Debajo de mí, la casa alojaba inmensidad de recuerdos; las plantas; los óleos; la madera de los pisos. El aroma fluía por la galería, impregnada de todos los sentidos; los rosales albergaban la lozanía de sus pétalos; airosos y dulces; mientras las enredaderas trepaban en el preludio de las tejas; irreverentes; verdes. Un sauce llovía su mirada sobre el techo, acariciando un recorrido lánguido de ramas; detrás, los pinos ramificaban sus brazos por encima del cielo; gigantes; amenazando al territorio con sus piernas gordas. El sol jugaba entre los nidos, en un aleteo inquieto con las luces y las sombras, del plumaje de los pájaros; como un brillo dorado que aprisionaba la tierra, bajo el semblante de la casa; en medio de brotes y matas, que se expandían con el aire jugoso de las flores. Los escalones preservaban una madera añeja; que se prolongaba en el piso de las habitaciones. Me senté en los sillones del living; en veinte años, el decorado aún permanecía, al elegido por sus moradores. Las paredes se vestían entre el morado y el verde; cubiertas de cuadros valiosos; luces antiguas, y adornos de estilo. Un par de cortinas naturales, descendían del barral, para arrollarse sobre el piso; detrás, las ventanas infinitas, se perdían en la hermosura del parque. Quedé prendada en los recuerdos del lugar; un matrimonio anciano, sin hijos, había pasado toda su vida, para morir el mismo día, de diferentes causas. El cielo oscureció sus luces, para encenderse en el fuego del hogar; la tibieza recluida en la madera, brotaba dentro de mi piel; y en los leños, salpicando chispas, que flotaban en el letargo del ambiente. El silencio me convidó su paz, para abrazarme en un ensueño cálido; entonces mis ojos se perdieron, bajo los colores enrojecidos de la noche. La mañana iluminó mi rostro vagamente; aún hacía frío; avivé el fuego con más leños, que rechinaban quejosos, al compás de la ópera.
Detrás, las paredes latían su temor a extraños, en un sin fin de sonidos guturales; crujidos; movimientos; y alaridos, iban intensificando su tenor, paralelamente a Verdi.
Yo no escuché, ni vi nada; al atardecer, mis ojos se fundieron nuevamente con el fuego. Después, la quietud volvió a reinar en la casona.
Hoy el murmullo, volvió a despertar las paredes añejas; en la puerta, un matrimonio de ancianos, comenzaba a desempacar sus valijas.
Ana Cecilia.
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