Ella se había dormido entre hojas secas, el día le había parecido eterno, y el sol que se dibujaba entre los árboles le provocaba un profundo y dulce sueño. Cerró los ojos y una melodía agua miel se empezó a bosquejar en su piel, ella sentía cómo los colores se internaban suavemente en su sangre y le hacían rosquillitas en la panza. Se estremeció de pronto, una extraña sensación invadió su espalda, ya le era prácticamente imposible dormir. Se levantó y se paró en frente de una poza cercana, se puso de espaldas, miró hacia atrás y súbitamente se sorprendió. Dos protuberancias se comenzaban a pronunciar en las esquinas superiores de aquella. Sintió temor, pero la verdad era que no le dolía, sólo era muy diferente a los días que había vivido. Bruñida su piel, adquiría cada vez más un matiz entre blanco y crema, de pronto se rompió la piel, pero sin las características usuales de una herida. Parecía algodón, pero era más suave, se asemejaba a las escamas pero eran menos resbalosas. Cualquiera podría haber dicho que era terciopelo, o incluso una tela extraña hecha de nieve por ese color tan puro, pero por sobre todo era mágico y cuan real. Eran alas, como las que salen en los cuentos de hadas, de esas que les dibujan a los ángeles, simétricas al reflejo de las alas de un pájaro grande y majestuoso. Ella, después de mucho había sonreído al verlas extendidas, sintiendo esa transmisión de poesía. Caminó por las calles, nadie parecía notar sus alas, lo cual le pareció mejor porque jamás le había gustado ser tan observada y menos por gente que no la conocía en lo absoluto. En su piel continuaba ese jardín de flores que nadie más podía ver. Pero él era distinto, él no tuvo que dar muchos pasos para notarla, reconocía las líneas de su rostro, y además, desde antes de ese suceso extraordinario que él había visto alas en ella. Ahora podía sentir más intensos sus matices, pero siempre había estado el aerolito que la hacía brillar.
9:15 PM 27 agosto 2005.