Dedicado a aquellos soñadores…
A los locos que aún creemos
en un mundo mejor…

Alejandro Fernández M.

Su mirada daba al infinito mientras sus manos temblorosas y secas se dormían lejos de su mente, sus ojos casi idos caminaron con la tristeza de un hombre lejano. Fue una noche traicionera, le rodeaban los mismos rostros que al verlos pasar mañana tras mañana fue perfeccionando al pintarlos con el soplo de un pincel, quizás intentando albergar el ideal de lo que nadie ha alcanzado, quizás solo fue un sueño, un delirio, tal vez un mal sueño. Dicen que los hombres intentan buscar en algún lugar, donde otros ya han buscado y la respuesta siempre es la misma…

Todo comenzó una fría mañana cuando Elías caminaba por la plaza de Temuco, ciudad donde el sol de la mañana besa los campos de trigo y en donde la lluvia y los temporales de viento caminan de la mano cada invierno azotando sin clemencia la vida esforzada de hombres y mujeres que han forjado al compás del arado su propio destino. Sus ojos nacieron con la tierra, su rostro fue esculpido por el sonido de un trueno en un lluvioso y tormentoso día sábado, un tres de Abril a las ocho de la tarde con 20 minutos. Aquel hombre, llevaba en sus bolsillos rotos las monedas del sacrificio de sus años, mientras su estómago tarareaba junto al ruido del silencio una melodía con el sabor al hambre de un futuro incierto. La neblina escondía su camino, pero repentinamente el trinar de los pájaros lo despertó de su rutina. El sol asomó de golpe, los acontecimientos frescos publicados en el periódico de la mañana pronosticaban que no sería un buen día, como una ráfaga en primera plana las letras rojas nuevamente hacían noticia, mientras un rayo de luz traspasaba su pupila y su mente urdía una cruel idea. Desde entonces, cada mañana de cada día a las ocho, con el trazo de su pincel y los colores del óleo atraparía de cada persona que paseara por aquella plaza las imperfecciones humanas, aquello que lejos de lo divino parece incorrecto, sería así el criminal mas buscado por quitar del mundo la fealdad de la arrogancia y la altanería de sus caprichos, construiría con sus propios colores la cárcel, en la eternidad de sus propios ideales.

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