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Se comenzaban a sentir los fuertes vientos de Katrina; pero no estaba asustada, su hermano Christopher a penas se percataba de esto, a pesar de que sólo tenía dos años y medio. Su padre estaba ya tomando las medidas de precaución de siempre, yendo de aquí para allá como si estuviese loco. Los vientos comenzaban a hacerse más y más fuertes y de repente, sin esperarlo, un terrible sonido hizo estremecer a toda la familia, era como si una cubeta de agua helada se derramara sobre su pequeña casa. Pasaban los minutos y el agua seguía cayendo, comenzaba a colarse entre las puertas y las ventanas inundando y mojando todo lo que tocaba. Se estaba saliendo de control. Asustada, Emily preguntó a su padre que era lo que sucedía, pero su padre parecía estar ausente. Las horas pasaban y pasaban, dejó de llover, todo quedó en plena calma; para ese entonces todos estaban en el poco techo que les quedaba, pues el agua había inundado todo lo que podía ver. Su hermano se había quedado dormido desde hacía ya varios minutos. Todavía no podía asimilar todo lo que había pasado; sus padres se encontraban conmocionados, al igual que ella, platicaban de algo de lo cual no quería enterarse; pudo divisar una pequeña lancha cerca de un semáforo torcido y la mitad de una palmera vagando sobre las aguas heladas, más allá podía ver los techos de otras casas y botellas de refresco vacías, lo siguiente que vio le hizo entrar en shock, cerca de lo que parecía la mitad de un poste de luz un cuerpo yacía sin vida, boca arriba, con una expresión de terror en su rostro. Una mano tocó su hombro, se sobresaltó
-Vamos a bajar- era su madre – cuida a tu hermano.

Pasaban los días, tenían hambre y frío por las noches, no podían moverse mucho, pues por doquiera había agua contaminada; su padre había ido a buscar comida desde hace rato y no regresaba, su hermano lloriqueaba de hambre mientras su madre lo arrullaba cantando una canción de cuna. Emily estaba alterada, su hermanito se veía flaco y pálido y hacía ya dos días que tenía fiebre; eso, parecía una pesadilla, ya no comían, tenían que hacer sus necesidades por cualquier lado, se sentían débiles y enfermos, apenas y dormían, estaban al borde de la muerte. Esto le recordaba a un documental que su padre estaba viendo el otro día, trataba de los afectados del tsunami en Indonesia… increíblemente ellos se la habían pasado peor. Un sonido comenzó a llenar el aire, ambas mujeres voltearon hacia arriba para descubrir que un helicóptero las sobrevolaba, emocionadas y esperanzadas, comenzaron a gritar con las pocas fuerzas que les quedaban. Pero el helicóptero pasó de largo.


Desde la cabina, la voz de un hombre quebró el silencio
- Yo no ayudo a un negro-

Texto agregado el 19-09-2005, y leído por 119 visitantes. (0 votos)


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