Eran las 17:00hs el sol quemaba, en mi pulóver negro, atravesé la cuidad, se encontraba desolada ausente de la muchedumbre... -¿donde estaban todos?-. Me pregunte, y seguí caminando, sola, acompañada por la voz de mi conciencia que me hablaba y yo no la quería escuchar. Quería saber porque lloraba, porque caían mis lagrimas con tanta aceleración, se recostaban en el pecho de la conciencia, y ella las quería auxiliar... pero las lagrimas caían no querían hablar, no querían contar que los ojos se querían ir a un lugar donde no puedan ver tanta tristeza en el corazón humano. Enceguecerse, para no ser participe del mundo, y sus catástrofes, ver el agua tan contaminada, las hamacas tan vacías y desgastadas por tantos niños que habían jugado sobre ella. Quería ser indiferente, como otros ojos, pero no podía, la mirada siempre se instalaba en el lugar menos indicado, quería ver, quería saber...
La crueldad del mundo consigo mismo, el viento remolineaba en el alma de los ojos, ella también lloraba, pero esperaba por la suave lluvia que secara sus lagrimas mojándolas un poco más. Esperaba la lluvia, porque sabia que era celestial, que la enviaba el Señor, para generar un puente esperanzador, de un mañana diferente que solo los ojos humanos pudieran divisar y apreciar. Pero ellos se encontraban decepcionados, ya no creían en nada, esperaban morir y llegar al cielo y preguntarle al Señor por la tristeza del mundo y sus desgracias. El no se enfadaría, porque los ojos no hayan creído en él, se enfadaría porque se habrían olvidado de creer en sí mismos.
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