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El ascensor se detuvo en el piso diecisiete; él entró con aires desprejuiciados; pelo revuelto; rubio; bronceado. Su perfume traspasaba las fronteras de mi cuerpo, en un aroma dulce y presumido. Con su traje azul, y corbata haciendo juego, esbozó un, -“¿Cómo vas?”, - introduciendo su frescura en mi rostro, algo ruborizado, que no dejaba de mirarlo - Le respondí con el mismo aire, que renovaba las paredes metálicas, junto a un gesto de complicidad. En el piso décimo, una joven con una diminuta minifalda, compartió nuestra morada móvil; él volvió a mencionar, su ya trajinado saludo light. Nerviosa, me mantuve dentro de mi pequeño espacio, casi al borde del poco aire que reinaba allí; si bien nunca había tenido claustrofobia, algunos rasgos de ella, comenzaban a invadirme. Seguir bajando, me costaba cada segundo, más. En el octavo, otra vez el móvil se detuvo; una señora mayor, con bastón y polleras largas, asomó su figura. Entonces, éramos cuatro; mi estómago se había paralizado, en un estallido nervioso; el cielo de aluminio, empezaba a darme vueltas, sobre el contorno de mis ojos; tuve miedo; bajo el campo de la traspiración, el agua me recorría todo el cuerpo; apoyé mi espalda, en el pequeño espacio que quedaba; sofocada; nauseabunda, hasta que el galante bronceado, me preguntó:
- ¿ Te sentís mal? - Las lágrimas descendían junto al sudor de mis mejillas; y casi en un último suspiro le dije -
- No, solo estoy algo..........

Me desperté en la planta baja del edificio; sus manos aún estaban acariciando mi rostro, a la espera del doctor. Con algo de vergüenza, le agradecí su buen trato y preocupación, lo cual era algo raro en un hombre actual; y después de la revisación del médico, al no ser nada más que un episodio fóbico, partí a mi trabajo, de vendedora en una tienda. Después de la controvertida salida, el calor seguía reinando sobre los caminantes del asfalto; junto a la muchedumbre apresurada, que latía en todos los rincones. La tarde no fue muy grata, solo algunas compradoras indecisas, que acentuaron mi fatiga. A la salida, era de noche; junté todas mis fuerzas, y regresé al departamento. Un mundo de gente aún seguía transitando las calles; estaba cansada; algo preocupada. El muchacho salió imprevistamente de las sombras, y con un tirón, me arrancó la cartera del hombro; me quedé tendida en el piso, al borde de las lágrimas; - ¡Ladrón! - grité, con lo último de mí; aunque nada cambió las cosas -
Y casi exhausta de tanto trajín; llegué al edificio; como era de esperar, las llaves habían quedado en la cartera. Casi de la nada, apareció el atractivo hombre de la mañana;
- ¿Te abro? - susurró en mi oído -
- Si, claro - le respondí, ¿para qué contarle todo?..., pensé.
El ascensor nos volvió a llevar al paraíso del hogar; por suerte, siempre tenía un juego de llaves escondido, debajo del felpudo. Sus galanterías, no dejaban de flotar sobre mi piel. Pálida pero con ánimo, afronté el desafío de permanecer dentro del móvil; total, solo éramos dos. En el piso doce, las luces comenzaron a titilar; el terror volvió a mis vísceras. Él, continuó con su monólogo elocuente; yo, trataba de escucharlo; y en el quince, las paredes se detuvieron por completo: - ¡Se cortó la electricidad! - dijo. La oscuridad se apoderó de mí; aferrada a su mano, me desparramé en el piso; el perfume seguía invadiendo el aire, aunque ahora solo acompañaba a un cuerpo, carente de todos los sentidos.

Ana Cecilia.

Texto agregado el 06-01-2003, y leído por 615 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
06-01-2003 Hoy he sido el primero en leerte. Haces un detallado análisis de las emociones que a veces sentimos cuando nos encontramos cerca de alguien que sin saber por qué nos corta la respiración. Buen relato alqutun
 
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