Este dolor por tu ausencia se hace vida, se erige como un fénix desde los restos calcinados de mi olvido.
Qué le quedan a mis labios en instantes como este en los que vuelves sin estar presente, sino besar un poco de aire en aquel lugar donde hace tanto abandoné a tu fantasma.
La ciudad es un inmenso cementerio donde voy enterrando a diario otro rastro de tu recuerdo. Un inmenso cementerio, donde cada rincón es propicio para regalarte nuevamente una rosa.
Hay jardines que me gusta visitar acompañado de tu imagen, nos sentamos a los pies de algún viejo molle a leer poesía. Tu fantasma recuesta la cabeza sobre mis piernas mientras yo leo, solo a ratos acaricio su cabeza y me enredo entre sus cabellos, es entonces cuando agarra mi mano y besa mis dedos, acaricia mi cuerpo, se humedece los labios y me dice “Te quiero”, ves, es casi como tenerte cerca, en verdad nunca te fuiste porque dejaste tu imagen en mi alma, como en un espejo.
A veces me asalta la tristeza cuando escucho melancólicamente a Piazzola, todavía me hace llorar “Adiós Nonino” y en las noches escuchando la sonata de Beethoven, la luna envidia el claro de tus ojos, desde aquella noche en la que su música se hizo vida en tu mirada.
Ves, tu ausencia no es tan trágica, mientras tenga tu imagen a mi costado, velando mi sueño cada noche, acompañándome a dejarle una nueva rosa a tu recuerdo en este inmenso cementerio.
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