Me gusta la noche y las esquinas a media luz, las veredas oscurecidas, el ruido apocado de la malsanidad maquinal de esta ciudad de humo y motores, de peatones atrasados y enfurecidos, de rostros petrificados y descoloridos, aquél túnel intermitente que aparece cuando el sol se ocultó hace rato y uno que otro lugar comienza a oler a alcohol y cigarrillos, a hielos mezclados, a sudores revueltos y a conversaciones estimuladas por el girar vertiginoso del carrusel nocturno de los perdidos, los buscadores, los detractores y los vagabundos, los rockeros y los bohemios, los payasos y los estúpidos y los que somos un poco de cada cuál y a veces un poco de otras cosas también. Me gusta ver la silueta de tus labios recortada por las palabras continuas y silenciosas de un foco mal parado, me gusta oírte medio borracho cuando caminamos contemplando la luna, me gusta cuando te imagino, cuando ya no existes, cuando eres otra, cuando te cambio, cuando te empiezo a conocer de nuevo y luego me botas una vez más. Me gusta vivir rodando de lado a lado, ser lo peor del mal ejemplo, usar las malas palabras, las malas costumbres, las malas horas. Quiero soñar sin detenerme, recorrer con mis ojos ambos lados del horizonte a un metro del suelo, tirarme al suelo en cualquier parte, rezarle a cualquiera que no sea Dios, entender que hay tantas cosas que no son más que una estupidez, vivir la vida ojos abiertos, corazón en mano, descalzo, transparente, oscuro e iluminado, pensando, sintiendo, amando cuando se pueda, creando cuando se debe, olvidando si es que alguna vez se puede aprender a olvidar. |