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A mi sobrino Fernando.

Todos quedamos admirados del razonamiento hecho por aquel muchacho; quien -como te digo-, tenía toda la compostura de una persona muy simple, huidiza y hasta un tanto tímido, a primera vista. Pero, dado que demostró e hizo patente tal capacidad en su discurso, nos dejó más que convencidos a la mayoría, que era poseedor de un intelecto potente, profundo y razonador. Por lo mismo, uno de los oyentes, a quien le decían "el Charro", un hombre común de aquel pueblo, un poco gordo, que usaba sombrero de grandes alas, como los que acostumbran los costeños, y ropa también holgada, le avanzó una pregunta, mientras se alisaba el bigote grueso y tupido:
—Oye, Teto, y ¿por qué hay blancos y hay negros en la tierra?

—"Teto", le sonrió agradecido, y dijo: "Agradezco a tan noble persona que me sigue ofreciendo con su pregunta este podio popular, para ofrecer un bocado de alimento cultural en el ayuno que adolecen y viven engañados muchos que son blancos, y por eso se creen superiores a los demás.
Esta diferencia elemental y natural es una capacidad propia de organismos superiores, y ha constituido en no pocos momentos de la historia de los pueblos, y lo sigue haciendo, aún en el presente —¡quién lo dijera!—, diversos géneros de problemas de racismo, desprecio y rechazo; todo lo cual se ha originado por falta del más simple rudimento de ciencia de la historia de la evolución humana y del funcionamiento de la corteza cerebral.
Comenzaré —anotó Teto— por decir que en forma incorrecta se ha encajonado a las personas humanas con el apelativo de "razas".
Desde la antigüedad, los pueblos han tendido a clasificarse unos a otros con criterios muy poco científicos, y tomados desde situaciones particulares y no pocas veces, podemos aseverar, en orden a sus propias conveniencia; por lo tanto, arbitrarios e inexactos. Por ejemplo, para los griegos, "bárbaros", eran todos aquellos pueblos que hablaban una lengua distinta de la suya.
—¿Díganme Uds., señores y señoras que me escuchan, si sería esto justo en la cabeza y razonamiento de este pueblo que se caracterizó por ser el padre de la cultura occidental, de que todos aquellos que no hablaran su lengua eran unos seres disminuidos, vulgares y primitivos?
—"Pues, yo creo que no es justo ni es prudente", —dijo reflexivamente "el Charro"—, que seguía atento e interesado en el discurso de "Teto", para saber el por qué de la diferencia entre blancos y negros.

Entonces el orador siguió su disquisición en forma pausada y clara, como quien estaba dando una lección en un aula de clase.
—"Al respecto, y de entrada, diré algo que nos afecta a nosotros los habitantes de este continente Americano. Un pensador del siglo XVI, llamado Ginés de Sepúlveda, entendía y proclamaba que los indios de América, eran “monos”, y no quiso decir bonitos, sino que eran "como los changos".
En los Estados Unidos, la famosa nación que se gloría de llevar las riendas del mundo en todos los avances de la humanidad, ha habido personajes como un tal Chamberlain, así como otros, la familia de los Grant, por ejemplo, que pasan por ser los más furibundos racistas; muchos de éstos grandes llegaron a la vulgarización y odio en su afán de hacer prevalecer la superioridad de los blancos sajones sobre los indios y los negros, que promovieron la guerra a muerte contra los aborígenes y luego contra los negros negándoles todo derecho.
Lo mismo se puede decir de los Europeos —sede de la milenaria cultura humana—, quienes parece más bien que van en retroceso.
En el siglo pasado Nietszche y en la primera mitad de este siglo, un alemán, de apelativo Rosenberg, habló tanto acerca del superhombre ario, que provocó la Segunda Guerra mundial, porque según él y los alemanes locos que lo siguieron, ellos eran la única raza que debería existir, y todas las demás eran malditas e inútiles.
—Locuras, estupideces y afanes nacionalistas; endiosamiento y prepotencia, esto es lo que ha llevado a los nuevos Caínes a despreciar y matar a sus hermanos.
Porque, según la ciencia —dijo Teto—, pues vamos a movernos en este campo, excluyendo a algunos grupos raciales poco evolucionados o biológicamente deteriorados por circunstancias especiales, como los "tasmanios", los "pigmeos", los "negritos de Filipinas" y algunos aborígenes australianos, cuya capacidad craneal se mantiene en un orden menor que la media normal humana, y quienes de hecho, su capacidad mental parece tener un "techo" más bajo que el del resto de los grupos biológicos humanos; hecho que sin embargo, habrá que estudiarse a nivel genético, para ponerlos aparte.
Exceptuados, con las aclaraciones hechas, estos pequeños grupos, para el grueso de las llamadas razas humanas, podemos asentar científicamente que en las mismas circunstancias (medio, alimentación, educación, motivaciones), la capacidad y rendimiento intelectual de todas ellas es básicamente la misma. Y nada tiene que ver el color de la piel o los rasgos de los ojos, etc., con el desarrollo intelectual, habilidad y caudal de riqueza humana.

—"Y quise dejar asentado esto, para partir de una base que nos haga entender mejor la pregunta del Charro" —aclaró Teto—. Luego continuó desgranando su discurso: —Porque nosotros mismos, como mexicanos, y por el color de nuestra piel, a veces nos sentimos inferiores a los blancos, creyendo equivocadamente que los blancos tienen mayor capacidad intelectual de aquellos de piel oscura. —No, señores, —de ninguna manera y bajo ningún concepto puede ser esto incontestable.
Pero, mejor abordemos la cuestión, y desatemos el nudo que ha llevado a tantas contradicciones e injusticias entre los hombres, por adolecer de instrucción y vivir, a pesar de sus fementidos avances culturales, en una crasa ignorancia:
—¿Por qué existen blancos, amarillos, mestizos y negros? —Y todavía, podemos profundizar más: —¿Por qué los de piel más oscura son los que, de hecho, están en circunstancias socioeconómicas inferiores, mientras los de raza blanca, efectivamente, se encuentran a la cabeza de la civilización?

Hemos dejado asentado antes que, si todos los seres del género humano de la tierra tuviesen las mismas condiciones, se encontrarían, indiscutiblemente, por la idéntica capacidad intelectual que poseen todos, en homónimas circunstancias. Pero la realidad no es así, ya que de hecho vemos que los hombres más blancos se encuentran en mejor situación y coyuntura que los de piel más oscura.
Vamos, por ello, y sin adentrarnos en tecnicismos y fraseologías que están fuera de este respetable auditorio, a ofrecer una explicación racional sobre esta incógnita, que planteó nuestro amigo "El Charro": —¿Por qué hay blancos y por qué hay negros?

La distribución geográfica de las razas como podemos reconocer, indica la existencia de una gradación de oscurecimiento de la piel que va de norte a sur, y lo mismo al revés, de sur a norte. Esto se debe simplemente a una facultad natural del cerebro que tiene la capacidad de controlar la melanina o pigmento oscurecedor de la piel, elemento que tiene un valor de supervivencia en las zonas donde el sol llega con mayor intensidad o torridez.
Efectivamente, donde es más apremiante la insolación, la melanina protege a los individuos del exceso de rayos ultravioleta, mientras que en las zonas más nubladas del norte la reducción de la melanina —o la blancura de la piel—, permite una mayor absorción de los rayos ultravioleta, que los hombres necesitan para la formación de la vitamina D, necesaria al cuerpo humano.
Individualmente, éste es tan sólo un mecanismo de adaptación que desarrolla y pone en juego el cerebro, y que podemos comprobar cada uno de nosotros cuando nos ponemos más morenos en verano, o cuando trabajamos expuestos al sol, y lo contrario, cuando puestos en la sombra o trabajando bajo techo, o bien llegado el invierno lo perdemos.
Este simple proceso y obra de la naturaleza es el origen de las llamadas razas de color; este es el mecanismo que explica su existencia de las diferencias que se observan hasta hoy; sólo que ha sido entendido mal y absolutizado con miras ventajosas por parte de los hombres.
Resulta claro entender que para que hayan adquirido la fijeza que ahora tiene la piel de las personas, habría que pensar no en cientos, sino en miles de años, pues el hombre es bastante vetusto en el mundo.
En los grupos humanos muy antiguos que hubieron de desenvolverse en climas más septentrionales, o sea, los menos expuestos al sol, y que requerían, por tanto, el auxilio de abrigos artificiales, la escasez de pigmentación constituyó una ventaja adaptativa que se fue incorporando a las características hereditarias de la raza; lo mismo ocurrió con los que vivían en el centro del hemisferio, donde el sol ardiente les dio esta natural protección, y ellos la hicieron suya y la heredaron a sus descendientes.
Por consiguiente, el grado de despigmentación: otros colores, como el de los orientales, que se llaman de raza amarilla, o el nuestro mexicano que es cobrizo o bronceado, depende del tiempo transcurrido desde que la adaptación natural "melánica" a los rayos ultravioleta fue sustituida por la protección artificial de las pieles y de las cuevas, necesaria en climas fríos, donde los hombres tuvieron que ingeniárselas para suplir con sus técnicas la protección que la Naturaleza no le dispensaba gratuitamente.

Sin embargo, con todo esto, podemos estar de acuerdo con lo que la ciencia proclama recientemente acerca de los orígenes del hombre, donde señala, sin ambages, que todos los seres humanos tienen como tronco común la raza negra. Y esto es verdad, porque ese fue el primer abrigo, es decir, el color que le dio la Naturaleza al hombre, cuando desnudo salió a la existencia.
Por lo mismo, el color de la piel, no indica una mayor o menor capacidad biológica o mental, como hemos dejado asentado al comienzo. Sino que, más bien, el color quiere decir, sencillamente, el período de tiempo transcurrido desde que el hombre se vio obligado —so pena de perecer— a intensificar la producción superficial de un medio ambiente que lo protegiera con mayor eficacia de una Naturaleza hostil. La blancura de la piel no sería, pues, sino un indicio de la antigüedad de los primeros procesos de aculturación y del grado de esfuerzo de adaptación requerido para sobrevivir en un medio más duro.
Al emigrar más hacia el norte, o hacia el sur, los hombres se encontraron con climas más difíciles; también con tierras que demandaban mayor capacidad y esfuerzo para hacerlas productivas. Por eso, hemos de dejar bien asentado, que en su sentido más positivo, los hombres blancos, son herederos del esfuerzo, del trabajo, de la inteligencia puesta a rendir, y que ha sido un modo de dominar la naturaleza y adaptarla para su servicio.
En cambio, los de raza más obscura; por el hecho de tenerlo todo, o casi todo, no han tenido que emplear toda su capacidad, ya que el ambiente les ofrecía a la mano cuanto era necesario para vivir, y no los obligó, por tanto, a emplear más a fondo sus facultades y posibilidades, con lo cual acarrearon sobre sí el progreso y mayores adelantos; así podemos comprender naturalmente, siguiendo las leyes de la lógica que, ante menos esfuerzo, menos trabajo; a menor rendimiento de la capacidad, hay menos frutos. Pero, ¡atención!, no es que no las tengan, sino que no las han desarrollado.
Simplemente, por la ausencia de preocupación o exigencias para subsistir, pues contaban con lo indispensable, podían vivir sin cuestionar o problematizar la existencia. Y ese fue el sambenito para que a los hombres de piel oscura se les considerara, en una mentalidad de conquista, como seres inferiores. Porque no tenían grandes construcciones, ni adelantos, y vivían en contacto con la naturaleza, dependiendo totalmente de su ambiente.
En atención a dicha mirada superficial, se les llegó a identificar por el hombre blanco como incapaces y, muchas veces como a los mismos animales; y de ese modo les trató y quiso explotar, como una mercancía sin entendederas, como brutos y animales; de donde surgió la esclavitud. Pero, aquello que no entendieron muchos de los insensibles conquistadores, era que las gentes de las zonas tropicales no tenía necesidad de trabajar; y que por esta razón suficiente no lo hacían. No porque no fueran inteligentes o capaces.

La división, distinción, relegación, desatención, humillación y desprecio por parte de la raza blanca se dio cuando éstos empezaron sus exploraciones hacia los continentes poblados por seres de piel más opaca; quienes, olvidando su tronco común, explotaron no sólo los bienes que la naturaleza pródiga derramaba sobre los de raza oscura, sino a ellos mismos, usándolos como cosas y como objetos, al creerlos raza disminuida e inhumanos. Y esta es la herencia y concepción que ha quedado hasta nuestros días.
Porque es lo que nos han hecho creer desde siempre los voraces colonizadores y se continúa poniendo en práctica, cuando inventando sueños dorados hacen que muchos giren en torno al control de sus perversas economías y maquinaciones que se mueven desde centros y mentes criminales y protervas.
Cierto, echan de vez en cuando un pedazo de pan a los pobres, los cuales, disminuidos y hambrientos, sin bienes propios, ni cultura —pues todo les han robado—; sin oportunidades de progresar y amarrados a un destino de limosna y miseria, se siguen creyendo deficientes, menores y aventajados por los blancos. Porque en su malicia éstos les han dicho que son inferiores a ellos por ser de otro color; y aún quieren que se les reconozca como protectores y bienhechores singulares, cuando brutales continúan siendo sus navajas guillotinadoras de exterminio.

—Pero, señores —elevó la voz Teto el orador—, sorpréndanse de la realidad que ahora desatamos de su nudo y observamos en sus entrañas más profundas. Y ésta, no es otra, sino aquella que resalta más cristalina, patente y luminosa con la simple mirada y el análisis de la realidad que hemos descubierto hasta aquí; la cual todos podemos ver y comprobar con meridiana certeza, y es:
Que todos los blancos al negar el tronco común de la raza humana, al pisotear la dignidad y los derechos humanos, al explotar, despreciar y querer dividir, para controlar a las personas a causa de su color y situación, ellos, en realidad, son los bárbaros, crueles, salvajes, monstruosos, disminuidos, pobres en humanidad y espíritu —aunque sean rubios—. Esto último lo remachó con énfasis.

Así pues —dijo finalmente Teto— concluimos nuestro relato, asentando que es claro el origen de los colores entre los seres humanos; y, diciendo que, el problema que los hombres inventaron sobre las desigualdades raciales, negros y blancos, cobrizos o amarillos, no es cuestión de capacidad mental de los individuos; sino que, para todo aquel que piensa razonablemente, es un asunto que se debe plantear siempre y simplemente en términos biológicos e históricos, como hemos demostrado, y que tienen ciertamente una portada de mayor amplitud que esta breve síntesis que hemos hasta aquí descrito —la cual, por cierto, ahora nos vemos precisados a cortar, porque ya se llegó la hora del Rosario—, pero queda claro que nunca hemos de referirnos a ella con vocablos de negros fatalismos ni tampoco minusvalorar a nadie, porque todos somos iguales...".

* * * * *
Con esta última frase, puso silencio a su disquisición nuestro amigo Teto, el cual tranquilo, inmediatamente pasó al interior de la Iglesia, yendo directamente a ocupar una de las bancas de enfrente y recogiéndose devoto; mientras el sacristán encendía los cirios del altar. A la par entraron muchas mujeres y casi todos cuantos se habían entretenido a la entrada del templo para escuchar sus discursos. Y, una vez en el interior del recinto sacro se prepararon a seguir la oración mariana que "Teto" en voz alta comenzó a recitar en forma piadosa.
Y, mientras yo me dirigía también hacia un rincón del templo, seguía interesado por saber quién sería aquel muchacho pobre y sencillo que así razonaba y sabía decir tan bien cosas de gente estudiosa y capacitada.
Uno de los oyentes que habían estado desde el comienzo, adivinó la pregunta que se movía en mi cerebro, porque escuché que le dijo a otro, mientras avanzaban hacia la puerta bornal del edificio sagrado: —"Te imaginas si "Teto" hubiera ido a la Escuela, o se hubiera metido al Seminario, ¿cuántas cosas más no sabría decir?, con esa grande inteligencia que tiene".
El otro, un señor de pelo completamente cano y con un bastón en la mano, que le había costado levantase de su puesto de oyente, movió su cabeza, como diciendo ¡lástima!, y le dijo: —¿Pues a qué se dedica el "Teto", tú? Y el primero le respondió: —"Ah, pues, ¿qué no lo sabes? —Es el bolero del jardín".

* * * *

Y desde entonces me hice amigo de este famoso Bolero, a quien siempre visito cuando estoy de paso por aquel pueblo donde vive. Él no había dejado de escribirme hasta hace poco —porque sin duda debe estar enfermo—; y, siempre que lo hacía me comentaba la situación del país. Sin embargo, sobre todo me escribía para lamentarse de que sus discursos, —los cuales sigue pronunciando donde hay acopio de personas —como en plazas y jardines—, pero, no llegaban a la razón y la acción de la gente, —y me confiaba que: —"tal vez, porque no soy ni un científico, ni profesor, ni nada... sino un simple bolero".

Texto agregado el 08-10-2003, y leído por 647 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
19-04-2004 Simplemente hermoso. Felicidades. Barangel
 
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