año habían fallecido cuatro –eran pocos- pero en el anterior fueron doce”.
En ese mortal silencio resultaba fácil escuchar los ruidos provenientes desde afuera, se proponía azotar la puerta de hierro con el palo de escoba para llamar la atención.
_ “Pero ahora ¿Quién vendría? En plena siesta”.
Había que administrar bien las fuerzas, las físicas y las psíquicas; y las riquezas: cuatro velas largas, cuatro cortas y una treintena de cerillas, un pañuelo de mano y otro de cuello, dos escarbadientes en los bolsillos _ con los que se entretenía jugando con ellos entre los labios, cuando no los necesitaba para mondar sus dientes _ estopa para limpiar los sarcófagos, dos monedas grandes de un peso, tres billetes oscuros como ese lugar, en los que destacaba la histórica Casa de Tucumán y un pequeñito lápiz Johann Faber Nº 2, de dos finas puntas por ambos lados, que como a los escarbadientes los usaba más de amuleto sobre la oreja derecha (hábito de almacenero que él tenía sin saber porqué), que por necesidad.
Comenzó a especular mentalmente quien estaba en ese momento en condiciones de morirse, no eran muchos tampoco:
_ “El viejo Abelardo Díaz, tenía el corazón a la miseria por el mal de chagas, y ya se puede morir porque anda por los ochenta y pico; doña Enriqueta Núñez con sus várices, flebitis, y diabetes, anda cada vez más cerca del metro ochenta; otros enfermos de gravedad en el pueblo no hay. Aunque a lo mejor hay algún apuñaleau en alguna bailanta por ahí y me hace el favor...”.
Sacaba la cuenta del día en que estaba para no perderse y eso lo conducía a otras ilusiones:
_ “Ayer fue lunes, porque fui a la estafeta a ver si había algo para mí. Doña Julia se dará cuenta que algo me pasa si el viernes no voy... ya es un hábito. Don González se va ha extrañar que no le vaya ha retirar el pan que me guarda los sábados, a lo mejor en el almacén de Emeterio alguien pregunta si me vio...”.
Siempre se había resistido a usar reloj, no quiso nunca sentir la esclavitud al tiempo, se acostumbró a medirlo con ojos, nariz y orejas, reía al comprobar su éxito cuando de vez en cuando acertaba horas minutos y segundos en un juego que lo deleitaba. Cada pueblo tiene su tiempo, pensaba, la rutina marca la hora si todo anda bien como un reloj: a las tres de la mañana cantan los gallos, a las seis pasa el carguero con hacienda, cuando sale el sol trinan los pájaros, hay balidos de majadas, aleteos de palomas, al amanecer y al atardecer lo marcan el canto de cardenales con insistencia, a las ocho pasa el tren mixto, a las diez el tren “Estrella del Norte”, entre las once y las tres de la tarde el sol esta “alto”, a la tarde la cantan las chicharras y coyuyos con calor seco, y sino los sapos y las ranas cuando hay agua. A las seis de la tarde vuelve el tren “Tucumano” y a las diez de la noche pasa de vuelta el mixto que va a Retiro. La noche es de los grillos, silbidos de murciélagos y chistar de lechuzas.
Vivía convencido que cada día y cada noche encierran su propia gracia aún cuando se repitan eternamente sus constantes hábitos:
_ “La naturaleza cambia sin cambiar” infería.
_ “El mensaje genético persiste en el tiempo en todo lo vivo, hay una dinámica universal que se renueva, sin ser los mismos gallos, cardenales, cabras ni ovejas, sin ser los mismos ferroviarios, panaderos, o artesanos. Es bello descubrir y gozar de los olores y los colores y los sabores que entregan cada una en particular de las cuatro estaciones del año”.
_ “Y cuanto tardan algunos en descubrir esos misterios”. Renegaba por los demás.
_ “Todo ello forma parte de lo que amamos y es lo que nos ata a la vida”.
_ “Cuando saboreo una algarroba pruebo el sabor de todas ellas en el decurso del tiempo, si tomo el aroma de una flor percibo el aroma de su especie desde su primera hasta la última que de ella misma exista... la madre sabia naturaleza se remoza perpetuamente sin modificar su esencia, aunque de vez en cuando la logre mutar el hombre”.
_ “Todas las cosas de la vida tienen su sentido, por ejemplo yo, que me considero pensante y precavido termino derrotado por el viento, porque unos infinitesimales segundos antes del portazo que me encierra mi mente me ordenaba trabar la puerta, alguien quiso que no llegara, ni bien empezaba mi giro para hacerlo, un soplo superior me dejaba prisionero, encerrado y sólo con mis pensamientos”.
_ “Ahora tienen más sentido los versos aquellos que aprendí hace tiempo, y que martillaron mi memoria, no sé si enamorado de la libertad o enamorado de ellos, lo cierto es que su ingenua ternura siempre me estremecieron:
_ “Que por mayo era por mayo/ cuando hace la calor/ cuando los trigos encañan/ y están los campos en flor/ cuando canta la calandria/ y responde el ruiseñor/ cuando los enamorados/ van a servir al amor. / Sólo yo triste y cuitado/ que vivo en esta prisión/ que ni sé cuando es de noche / ni cuando los días son/ sino por una avecilla / que me cantaba al albor / matómela un ballestero / déle Dios mal galardón”.
En su lectura adolescente, se había sentido atrapado, por cierto delicado hechizo de los romanceros españoles y el rítmico arcano de la bucólica poesía escrita en castellano antiguo. Nada más real que la descripción remota, ahora rediviva en su experiencia actual: aquel “Romance del Prisionero” lo contenía.
Esa pasión por la lectura que él afirmaba “salvadora”, lo arrastró a otras remembranzas que lo agitaban por su clarividencia, pensó así en aquel cuento tan bello de la rusita Tatiana Tess , titulado “La luz del sol”.
_ “¡Cuánto lloré cuando en una noche de concentrada lectura me posesioné con la fuerza espiritual de aquel personaje ciego (Nikolai Koren), capaz de gozar los misterios de un eclipse total de sol mejor que cualquiera de los que poseemos el privilegio de la vista!”.
Dedujo también la sutil coincidencia de su presente sin salida, con las menciones literarias de nuestro gigante ciego: El Gran Borges, cuando en “Kafka y sus precursores” refiere a las Histories désobligeantes de León Bloy y a Carcassonne de Lord Dunsany; como en esos cuentos:
_ “Yo nunca salí de mi Ardiles y ahora nunca llegaré a él”.
En recóndito arrebato sintió, en él, la necesidad de expresarse, de darle forma en palabras a ese momento, de lo contrario todo estaría perdido. Él no había podido (o querido) tener un hijo; sí había plantado, (hoy hermosos árboles) que lo sobrevivirían; pero faltaba algo.
Él que había preferido la lectura por sobre otras afecciones, él que regocijó su espíritu con imaginaciones que extraños autores le regalaran, debía pagar tributo a ese tesoro, aunque ello implicara el sacrificio de su postrera existencia.
_ “¿Qué posibilidades hay de salir de aquí? ¡No tengo cómo, ni con qué, ni siquiera creo que haya algún porqué!:
_ “Despedida”_
No sangraré mis manos en un intento inútil,
por salir de este encierro que yo nunca busqué.
No haré que alguno piense que me fui atormentado.
Ni habrá alguien que crea: “ha sufrido un calvario”.
Le he hallado un sentido, al devenir humano.
Ya que nadie ha puesto, a este panteón ventana,
haré desde hoy que tenga, ventanas en mi alma.
Me iré feliz por ellas volando a las estrellas.
Firmamento infinito será mío mañana.
No habrá más amargura, me despido ya en calma.
Así me siento pleno, esta blanca la llama,
que en mí ilumina altiva este final dichoso.
Me acompañan mis muertos, no me encuentro aquí solo.
“La luz del sol” es mía, sólo mía, a mí modo.
En ella encontré el rayo de aquel secreto gozo,
que en decenios vividos me he aturdido buscando.
Y sí a él renunciara por un humano llanto:
¡Me merezco vivir, futuro lamentado!
Renuncio así entonces, a morir lagrimeando.
Hoy elijo escribir, todo lo que he sentido,
antes que morir sangrando humana cobardía.
Quedará así escrito todo, todo lo que Dios quiera,
mientras alcance el lápiz o dé lumbre una vela.
Y sí aún pervivo cuando ya nada vea,
lo escribiré a tientas, mientras me quede fuerza.
Para que alguien lea al abrirse la puerta.
Que he cumplido mi sueño: de morir escribiendo,
aunque no pueda nunca verlo en un libro impreso,
aún cuando lo lea lejos, desde allá, desde el cielo.
Quedará así, escrito, en frío marmóreo suelo,
que ha muerto aquí un poeta, que se fue un escritor.
¡Gracias, a esa puerta, que el viento le cerró!
Cumpliré mi quimera, de asombrar al lector.
¡Gracias, a este diseño de algún mal constructor!
Vivo estaré entre vivos. Muerto estaré entre muertos.
Tengo ya el sol que alumbra, es mi luz interior.
Encerrado soy libre, en mi negro panteón.
“Rodeado de extrañas almas, entregué el corazón”.

Se había dormido y un chasquido raro lo inquietó, puso atención a los sonidos del exterior, no advertía nada, el viento seguía meciendo la fronda exuberante, ese ruido a fritura de hojas era claramente distinguible desde adentro; estimó que sería media tarde porque la rayita de luz por debajo de la puerta ya era imperceptible y debía agacharse para ver algo del cono de sombra proyectándose hacía el este.
Debía cumplir su anhelo, estimó el tiempo que podría sobrevivir ahí dentro, la falta de comida no le preocupaba sería su alimento ahora la poesía. Cuando terminara la “Sangre de Cristo” podría continuar con el agua de los floreros que había logrado llenar poco rato antes del portazo; para evitar la putrefacción extrajo las flores silvestres que en el andar del camino arrancara y con las que logró armar ramilletes multicolores; pensó que dado el caso debería comerlas también pues si nutrían a las majadas, veneno no podría ser.
Sí lo angustiaba la falta de luz, las velas bien administradas a lo sumo durarían varias horas, todas eran de sebo:
_ (¡Si fueran de parafina!); ¿Cuánto me durará el lapicito?
Escribiría como pudiese, pero escribiría, esa sería la última humana entrega con la que se despediría de la vida, con la misma gozosa felicidad con que recibiría su muerte. Intuía que tendría inspiración, las ideas siempre estaban ahí a la espera de un buen uso, las palabras también, sólo invitaban ha ser celosos con ellas:
_ “Son tan sutiles, que si se las sabe aprovechar se convierten en sublimes”. Aseguraba.
_ “Las palabras me han enseñado a pensar, con ellas se injuria o se seduce, halagamos u ofendemos, hacemos reír o llorar, llenan los espacios que van del odio al amor, de la dicha a la desdicha o viceversa, intentaré elegir las mejores”.
Como buen creyente se encomendó al Eterno rogándole el tiempo extra necesario para poder expresarse y que lo alejaran de la parafasia de la muerte. Una energía interior lo cargaba de la pasión contenida siempre, como una vocación irresuelta. Quería despedirse de su añoso y fatigado cuerpo, escribiendo lúcido, yéndose de sí mismo, acariciando su quimera.
Principió el muro de mármol desde una cómoda posición a la altura de su corazón, en el espacio vacío y que ahora lo ocuparía él para dormir, escribir y morir. Resolvía adornar su última morada con palabras, buscaba darle una lógica temática a cada idea ubicándola como en las cuentas de un rosario de preferencias y afectos.
En el primer epígrafe junto a su corazón puso deliberadamente:
_ “Poesía”_
Puede haber poesía en una gota,
como la hay seguramente en una flor.
Mas no tiene el resplandor de una cascada,
si no tiene cada gota ese esplendor.
Puede haber poesía en la palabra,
como la hay certeramente en el amor.
Mas no encierran en si mismas un poema,
Si no guardan una a una el corazón.
E inmediatamente, uno al lado de otro en dirección a sus pies fue sucediendo con letra segura, los versos inspirados en lo más amado; con pocos trazos borrosos o confusos, como si una mano invisible guiara su caligrafía:
_ “Mujer”_
Dejé que mí mano joven
transitara temerosa
por esa piel sol, preciosa
que valle y montaña da.
Dejé a mí mente viajar
incitado a la ternura
con sus labios la locura
de pronto creí lindar.
Dejé en su cuerpo caricia;
suave pétalo de rosa,
cuanta pasión y delicia,
parecíame entregar.
Más el placer se nos va,
como un sueño a la vigilia,
devorando la impaciencia
de volverlo a disfrutar.
Cuando cesé de posar,
mis manos sobre sus sienes,
olvidé todos los bienes
que una mujer sabe dar.
Me reprochaba el afán,
tan malicioso y mezquino,
que me brindaba el destino
haciéndomela olvidar.
Cuanta ilusión que regala
con sus dones un instante
y que perverso es el tiempo
que efímero quitará.
No hay mujer, mayor riqueza
que en tu entraña germinal
poder dejar la belleza
del excelso trajinar.
A su costado, estampó el más sublime acto de declaración de esclavitud que un ser humano puede confesar espontáneamente por “ella”:
_ “Cadenas”_
No tengo más cadenas
sólo las de este amor:
¡que me atan!
Ya no tengo la pena
de no verla:
¡Y amarla!
Me basta solamente,
saber que ha sido,
Amada.
Aunque toda la vida
seas cadena:
¡Mi alma!
En contundente mención al dolor, que causa la pérdida del ser único, al que se le ha dado todo y por el que ya no es necesario volver a sentir otro amor, porque habiendo amado de verdad ese amor llena para siempre, pocos lo comprenden, es un sentir especial, para seres especiales, “tocados” por el “Don del Amor”, los demás pueden pasar por la existencia sin conocer “Al Amor”, son los verdaderos desdichados, ellos son los infelices, porque auténticamente:


_ “Lágrimas”_
Las lágrimas se derraman
siempre que surge un dolor.
Pero llorar de alegría:
¿No es majestuoso sabor?
Lágrimas cuando muere alguien,
lágrimas de desilusión.
Lágrimas de ciencia y coraje,
lágrimas cuando sale el sol.
Mojada sal de la vida,
gusto amargo o sin sabor:
¿Porqué tanto llanto en unos
cuando en otros hay canción?
Dejad la sal a los mares.
A los ojos dadle luz.
Dadle brillo de esperanza
y un arco iris de amor.

Teniendo imperecedera la ensoñación de aquella mujer real, ahora idealizada:
_ “Vestida de Negro”_

Verte vestida de negro
en un altar de blancura
quisiera, con esta luna
verte con vestido negro.
Y en el sonido del viento,
llevar de mi boca el beso,
que sabrá como el cerezo,
en tus tiernos labios frescos.
Depositar el anhelo, cálido,
de mi fuerte juventud
y así prendido a la luz,
de tus ojos, cual lucero.
Tender hacia el infinito
una flama de ilusión.
Y darte en los senderos,
las flores del verde manto.
Sintiendo sobre mi pecho
tu tersa piel cosquilleando,
sabiendo que son tus senos,
más que misterio, un encanto.
Celebrar en ti el silencio,
con majestuoso deseo.
Temblar en ti con tu entraña,
hasta conseguir el cielo.
Cumplir con hermosos ritos,
romper costumbres con ellos.
Sabiéndote sólo mía:
quisiera verte de negro.
Sin que preguntes porqué,
riendo, feliz, callada,
tu pelo enredando al viento
y tu enredada a mi alma.
Correr por suaves espumas,
de olas que nos abrazaran,
festejándonos ruidosas,
nuestra dicha, tu hermosura.
Pasar por mil paraísos,
oír los timbres del cristal,
cuando tu voz hecha lluvia,
quieta en mí se apoyará.
Y así entregada al tiempo,
en eterno reposar:
con la luna y tu silencio
con tu blancura y tu altar.
Verte vestida de negro,
quisiera, ese es mí afán.
Quiso perpetuar su testimonio obrero, en un sufrimiento que lo acongojara toda su vida, cargándolo de impotencia combativa, plasmaba así, su imputación a la injusticia, a su modo:
_ “Puerta, jazmín y ventana”_
Puerta, jazmín y ventana,
grillo, una voz y la almohada.
Luna con noche y estrellas,
viento con lluvia y el alba.
Trabajo, sudor y espalda,
risas con cuentos y quejas.
Horas, calor sino frío,
vuelta, silencio y hastío.
Vida pobre, obrero y prole,
hijos, llantos, hambre y soles.
Madre, esposa, tos, el pecho,
ojos, lágrimas, beso y cama.
Puerta, jazmín y ventana,
grillo, una voz y la almohada.
Duermen, sueñan y descansan.
Uno no, la tos y el pecho,
alba, sudor y la espalda.
Hambre, prole, frío y soles,
quejas, enfermo y no pagan.
Puerta, jazmín y ventana,
grillo, una voz y la almohada.
La puerta es su corazón,
el jazmín toda su alma,
que se le va con la vida,
cual ese olor, la ventana.
El grillo son los acordes,
del existir fatigado.
La voz es una conciencia
y su descanso la almohada.
Pobre obrero, pobre prole,
cuan poco le dan, es nada
y encima olvidan la paga.
“Ah la tos, pucha el pecho,
si no doliera la espalda.
¡Juro que me escucharían
los jefecitos que mandan!”.
Respira, tose y escupe,
no hay doctor no habiendo paga.
Su esposa que no ha dormido,
levanta sobresaltada.
¡Murió el obrero y no hay paga!
Desespera, se lamenta,
nadie escucha su plegaria,
se recuesta sobre el cuerpo,
le pega una cachetada.
Aún resuenan en su mente
las palabras escuchadas,
de los labios que resecos
juraron sin cumplir nada.
“Ah la tos, pucha el pecho
si no doliera la espalda:
¡Juro que me escucharían
los jefecitos que mandan!”
Pobre esposa, pobre madre.
Y los hijos, que desgracia.
Puerta, jazmín y ventana,
ya no hay grillo,
aunque hay almohada.
Luna, noche, estrella y viento
fueron del hombre mortaja.
Cuanto sufrir, cuanta rabia.
Y cuando muere:
¡No hay paga!

A un lado de esta, describió su visceral denuncia al angustioso espectáculo humano de la:

_ “Miseria”_
He conocido, al hambre, de grosera indigencia,
de casas malas, y barro que se expande.
Del olor a podrido, y el otro olor...
¡Que no lo explica nadie!
En el he visto al hombre seco, de sequedad,
al niño escuálido y a la mujer gastada.
De pies paspados y plantas agrietadas,
de ojos ansiosos, de angustias resignadas.
La magra leche, y el duro enmohecido
sopa de hueso y el fiel mate cocido.
El fácil crimen, la muerte acostumbrada,
y la maldad en la vejez postrada.
Sucias letrinas tras puertas de arpillera,
ríos de aguas servidas, moscas y porquerías
Cañas cargadas en techos, de paja y de vinchucas,
fogón de leña ardiendo, basura y mazamorra.
Ahí vi el sufrido parto, de madres solitarias,
que claman su dolor, en llanto, a una comadre.
Barro de ranchos chatos, de vidas miserables,
de caserío en latas, y cuevas de cobardes.
Lugar del credo al vino, cueva de turbios sexos,
de domingos de dagas, falsa amistad y delitos.
Refugio marginal del hampa clandestino,
vergüenza de políticos que usándolos, son finos.
Y ahí vive también el hombre que humilde,
se levanta, a laburar el día, soñando buen mañana.
La madre silenciosa, que educa, cura y lava,
alimentando hijos con ese amor de esclava.
No sé si otro destino les permita el futuro,
la cadena es muy gruesa, la condena muy larga,
la enfermedad destruye y la ignorancia mata.
¡Ese es mi testimonio de la miseria humana!

Dejaba volar su lírica y bucólica fantasía cantándole su fe, a la vida, en la más espléndida estación del año:

_ “A LA PRIMAVERA”_
Cuando la luz del año,
se enciende renovada,
y en flor y trinos nuevos,
estallan las mañanas;
cuando el color se adueña
de hechizadas miradas.
Y la sonrisa llena de esplendor
las palabras, ya sé,
no me lo digan,
es el regalo eterno
que de año en año
repite, Dios con su naturaleza.
Primavera preciosa
que humilde se regala,
reventando en capullos
de rosas aromadas.
Es ella la que hace
renacer a la tierra,
y en voces de los jóvenes:
¡Su juventud proclama!

Sin olvidar a ese ínfimo capricho divino, punto máximo de la excelsitud y la belleza:

_ “Colibrí”_
Habita bajo el verde oscuro
un secreto oculto en el follaje.
Todas las tardes me convoca,
me deleita y me cautiva.
Es pequeñísimo,
la creación puso en él su mano grácil.
Tiene el febril aleteo de una abeja,
liba la flor con igual frenesí que ella.
Juega una danza estética en el aire,
como la mariposa la libertad propala
con su baile.
Es diminuto,
quiso el creador con un sobrante de pasión:
“Hacerlo”.
¿Qué sería sin él
El Universo?.

O la gratitud incondicional al compañero leal que mitiga soledades y nostalgias:
_ “A mi perro”_
¡Oh! noble can
que a mis pies te rindes.
No soy tú rey
ni tú eres mi vasallo.
Sólo nos toca
compartir el tiempo.
Que nos regala
Nuestro Dios, hermano.
No te comportes
entonces como esclavo.
¡No se merece
tal fidelidad lo humano!

Dejándose llevar por la misma remembranza, pudo conectar el alfa y el omega de su vida descubriéndose:
_ “N i ñ o”_
Hoy encontré al niño
que en mí estaba olvidado,
estaba solo y triste
en un tiempo extraviado,
jugando entre las cosas,
con juguetes gastados.
Tenía un tren que andaba
con chuf, chufes, de chapa,
y un trompo de madera
que loco, no giraba.
Varias flechas sin arco,
y pelotas pinchadas.
Así encontré al niño
que se hallaba escondido,
oculto entre recuerdos,
que empañaron el alma.
Llorando amargamente,
la muerte de su padre.
Los días eran grises,
llovía y él lloraba.
Andaba en bicicleta
de ruedas embarradas.
Salpicando tristezas,
en calles angustiadas.
La pena de aquel niño
me mantenía apresado,
en amargos momentos,
de ese infeliz pasado.
Hoy vuelve a la memoria,
sólo para decirme que es:
¡Dichoso este, el hombre,
que aquel niño soñaba!

Preparaba su espíritu para desprenderse de los pesares terrenales, con un acto de templanza y dominio de sí en prueba de principios y fe:
_ “El Adiós” _
El rubio amanecer
no preveía,
el rojo atardecer
que el día encerraba.
¿Quién puede?
¿Alguien se anima,
a anticipar el final,
de su última jornada?
Aquel que tenga
las postreras horas,
cuando es el cuerpo
libertad del alma.
No hablo de aquel
que se inmola... y parte.
Torciéndole la vara
a ese destino indigno.
Si no del otro,
al que la vida ama
y súbita parca
lo sorprende y llama.
Acaso es cierto
de Macedonio Fernández,
la borgiana metáfora
porteñamente elaborada.
“De que es la muerte
tan solo una falacia” o
es la otra forma de ser,
de Hamlet: “no ser nada”.
Eternidad humana continuada,
polvo, al polvo.
“Río a la mar, que es el morir”
es según poetizan, el vivir.
¿Alguien se atreve,
con heroico valor
dar el postrer Adiós
de frente al fin?

Para terminar descubriéndose a sí mismo de manera anticipada, como “esa yerbera sacra con los restos de sus antepasados” a la que podía acariciar con la mano del corazón mientras con su diestra emblematizaba:
_ “Los Huesos”_
Rígida estructura,
en tu blanco antiguo
noblemente guardas
lo ancestral del orbe.
Eres la memoria
oculta del tiempo,
nuestro antepasado
mineral misterio.
Génesis estético
Adán tornado Eva,
cofre de cenizas
calavera y Hamlet.
Emblema pirata,
en todas las épocas.
tuétanos de momias,
fósil esqueleto.
Andamio de mi alma
erigida enhiesta.
Serás sólo síntesis
cuando ya no sea.

Su última, furiosa conexión con la vida y la poesía quedan rubricada en este su:
_ “Consejo”_
“Nunca reseques tu boca
gritando si no lo sientes.
No llegan ¡No! Las palabras,
cuando por tu lengua mientes”.

Dicen, que varias semanas después de que todo el pueblo lo extrañara, preguntándose incansablemente si alguien lo había visto, en una mañana cualquiera de otoño, una pequeña niña apartada de su madre en un entierro, sólo por jugar tocó el picaporte del gran pórtico, que otra vez se abrió súbitamente por el mismo viento, dejando ver al viejo Agustín Quinteros descansando para siempre en su propio templo; partículas de una mina de su añejo lápiz tinta, teñían su índice derecho señalando su lapidario epitafio y se iba con él:
_ “Escribiendo”_
“¡Soy muy feliz,
mi alma ya escapó
por la ventana
que hoy abrí!”.

Autor: Javier Pascual Salcedo – Rosario – Santa Fe – Argentina - 2005

Texto agregado el 25-09-2005, y leído por 783 visitantes. (0 votos)


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