Unos pasos más hicieron que mis piernas se detuvieran. Me aferré a la baranda de la escalera, bajando uno a uno los innumerables escalones. El empobrecido granito, flotaba debajo de mis pies como un océano de dudas, detrás, la pesada carga se arrastraba a mis espaldas. Inhalé, ante lo opulento del peso, mientras una señora se acercaba en mi ayuda, ignorándola con mi cabeza ensimismada hacia la caja. Gente iba y venía a los distintos subtes; yo sólo descendía lento en mi odisea. Sentí que la muerte se apoderaba de mi sombra, entonces me detuve unos instantes. La humedad se había conjugado con el calor reinante, en una suerte de cóctel maligno. Allí comencé nuevamente la travesía. Ahora mis pies eran una mancha más de carne que se sumaba a los matices del piso. Cuando pude llegar a la planicie de la boletería, saqué el pasaje. Luego la espera, ese continuo cotejar a mi paquete, más siluetas transitando esos tétricos subsuelos. Accedí a un asiento del tren cerca de la puerta, para caer derramada en un montón de huesos y de grasas. Acomodé la caja debajo de mis piernas, justo cuando su envoltorio comenzaba a enrojecerse, y el boletero venía hacia mí. Acongojada y exhausta, le entregué el pasaje, ante esos ojos inquisidores. Las huellas de sus manos se perdieron en un reconocimiento del equipaje, mientras las pupilas se internaban en mi escote. Allí nació lo repentino, junto a tantos otros recuerdos, la sed de venganza, mi esposo sobre aquella veinteaniera, el metal entrando y saliendo de la carne, sus trozos ligeramente dispersos, la mirada inerte fluyendo desde los ojos, bajo esa fría sensación que se volvía a repetir en el boletero, un olor putrefacto invadiendo los vagones, la policía yendo y viniendo en los andenes, el rojo inscripto en los fétidos pasillos, mi silencio, una caja llena de mutilaciones, más hombres girando en adulterios, tanta soledad...
Nuevamente me hallé ante una escalera para comenzar otros caminos, donde el peso era imposible de acarrear, bajo esa infinidad de culpas segmentadas que seguían dejando un rastro a mis espaldas...
Ana Cecilia.
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