ºBajo el puente empedrado
caen lágrimas de azufre.
Su rostro está pálido,
sin vida,
cayendo en pedazos,
llorando melancolías.
Esta sentado, quizá flotando,
bajo un árbol amarillo,
de esos viejos,
que son reliquias
en la Quinta Normal.
Las hojas secas caen
pesadas en su cabeza;
le recuerdan caricias,
dedos tibios, labios enguindados,
la presión de un cuerpo
húmedo sobre el suyo.
Revive momentos, suspiros,
sonrisas y gemidos;
palpa con sus manos
cabellos de seda en el aire;
recorre curvas, suavidades,
de un cuerpo gracioso,
casi insulso.
La niebla lo cubre,
él abre sus ojos tímidos:
Ahí esta ella, pura,
insondable,
como una poesía musical.
Vestida de gris le sonríe,
en burbujas de cristal.
Esta hermosa, como siempre,
delicada como un suspiro,
fresca como un mar.
En la oscuridad ingrata del bosque
su cuerpo fino brilla
en un fulgor de irrealidad.
Él la mira enajenado
celoso de la niebla que la besa,
pues él se acerca
y no la puede tocar.
A cada paso ella se aleja,
siempre sonriendo,
cubierta de paz.
Entre las hojas que llueven
él comienza a llorar.
Recuerda gritos, auxilios,
latidos en desesperación.
Recuerda el río, la corriente,
las aguas furiosas golpeando las rocas.
Recuerda nostalgias teñidas de sangre.
Su memoria colapsa,
se quebraja,
y por fin la ve: a su dulce princesa.
Rodando la observa caer por la ladera.
Su amada grita terrores,
sus labios imploran ayuda.
sus ojos se cierran
en temores olvidados.
El agua acalla sus quejidos.
Él arranca con cuchillos
su propia tristeza,
su propia alma.º
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