No es que fuera fea. El problema es que era gorda. Sus ojos se ocultaban tras los pliegues que impulsaban sus mejillas al reír, su boca era un eterno mohín rubicundo, su barbilla se balanceaba sobre una papada poderosa. Su piernas de muslos como grandes jamones, sostenían nalgas que amenazaban escapar del traje de baño de una pieza, mientras se paseaba por la cubierta de pasajeros, ufana cual musa de Rubens, acogiendo entre sus brazos y enormes pechos un cachorrito que jadeaba no sé si de sofoco o de placer. Y ahora soy yo el que reemplaza aquel cachorrito, aterido por el frío mar del norte, tras el naufragio del cual ella y yo sobrevivimos. Ella flota gracias a su enorme volumen, y yo gracias a que estoy prendido de sus carnes como a la teta de mi madre. En realidad, no es tan fea, mi gordita."