La verdad señor es que ya era costumbre. Yo llegué en marzo y ya era costumbre. El sargento Delamaro se encargaba de disciplinar a los prisioneros. Según él, habían órdenes superiores para interrogatorios regulares. Habían rumores que lo confirmaban. Al parecer el capitán Belamont estaba enterado, decían que lo habían visto presenciar algunos casos.
En mi primera semana me llamaron para que de una mano. También llamaron a Anderson y a Pérez, que eran novatos como yo. Nos dijeron que nos presentemos frente a la puerta de la sala de interrogatorios. Llegaron gateando cuatro prisioneros desnudos. Estaban bien asustados. Detrás los arreaban el sargento Delamaro, Bahlad, Matthews y Clemens. Venían con fusiles, riéndose, picandolos con los cañones de los fusiles donde usted sabe, donde más jode. El sargento dijo “A ver, empecemos con este que no quiere hablar desde que llegó” y de una patada metió en el cuarto al más asustado. Uno flaco, más joven que los otros, tendría veinte años. Nos hizo entrar a los tres novatos y Bahlad nos siguió. Lo sentaron y empezó todo.
Delamaro lo abofeteaba, le pedía direcciones, le preguntaba a gritos dónde estaban los otros de su banda, algunos nombres en árabe mal pronunciado. Bahlad interpretaba y el muchacho meneaba un poco la cabeza entre golpe y golpe, no decía una palabra. El sargento se detuvo y comenzó a hablarnos del prisionero. Nos decía que en el allanamiento en que lo detuvieron encontraron un arnés de explosivos para ataque suicida, cuatro AKMs y kilos de municiones, que había sospechas de que una de esas armas había sido usada contra los dos civiles que acribillaron en diciembre. De vez en cuando lo golpeaba de nuevo en la cara y seguía acusándolo de más cosas, o preguntándole lo mismo. Además, preguntaba a cada rato al aire, sin esperar respuesta: “¿Qué deberíamos hacerle a este hijo de puta?”,”¿Qué deberíamos hacer con este perro?" En una de esas se pronto el sargento se calmó, volteó hacia mí, y me preguntó a mí directamente: “Klutz ¿Qué hacemos con esta porquería?” Dudé un momento y respondí “Golpearlo sargento”. Me dijo “Ok procede Klutz”. No sabía que hacer. Me quedé un momento ahí parado mirando al prisionero. Pensé que me ganaría un problema si seguía paralizado con todo el mundo ahí mirándome. Delamaro me miraba y creo que se estaba inquietando. Entonces reaccioné. Simplemente cogí una silla y se la rompí encima al tipo.
Nadie dijo nada. El sargento me dio unas palmaditas en el hombro y me dijo que me vaya. Desde el final del pasillo voltié y vi que lo scaban arrastrando y hacían pasar al siguiente.
Esa fue la única vez que estuve en eso. No me volvieron a llamar. Parece que por esa vez pensaron que era demasiado loco para esos asuntos.
Desués lo que usted sabe señor, las fotos y todo eso. Los estúpidos de Clemens y Barrings las tomaban. Bromeaban que se las enviaban a sus novias por email. |