“Ella estaba en su eternidad y no en sus palabras…” la rosa amarilla de Borges, o talvez una flor amarilla, la de Cortazar, en fin, esas pequeñas maravillas que el destino te interpone para mostrarte que estás vivo, que la vida está hecha de instantes y que cada instante, aunque parezca insignificante, es importante.
Viene a mi memoria otra vez Borges, “No hay hecho por humilde que sea que no implique el universo y su infinita concatenación de efectos y causas” o talvez, ahondando un poco más atrás en el tiempo, recuerdo a Dostoievsky diciendo que “Las pequeñas cosas siempre tienen su importancia, a menudo es por ellas que se pierde uno” y finalmente Sábato: “El amor, los encuentros y hasta los más profundos desencuentros nos están íntimamente reservados”.
Mi vida estos días estuvo plagada de nuestros instantes, de tu recuerdo y de nuestros desencuentros.
Aprendí a nutrirme de tu fantasma, aprendí a guardar en mí el espacio en que no estás,
A encontrarte más allá de la distancia, donde mi tiempo se pierde en tu espacio, donde te estoy íntimamente reservado, donde ya no puedo perderme a mi mismo buscando tus instantes
Porque allí donde no conoces, en un instante eterno, estas talvez sin quererlo, otra vez dentro de mí.
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