El lugar fue pensado, ideado, proyectado y realizado para lo que era: un enorme y lujoso "taller de reparación de humanos". El día de la primavera transcurrió, por la mañana, como cualquier otro día hábil, entre rutinas de gimnasio, sillas de ruedas transportado pacientes a las distintas terapias, cuerpos maltrechos, miradas, miradas, miradas....entrecruzandose por los pasillos impecables. Ruedas y pasos yendo y viniendo sobre un brillante piso gris. El ventanal permitía ver la vida de afuera. la autopista con su sangre de motores en movimiento continuo, Allí adentro, a otro rítmo, con otras urgencias, un grupo de humanos intentabamos sonreir a pesar de todo. Alentarnos unos a otros. Contar nuestros respectivos "accidentes" en esa forzada comunión de angustias y espectativas. En el parque, muy bellamente diseñado, había senderos que conducían a diferentes lugares para la caminata y la contemplación. El sauce, como llamabamos a ese espacio presidido dpor un gran sauce llorón era el lugar favorito de todos. Por la sombra y la ubicación - desde allçi se podía observar perfectamente el paso de los vehículos por la autopista- pero sobre todo, porque había allí una imágen de la Virgen donde nos refugiabamos para la oración, el llanto o simplemente a contemplar esa apacible iámgen en busca de consuelo. El 21 de setiembre fue como otro día cualquiera - por la mañana- . Pero al llegar el medio día nos avisaron que estabamos todos invitados al inmenso holl central, que dividçia el edificio en dos sectores, el de infantiles y el de mayores. Así fue que allí fuimos llegando, incorporándonos al grupo que ya se encontraba ubicado en mesas donde había comestibles salados y dulces y bebidas sin alcohol.
Empujando la silla en la que transportaba al amor de mi vida, también me uní a ese conjunto de voces que intentaban mostrar alegría por la fecha. Era primavera, había que sonreir. Los medicos, enfermeros, terapeutas y camilleros, animaron la reunión. Cantaron y hasta bailamos. Si, bailamos, moviendo las sillas al compás de algo que mucho se parecía el golpe horrorizado de nuestro corazón. También yo bailé moviendo esa silla. Esa maldita silla que me certificaba todos los "nunca más" de nuestras vidas. De repente, tomé a mi amado de las manos y lo insté a levantarse. Con enorme esfuerzo lo logramos. Pudo pararse un momento. Allí, abrazados, dimos como pudimos dos pasitos al ritmo de la musica. Creo que ambos presentmos que ése era nuestro último "día de la primavera" |