Me pasé gran parte del tiempo imaginando cómo sería mi vida nueva alejada de años de recuerdos y de personas que me acompañaron en lo difícil que es crecer. Salí de la calurosa protección de mi infante hogar, para salir, abrir las alas y descubrir qué tan alto puedo volar.
La ansiedad carcomía mi paciencia, los días se hacían eternos. Y las expectativas demasiado altas, tanto que no lograba pisar tierra firme.
No dimensioné que la adolescencia no es igual a la infancia. Llegué a un lugar que en apariencia era confortable, sencillo y pequeño, pero no era así. Para pertenecer a el debía desearlo y dejar que me incluyeran en el. El problema fue que la mala impresión que di provocó un quiebre... no, fueron muchos. El orgullo y la soberbia absorbían en mí todas mis virtudes. La alegría y esperanza; amistad y lealtad sólo eran palabras cursis. En ese corto camino, solo se encontraba un ser a mi lado. Siempre incondicional. Aunque intenté todo para alejarla de mi lado, no lo logré. En mi pequeño planeta llegó mi Zorro.
Mi amiga me hizo un dia una ficha técnica con sus datos personales, entre ellos, sus libros favoritos: La tierra era mi luna y El Principito.
Pasaba el tiempo y el entusiasmo por continuar en ese establecimiento se evaporo. Y abandoné mis estudios. Pero, no a mi amiga. Ella seguía siendo mi fortaleza, mi escudo. Recuerdo que en el mes de diciembre de aquel año fuimos al cine y en el micro nos encontramos con compañeras que mientras estaba en el colegio hicieron de mi vida un infierno; me molestaban y yo las ignoraba mirando por la ventana. La Jessica no aguantó y discutió con ellas. Jamás la había visto enojada, fue la primera y única vez. Ese día no lo olvidamos y es el sello eterno de amistad y más que eso, de hermandad.
Con el paso de un nuevo año y un nuevo lugar de estudio, encontré un refugio a mis añoranzas: mis amigos de infancia y a la Jessica. Conocí mucha gente: dulce como el azúcar y ácida como el limón, ambas necesarias. También hallé penas y alegrías; fracasos y triunfos e increíblemente no me sentía a gusto, pensé que la gente sólo buscaba riqueza, pero no de la que puedes utilizar para comprar, sino de aquella que puedes manipular. Era y es el poder. Tengo unas preguntas en mi cabeza que nadie ha sabido responderme: ¿ existe el poder absoluto o es tan solo una ilusión? ¿Aquel que se cree soberano es todopoderoso o tiene a otro ser que lo gobierna?
Fue en ese tiempo que decidí leer nuevamente el Principito, mientras tenía otras tantas preguntas y me decía: “ Si tengo miedo, tengo que gritar y salir de aquí”. Pero, no podía huir. No, no nuevamente. Solo los cobardes se van y tenía que ser lo suficientemente valiente como para vivir.
Lo más lindo de todo fue que, cuando leía el libro, sentí que una parte de mí quedaba impregna en el liceo. En la biblioteca, las salas, en los talleres que participaba y en la gente que estaba a mi alrededor. Descubrí que tenía talentos que no imaginaba: dibujar, actuar, bailar y hasta escribir. Mi desarrollo como persona crecía como mi libertad para entender qué es amar.
Como el muchachito rubio de gran traje azul, decidí viajar para aprender y tener amigos. Reconocí que la gente ya no aprecia una mirada o una sonrisa. “ Como todo lo compran hecho y la amistad no se vende. Ya no tienen amigos”. Ni siquiera tengo el libro, pero recuerdo con mucha claridad los pasajes claves, como imágenes grabadas por los momentos del día anterior. Seguí el camino y en agosto del año pasado le escribí una carta a la Jessica que decía algo como que el fin nunca llegaba; que no confiara en sus pies, pues al iniciar el camino no sabemos dónde podemos llegar... Y ha sido la única carta que he escrito sintiéndome como el Principito.
Y como lo dije antes: “no confíen en sus pies”... Bueno, confíe en ellos y ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Encontré valores, sentimientos que jamas había imaginado. Había en mi una persona que vio un mundo nuevo, que decidió darles a las personas una oportunidad y que las amo aun sin conocerlas, solo porque viven.
Tengo mi rosa, y es especial entre cien mil rosas, porque la he cuidado y he estado junto a él siempre. Nuestra amistad crece día a día.
No podia creer que un libro que antes me parecía complicado y hasta aburrido, halla cambiado y trasformado en mí, mi metodología de vida. Y ahora, cada vez que conozco a alguien y por los azares del destino debemos separarnos, aunque exista distancia lejana o corta, podrán verme en las estrellas, porque viviré en ellas y ellos podran reír conmigo, y desde ese momento soy responsable de cada rosa y zorro que he domesticado. Siempre los amaré.
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