La Trinidad
Hace tiempo, no sé cuánto, existió una pareja que se amo en vida y en la muerte. De este maravilloso amor entre ambos, crecía la RAMA VITAL. Un hijo, el retoño de la inocencia y de no medir cariños y mimos.
La madre le hablaba al hijo todo el tiempo. La vida le parecía verde y roja. Brisa de verano y flores de primavera. Se comunicaban, eran uno solo, dos seres en un cuerpo. Se alimentaba ella y él también. Les quemaba la llama inmensa de la pasión por verse.
Llegó la luz y en sus corazones cargaban la cruz de tiempo. Él no sabía dónde poner los ojos dentro del mundo y sus ojos quedaron fijos en la Flor, Rosa abierta de alegría. No miraba al mundo si no estaba ella.
Pasaban los días y una nube se instaló sobre sus cabezas. La marcha del rojo por las habitaciones de Parral, era la ronda de la incipiente primavera.
Quedó ahí, amando, soñando y ciego. Pasaban los brotes de los árboles y seguía soñando.
Llegó a su sueño la persona, la que rondaba las noches la cabecera de su lecho. Miraba de reojo las risas entre las cobijas; quería con ferviente paciencia la tierra que él pisaba.
_ ¿Qué es amar? _ Preguntó, dando el primer paso más allá de él.
_ Ya lo sabes_ respondió el ángel celestial.
Y en ese instante la Mamadre se acurruco al lado de ambos.
_Perdona. No lo recuerdo... Insistió: ¿Qué es amar?- Dijo Pablo.
_¿Puedes recordar cómo te sientes cuando estás en el patio con los brazos abiertos... – El ángel le ayudo. – Amar es girar.
_ ¿ Dar vueltas? _ Dijo el niño sorprendo.
_ No sólo eso, es cuidar; es alegría y dolor; es frío y calor._ Y la Mamadre sonrío.
_Es como tú: me arropas; cuidas del hervir de mi cien; cocinas y remiendas, siempre sonriendo, infatigable y brillante como el sol.
_ Es hora de irte. Las estrellas y el gato ya están peleando
y la luna bromeando.
Debes volar por las nubes y cantar con las luciérnagas.
Buscar el horizonte lejano, alcanzarlo y tratar de descubrir
a cucharadas de insomnio y de pereza
el amar y la tristeza. _ Lo instruyó y beso su frente.
_ Mamadre, yo te amo. y amo al ángel que te envió a cuidarme después de ella. Esa que me contuvo dentro de sí por mucho tiempo.
Eso fue: Trinidad. El ángel, el hijo y la Mamadre. Siempre verdes y olvidados los rojos que temblaron al definirlos. Dios los crío y los juntó. Y el que quiere celeste que le cueste.
La Mamadre y el Ángel: no hubo eterna oscuridad, sólo contemplaron todos los instantes. Lo amaron y el tiempo no pasó en vano, la cruz no era mal, sólo era eso: vivir.
Nadie los veía, podían ser o no ser. Sus raíces se afirmaron y esto fue lo último que le oí decir al niño convertido en hombre:
“y cuando todo estuvo hecho
y ya podía
ya sostenerme con los pies seguros,
se fue, cumplida, oscura,
al pequeño ataúd
donde por vez primera estuvo ociosa
bajo la dura lluvia de Temúco.”
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