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Aquella tarde habíamos llegado pasadas las 5:30 de la tarde. A pesar de ser nuestra cuarta visita, una vez más nos perdimos. Después de un par de vueltas a través de las calles sucias de aquel barrio humilde llegamos al asilo. El asilo estaba sitiado por algunas cuantas casas de color blancuzco y una cancha de fútbol donde pastaban, o mejor dicho, mendigaban un poco de hierba, un par de asnos.

Un señor a simple vista anciano, cruzó con nosotros en la entrada. Era un hombre de unos 150 cms. de altura, de tez morena y cuerpo delgado

- Buenas tardes - exclamó cortésmente, mientras seguía su camino a tal ritmo que los mendigos borricos lo envidiaban. Al ver que se nos escapaba, mi esposa contestó rápidamente
- buenas tardes señor, ¿gusta un pedazo de pastel?, les trajimos a todos- su respuesta fue igual de veloz que sus pasos - no gracias, Dios los bendiga, denle a los demás viejitos, yo voy a caminar
- Que bueno que hace ejercicio, ¿Cómo se llama usted? - Pregunté.
- Soy Carlos, tengo 104 años y camino 70 cuadras diarias - comentó orgulloso.
- ¿En serio don Carlos?, ¡que bárbaro!, felicidades
- Así es, además puedo hacer lagartijas y sentadillas - comentó, mientras se aventaba tres de las segundas.
- ¡Caray don Carlos! Usted nos deja perplejos, ¿cuántos años dice que tiene?
- 104, allí tengo mi premio de los 100 años, me lo dio el gobierno
- No pues muchas felicidades, espero deje algunos años para nosotros

Sólo una sonrisa y un “bueno, Dios los bendiga, pásenle, me voy porque tengo prisa”. Aún emocionados por tal vitalidad, pasamos por un pasillo lleno de cuartitos de unos 9 ó 10 metros cuadrados pintados de melón. En total 14 cuartos, uno pegado al otro, pared con pared. En dichos cuartos vivían 15 ancianitos, ya que uno lo habitaba un matrimonio. Todos ellos eran autosuficientes, entendiendo por ello, que podían atenderse por sí mismos, lavar su ropa, comer solos, asearse. La organización que subsidiaba el asilo les brindaba un techo, comida y una persona que les cocinaba. Todos los demás quehaceres corrían por cuenta de cada asilado. Comían en un comedor donde se les servía en ciertos horarios, en dicho comedor estaba colgado el premio de Carlitos por su primer siglo de vida.

Aquella ocasión, como siempre sucedía, algunos no quisieron pastel, otros hasta corrieron al comedor por su porción y otros sólo lo aceptaron gustosos. En realidad, cada viaje al asilo era el mismo protocolo: entrar, saludar, repartir los presentes, recibir bendiciones y un par de palabras más, y decir adiós. Sin embargo, aquel día nos sentíamos muy afortunados de haber conocido a don Carlos, nos sentimos contagiados de su fuerza y sus ganas de seguir activo… vivo. Nosotros sabíamos que eran 15, pero sólo conocíamos a 13 hasta antes de ese día, y con don Carlos 14. Al salir del asilo estaba un señor de apariencia mucho más joven que Carlos pero aún así… anciano. Con una bolsa de plástico en la mano, gorra y lentes oscuros, daba la impresión de no pertenecer al asilo, sin embargo, nos aventuramos a comentarle…

- Señor Buenas tardes, trajimos pastel, por si lleva gusto
- no gracias - contestó mientras balanceaba su dedo índice izquierdo en señal de desaprobación.
- Yo vivo aquí, pero no pertenezco a este lugar - agregó
- ¿Porqué lo dice señor? - Pregunté intrigado
- A mí no me gusta hablar con esta gente porque son ignorantes, por eso no progresamos, porque la gente es ignorante.
- ¿Porqué lo dice señor? ¿Cómo se llama usted?
- Lázaro Martínez, ¿y usted? - Preguntó algo altivo
- Yo soy Gabriel señor, mucho gusto- contesté al tiempo que le estrechaba la mano
- A mí me gusta platicar con personas que sepan, que quieran aprender, esta gente - refiriéndose a los otros ancianitos - sólo quiere estar sentada y que los de afuera vengan y les den algo de comer, sólo se salva don Carlos – comentó.

Debo aceptar que su postura que inicialmente me fastidió ahora empezaba a hacerme sentido.

- Pues sí – dije temeroso por no querer ofenderle, ni ofender a los demás.
- ¿A qué se dedica usted? – me preguntó
- Soy profesor – contesté sin mayor pose, tratando de mantener un perfil bajo para que se sintiera cómodo
- No lo parece - contestó
- Eso es bueno - bromeé
- ¿Cuántos años tiene? – siguió interrogándome
- 30
- Tampoco lo parece
- Eso es mejor aún - contesté
- Yo tengo 84 años – respondió orgulloso
- ¿Y qué enseña? - preguntó intrigado, como cuestionándose ¿Qué puede enseñar este mocoso?
- Uuummm cosas sobre computadoras - contesté no sin antes dudar cómo contestar para no decir palabras que no fuera a entender.
- Ahhhh! ¿Y es cierto que las computadoras ya pueden detectarte por el iris?
- Algo hay de eso don Lázaro – contesté sorprendido.
- ¿Y qué hace usted don Lázaro?
- Pues aquí estoy, leo todos los días el periódico, oigo las noticias y también escribo canciones, pero antes era carpintero
- Ah que bien, ¿entonces era carpintero?
- Sí, pero pues ya no puedo, la mano se me engarrotó – comentó al mismo tiempo que me enseñaba sus dedos rígidos como si estuvieran congelados.
- bueno, por desgracia nuestros cuerpos también tienen fecha de caducidad – comenté recordando una canción de Mago de Oz.
- Así es, por eso ahora escribo canciones porque el cuerpo ya no me sirve mucho – insistió como suplicando atención a su nuevo oficio.
- ¡Ándele! Escribe canciones, que bien, me gustaría leerlas algún día
- Claro que sí, si quiere pasamos a que le muestre algunas, ahora estoy escribiendo una que se llama hey!
- ¿Hey?, yo conozco una con ese nombre, la canta Julio Iglesias, va “hey! No vayas presumiendo por allí…”
- Exacto, esa es, sí se la sabe – se apresuró en contestar como intentando detener mis aullidos
- Claro, don Lázaro, sí me la sé - mientras me daba cuenta que para don Lázaro escribir canciones significaba transcribir la canción que escuchaba en la radio, pero como no las tenía en CD’s o casetera las iba escribiendo de poco en poco, cada que la tocaban en la radio.
- ¿Quiere que se la muestre? – preguntó
- No don Lázaro, ahora ya debo irme pero volveré y si gusta le traigo la canción de Hey! escrita.
- ¿Usted la tiene? - preguntó sorprendido
- No, pero se la puedo conseguir, la próxima vez que venga se la traigo. Hasta luego don Lázaro.
- Hasta luego joven

El número 15, don Lázaro, resultó tan interesante como el 14, don Carlos. Uno con la vitalidad de un adolescente de 15 años, y el otro con tales ganas de aprender que más de un universitario le envidiaría.

Por aquellos días esta ciudad empezaba a autonombrarse la Ciudad Internacional del Conocimiento, los políticos aparecían en los medios, orgullosos de su proyecto para convertir a la ciudad en una próspera urbe tecnológica e innovadora. Las universidades serían el pilar de esa ciudad casi utópica donde “todos” los ciudadanos serían fuente de innovación. Personalmente me parecía una idea excelente, pero temía que sólo fuera parte de la retórica política.

Esa noche no pude dormir bien. Mientras recuperaba de mi memoria la imagen de don Carlos con su camisa vaquera con cuadros celestes, su cara llena de interminables arrugas y su vitalidad sorprendente, pensaba en lo mucho que me gustaría llegar a viejo con esa fuerza y esas ganas de vivir. Por otro lado, la actitud de Lázaro me había desagradado en un principio, pensé: “¡éste es un viejito cascarrabias!”; pero luego me había hecho tanto sentido la dignidad que él quería conservar a pesar de su edad y su soledad. La idea de escribir canciones esperando a que el programador de una estación decidiera colocar en la rotación una canción determinada, retener unas cuantas palabras, escribirlas y esperar varios días para que otra vez la pusieran, me parecía más que descabellada. ¿Porqué tener que esperar días, semanas o quizás meses para tener una canción, si existe Internet y en él todas las canciones que quiera? En aquella época estudiaba mi Doctorado en Innovación Educativa y era ya profesor universitario de tiempo completo. El acceso a Internet me parecía tan natural como girar la perilla del lavabo y que saliera agua; o presionar un interruptor y se prendiera la luz.

Un par de días después, el sábado, regresé al asilo, le había impreso la canción de hey! a don Lázaro y se la llevaba. Aquel día por suerte encontré a mis dos viejitos preferidos en la puerta del asilo, don Lázaro sentado en el mismo lugar de la vez anterior y don Carlos venía llegando de la calle, para no variar. Estacioné el auto frente al asilo y enseguida abordé a ambos.

- Buenas tardes don Lázaro, don Carlos.
- Buenas tardes señor- respondieron al unísono
- ¿Usted es el señor que vino hace unos días? - Preguntó don Lázaro.
- Así es, y le traje su canción - contesté
- ¡Ah! Que rápido ¿Cómo la consiguió tan rápido?
- No fue nada don Lázaro, en Internet está todo sin el menor esfuerzo
- ¡Que maravilla!
- Bueno, ¿cómo han estado?
- Bien gracias, bueno los dejo porque ando de prisa- comentó don Carlos, mientras comenzaba a andar, al terminar la frase ya estaba unos 4 ó 5 metros distante
- Déme un segundo don Carlos, me gustaría preguntarle si puedo ayudarle en algo.- Comenté con miedo a que me respondiera como dicen respondió la madre de un famoso artista a un presidente…“con que no me joda es suficiente”
Entonces se detuvo y comentó
- pues me gustaría hacer recogedores, pero no tengo dinero para el material
- Ah, y ¿qué es lo que necesita?
- Necesito lámina, pero ahora está muy mala, yo quiero hacer recogedores buenos, que duren, como los de antes
- ¿Sí, verdad?, antes las cosas eran mejores – comenté dándole por su lado- Ya ni en la escuela se puede aprender- complementé
- No, además los libros dicen muchas mentiras
- ¿Usted fue a la escuela don Carlos?
- Sólo hasta sexto, pero fui chofer de Villa
- ¿De Villa? ¿De Pancho Villa?
- Así es, fui su chofer y también me fui a la revolución con él.
- ¿En verdad don Carlos? Eso sí que es interesante.
- Sí, cuando estaba niño me fui con Villa y mi padre me quería matar a palos por eso. Estuvimos en la Toma de Zacatecas.
- ¿Y usted lo conoció como Doroteo Arango? - pregunté tratando de comprobar si realmente sabía de Villa
- No, cuando lo conocí ya era Pancho Villa, contestó seguro de lo que hablaba
- Que bien don Carlos, ¡cuénteme más!
- Bueno, luego con más calma, ahora voy a buscarle su medicina a aquella viejita– dijo mientras señalaba a Rosy una anciana que estaba agazapada en su silla, - porque está malita - agregó
- ¿No quiere un aventón don Carlos?
- Nooo – contestó casi enojado – a mi me gusta caminar
- Está bien don Carlos, entonces, ¿qué me dice de los recogedores?
- Voy a buscar unas láminas buenas y si veo unas, le aviso.
- Está bien, ¿Cuándo lo puedo ver?
- Pues no lo sé, yo siempre ando en la calle, a mi no me gusta estar encerrado.
- Okey don Carlos, volveré a buscarlo.

Muy emocionado de saber que don Carlos había estado con uno de los personajes de la historia de México que me resultan más atractivos, y que tenía la posibilidad de platicar con él, regresé con don Lázaro que seguía leyendo la canción de hey!

- ¿Cómo ve a Julio Iglesias don Lázaro?
- Muy bien, pero ¿Cómo ve usted al nuevo Papa? - El Papa Juan Pablo II había muerto unos días antes y el vaticano esa mañana había designado el nuevo Papa, de origen Alemán.
- pues en realidad no lo sé don Lázaro, habrá que esperar- contesté algo sorprendido
- Sí, pero por lo pronto, dígame ¿Cómo se dice Papá en alemán?
- Ah caray, pues no sé
- Jkfghjkshf - pronunció una palabra que me sonó algo así, inentendible.
- ¿Y mamá?
- Ni idea don Lázaro
- Sdfklkdalkfdsk – se aventó otra similar. Y así siguió dándome cátedra de alemán con algunas palabras más.
- ¿Usted ha ido a Europa? - Preguntó
- No don Lázaro, pero pienso ir este año
- ¿En serio?, pues ¿me puede traer una postal de la Selva Negra?
- ¿De la Selva Negra? Después de ver que no tenía idea de qué era eso, me comentó, “es una selva que está en Alemania, no se nada de ella ni la he visto, pero la leí”
- Muy bien don Lázaro, no la olvidaré
- Bueno don Lázaro, debo irme, me dio gusto saludarlo.
- Muchas gracias por la canción, es alimento para mí.
- Fue un placer don Lázaro.

Ese fin de semana las Chivas ganaron a los Rayados (ambos equipos del Futból Mexicano), desde entonces hay una regla en mis clases, si las Chivas ganan hay una pregunta cultural para obtener puntos. Dicho sea de paso mis alumnos algunos semestres preferirían que el criterio fuera “si las Chivas pierden”, porque no dan una. En fin, como siempre sucedía, cuando ganaban las Chivas, al llegar a clases, los más despiertos apenas abrían la puerta del salón emitían su frase “ganaron las Chivas”, ansiosos de llevarse un par de puntos baratos. Muy bien, la pregunta de esta semana es: “¿Cuál era el nombre original de Pancho Villa?”... en 1.5 segundos se escucharon casi sincronizadas algunas voces diciendo “Francisco Villa!!!”, estaba a punto de desmayarme ante semejante respuesta cuando uno gritó, “Doroteo Arango”, el alma me volvió al cuerpo, pero tristemente corroboré que mucho más de la mitad de mis alumnos no tenía ni idea de que el tal Pancho Villa, era el mismísimo Doroteo. Entonces recordé a don Carlos, ¿cuántas cosas nos podría enseñar ese viejito sobre Villa, sobre la Revolución, sobre México?, como me gustaría poder invitarlo y que nos platicara de sus andanzas revolucionarias, podría llevarlo a la clase como invitado especial, pero ¿qué dirían los los que vieran a ese viejito, con su camisa vaquera diluida, sus zapatos rotos y su pantalón desconocido, parado frente al grupo hablando de quién sabe qué? No me atreví a invitarlo a mi clase. Sin embargo, un par de semanas después tenía que dar una plática sobre Memoria Organizacional en una empresa de la localidad. Memoria Organizacional puede ser entendida como el conjunto de repositorios que guardan la información de una empresa para recuperarla en el momento que se necesite, estos repositorios pueden ser construidos o humanos. Entonces, tuve la brillante idea de llevar a don Carlos como una muestra de la existencia de repositorios de información desperdiciados, causa por cierto, de la Amnesia Organizacional.

Sin dudarlo más, al siguiente día regresé al asilo y le pregunté a don Carlos si le gustaría ir conmigo a platicar un poquito sobre la revolución. Me costó algo de trabajo pero lo convencí. Quedamos que pasaría por él, el martes a las 3:00 p.m. El martes llegué puntual al asilo y don Carlos ya estaba listo.
- ¿Qué tal don Carlos, cómo está?
- Más viejo y más cuerudo, contestó
- jajajaja, ¿más cuerudo se refiere a más experto?
- no que va, me refiero al cuero que me cuelga cada día más.

Nos subimos al auto y platicamos un poco. Le pregunté por la ciudad, “¿cómo la ve don Carlos?”, sólo dijo: “ha cambiado mucho, hay muchos carros”, finalmente llegamos a la empresa, nos estacionamos en las instalaciones de la misma y recorrimos los pasillos juntos. La plática era a las 4:00 p.m. y faltaba media hora para eso. Estábamos en una sala de espera donde una señorita nos había recibido, “vengo a dar una plática, soy Gabriel Corro”, algo extrañada por mi acompañante pero consiente de que llegaría, respondió amable, “si gustan esperar en la salita”. Nos sentamos un momento, yo había olvidado enviar un correo electrónico y me sentía algo inquieto, así que decidí pedirle a don Carlos que esperara allí, ya que buscaría una conexión de red para enviar mi correo. ¿Qué le podía pasar si estaba dentro de la empresa?, pensé.

Pregunté dónde podía conectarme a Internet y subí unas escaleras como me lo mostró la señorita, redacté y mandé mi correo, unos 15 minutos después regresé a buscar a don Carlitos pero ya no estaba. Tampoco había nadie que me pudiera dar información de su paradero, lo busqué desesperadamente pero fue imposible encontrarlo. La señorita dijo que él había salido de la salita. Muy preocupado por él me fui a la plática deseando que sólo le hubiera entrado pánico y hubiera decidido regresar a su asilo. Saliendo de la plática un par de horas más tarde, llamé al asilo y don Carlos ya había llegado, me tranquilicé y pedí hablar con él.
- ¿Qué pasó don Carlos?
- Pues salí a tomar aire y llegó un señor y me sacó
- ¿Cómo que lo sacó?
- Sí
- ¿Qué le dijo?
- Que no podía estar allí
- Me preguntó que con quién venía pero no me acordé de su nombre, sólo le dije que veníamos a dar una plática porque un maestro me había invitado, pero no creyó.
- Perdón don Carlos, que pena, mil disculpas
- Pues, es que todos andan allí limpios y uno ya está viejo y feo. Todo lo viejo es feo - agregó.
- No es eso don Carlos, fue mi culpa porque lo deje solo y lo desconocieron
- Bueno - Concluyó sin entusiasmo
- Está bien don Carlos, paso a verlo pronto, y otra vez discúlpeme.
- Ándele.

Aquella noche el coraje me espantó el sueño, ¿Cómo era posible que hubieran sacado a don Carlos?, ¿es que acaso un viejo no tiene nada que enseñar?, quizá nadie en su sano juicio aseguraría que no tienen nada que enseñar, pero ¿es que acaso yo actuaría distinto que el inhumano guardia que lo sacó?, ¿no será acaso que en su lugar yo hubiera actuado igual si no conociera a don Carlos?, ¿es que alguien en la llamada Ciudad Internacional del Conocimiento le da algún crédito a un viejo?, ¿es que puede existir una Ciudad del Conocimiento sin una sociedad basada en conocimiento?, ¿podríamos llamarnos una sociedad basada en conocimiento si no somos capaces de descubrir que en ellos también hay conocimiento valioso esperando ser recuperado?, ¿Dónde estará entonces el conocimiento de una ciudad, de la Ciudad del Conocimiento?, ¿Cómo llamar Ciudad del Conocimiento a ésta donde despreciamos semejantes fuentes de información valiosa? Y peor aún, ¿No será que al igual que muchos contemporáneos, he comprado también la ilusión de la juventud como única fuente de conocimiento?... demasiadas preguntas para una noche.

Nunca más volví a platicar con don Carlos, ni sobre Villa ni sobre cualquier otra cosa. Tres días después volví al asilo, afuera del mismo estaba como siempre Lázaro, le entregué un periódico y le pregunté por Carlos, “creo que está en su cuarto”, me dijo. Entré apresurado por enmendar mi culpa y llegué a su cuartito pero estaba cerrado, doña Gaby, una ancianita vecina de Carlos me comentó: “está malito, no ha querido comer en todo el día”, le pregunté que qué le pasaba, “parece que está malo del estómago”. Me asomé desde su ventana y observé el oscuro cuartito, le hablé pero no respondió, sólo se alcanzaba a ver su silueta, ahora inerte, en su pequeña cama. “No se preocupe”, me comentó la encargada, “suelen enfermarse, ya mañana sanará”.

Algo más tranquilo, pero aún con un cargo de conciencia inmenso regresé al auto, ya no saludé a ningún otro ancianito y sólo me despedí de Lázaro. Mientras conducía mi auto las dudas volvieron a atormentarme, no podía evitar sentirme culpable.

Hoy, casi por llegar al año 2009, han pasado más de tres años de aquel suceso, en el asilo pusieron una computadora y una compañía les patrocina la suscripción a Internet. Lázaro es ahora mi amigo y todos los días me envía una pregunta por e-mail, esas las guardo y selecciono las más fáciles para preguntárselas a mis alumnos universitarios cuando ganan las Chivas. Ya no escribe canciones, ahora graba discos.

¿Y Carlos?... él está donde tú lo quieras ver… tratando de cruzar una avenida, luchando contra la inercia en un autobús, esperando una visita en un asilo, acomodando tus compras en un supermercado o quizás esperándote en casa para cenar ¿Cuántas historias más quedarán sin contar?

Texto agregado el 20-09-2005, y leído por 272 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-12-2005 Una gran enseñanza, puedes aprender algo siempre de todas las personas, no por nada en el México antiguo eran tan valorados los ancianos. ixchelix
 
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