Es esa sensación perfectamente prescindible en mis pensamientos la que me obliga a escribir bajo la sombra de un brindis fantasmal.
Sueños incabados que contruyen una realidad cada día más irregular. Donde viajaba caperucita roja en una escoba automática y un lobo deprimido se comía los restos que los tres cerditos habían dejado de sus mejores amigos los siete cabritillos. Donde blancanieves era una vieja bruja que luchaba con cenicienta por el castillo encantado que su tía Pocahontas había construido con los cristales rotos de un mundo sin riquezas. En medio de eso unas gotas de alcohol recorren el mar como si la carrera hacia el infinito fuera un juego de niños.
La botella de tequila sobrevuela las fantasías de una jornada que debiera haber acabado con el choque repentino de dos pensamientos fugaces. Entrelazados, enredados, se deshacen ahora a la espera de ser comprendidos por alguien.
Total solo era una absurda celebración de felicidad.