Todos pueden rebelarse, incluso nosotros. Sucedió hace poco tiempo, cercano al año 2030 para los calendarios humanos.
Nos organizamos, ya cansados de ser sólo mascotas, de que nos encierren o encadenen… llamamos a los colegas gatos, conejos, caballos, aves; los que siempre fuimos domésticos, olvidando las diferencias y problemas del pasado.
Exigimos a los humanos que tanto a nosotros, los perros, como a los compañeros ya nombrados, nos traten igual que a ellos… nuestra perdición.
Aceptaron sin problemas: Debemos trabajar encerrados en estrechas oficinas, o como mano de obra. De sol a sol, recibiendo a cambio sueldos miserables que no nos alcanzan para alimentar a nuestros cachorros. Cuando nos enfermamos ¿Creen que alguno de nuestros odiosos amos del pasado nos lleva a un veterinario? No, nada de eso. Debemos esperar horas en un hospital, aunque claro, el mismo de los humanos.
Somos un soldado más en sus guerras, aunque tenemos derecho a voto.
De vez en cuando, es elegido como presidente alguno de los nuestros, pero da lo mismo; se preocupa de él mismo y sus cercanos.
No significa que no haya perros ricos, ni gatos, ni conejos. Los hay, pero ¿Qué consuelo es ese si nosotros continuamos igual?
Ahora, extrañamos ser lo que éramos, perdimos ese cariño de los humanos, el jugar con los niños, el ser, aunque no libres (ahora tampoco lo somos), felices.
Bueno, no puedo seguir escribiendo, debo llevar a mis cachorros al colegio, pelear con el vecino (un odioso gato que tiene auto y yo no), y encerrarme como todos los días en esa oficina sofocante y apestosa a cigarro, aceptar las humillaciones del jefe (un perro gran danés, siendo yo un simple quiltro) y luego, volver, saludar a los cachorros, a mi esposa (también quiltra) y dormir exhausto, sin hablarle a nadie, y sobreviviendo para mañana, continuar con la misma rutina…
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