Me poso con robada indiferencia en el altar de mis recuerdos, lugar eterno de escapes nocturnos.
Intento conciliar el sueño que todo los días golpea mis noches, noches furtivas y sinceramente pasajeras. Miro el amplio espacio de madera que encierran mis ojos, puedo ver a través de este imágenes, sonrisas, llantos que acosan y se visten de pesadillas que invaden mi intranquilidad. veo rostros indecentes, tímidos, verdaderos; ojos negros, cabellos dorados, labios pintados con deseo, vivos, atrevidos, dulces. Todo un conjunto con nombre propio. Me esquivan, me buscan, me encuentran, me vuelven a esquivar. Los busco ahora, los encuentro, los esquivo. Desaparecen de mi órbita con una forma... palpable?, inalcanzable? Eso no lo se. Llevan amarrado consigo mis ganas de todo, arrebatan mi indiferencia, esa que perdí hace rato ya, que no quiero volver a ver.
Me insulta su ausencia, me fustiga su espalda en la cerca lejanía, me amarra su ignorancia. Ignorancia inteligente, viva, sabia.
Miro mi alrededor y me imagino allá donde los pájaros no entran, donde los momentos son líquidos y las ganas sólidas. Me vuelven a buscar, me encuentran, me esquivan. jaja! Ellos saben lo que hacen, pero no lo quieren aceptar ni tampoco hacer. O si? Ya estamos con el corazón tenso, ellos lo saben, todo es elástico allá dentro, todo se va cerrando lentamente. Prefiero no mirar hacia ese rincón, podría ser una amarga tentación. De solo pensarlo se me eriza la conciencia.
Pobres ojos negros y cabellos dorados, ya se notan confundidos y cansados. No saben si seguir perturbándome, se notan desdichados e indiferentes.
Me levanto de una de las sillas en el espacio de madera, salgo al balcón y fabrico humo con mis frustradas ganas, río y pienso en aquella persecución con ninguna razón a la vista. O si?
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