¡Pobre Chilenígena! ¡Pobre chico de ojos grandes y piel verde, de rasgos araucanos e intergalácticos, latinos y marcianos!
Ernestito Tapia era un niño triste y solitario, que sin entender muy bien el porqué, se sabía rechazado: Los niños se reían de él. Y por motivos tan estúpidos como el tener manos pulposas, lágrimas flotantes, cabeza redonda, o el no poder hablar tan bien como los otros chicos.
Pero al fin y el cabo, nada de eso le afectaba. Él era un niño triste, pero por otra razón: por un vacío en su interior que se acrecentó el día en que, en el jardín infantil, le pidieron a los niños que hablasen del trabajo de sus padres:
- Mi mamá es enfermera y mi papá doctor; mi mamá es abogada y mi papá leñador; mi mamá es cantante y mi papá escritor; mi mamá es puta y mi papá político UDI; mi mamá es monja y mi papá cura … - etc.
Ernestito sabía que su mamá era secretaria, pero jamás había oído hablar de su padre, y menos de su oficio.
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Cuando lo pasaron a buscar, él ya estaba decidido a preguntar todo sobre su padre. Ernestito sorpresivamente y mirando a su madre con seriedad, dio inicio a su interrogatorio:
- Mamá … ¿Dónde está mi papá?
La mujer quedó desconcertada. Nunca pensó que aquel día llegaría tan rápido.
Recordó aquella vez, hace casi 5 años, en que estaba conduciendo sola por una ruta solitaria. Una luz potente lo paralizó todo: calló inconsciente, y despertó al día siguiente con el pelo más largo y embarazada de 8 meses.
- ¿Dónde está papá? – Insistió Ernestito.
- En las estrellas – Contestó la mujer, sin saber si hacía lo correcto.
No fue necesario dar más explicaciones. Ernestito, emocionado, enmudeció. Por fin sabía algo de su padre: por fin era un niño feliz.
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Al día siguiente, en el Jardín, las tías les preguntaron a los niños que querían ser cuando grandes:
- ¡Pirata!; ¡Veterinaria! ; ¡Pintora! ; ¡Doctor! ; ¡Narcotraficante! ; ¡Piloto! ; ¡Futbolista! ; ¡Tetera! ; ¡Presidente! ; ¡Bombero! ; ¡Cesante! ; ¡Policía! – Gritaban entusiastas los niños.
Entonces apareció Ernestito. Los niños comenzaron a callar. Un silencio recorrió la sala.
- Yo quiero ser astronauta – dijo – igual que mi papá.
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