La vida se le iba, así eran las cosas. La muerte no se hacía esperar y eso no era malo. Después de todo, lo comido ni lo bebido nadie se lo iría a quitar, ni la muerte lo haría. Su vida estaba hecha y plenamente lograda. Tenía una hermosa hija que ya estaba aventurándose en los caminos misteriosos de la vida adulta y muchos amigos que lo querían como a un hermano, y, aunque el cáncer de los años iban comiéndole poco a poco la juventud, él estaba orgulloso de lucir los años que llevaba en el cuerpo.
El señor miró hacia arriba, sonrió y dejó que el viento de la noche le peinara con sus invisibles dedos los pocos cabellos blancos que le quedaban. Inhaló profundo y cerró los ojos. Sintió frío, pero nada más. La vista se le nubló y podía escuchar las voces de la gente que estaba cerca de él. Todos estaban con él, pero no físicamente, los sentía, quizá en un sexto sentido, un sentido que quizá nadie ha pensado, algo más que el del tacto, la vista, oído, gusto y olfato... Era un sentido el cual la cultura occidental le podría llamar el corazón. En el corazón ellos estaban con él y cuán claro todo se miraba en ese estado. La verdad, el amor... todas las cosas buenas fluían en una atmósfera brillante... Era extraño, pero simplemente perfecto e infinito...
|