Jugamos a amarnos, todo era un simulacro; solo éramos buenos amigos. De esos amigos que regalan un beso en una noche de alcohol cuando los vasos rebalsan. Bajo un naranjo hablábamos o al menos lo intentábamos, pero tus labios se impregnaron en mi, no se podían despegar, las miradas se unían, el verbo accionaba, querías que seamos algo mas cuando nunca fuimos nada, solo amigos.
No quería perder el presente, no creía en tus palabras, siempre te falto ese toque de continuidad. Y como eras tan lengüilargo, al igual que yo; siempre prometíamos al viento, solo el era testigo... y cada vez que nos encontrábamos, castigaba la sudestada. Ambos éramos profesionales en pintar los mejores paisajes, aunque el lienzo se desgarraba, y nunca llegábamos a nada. Yo te quería, o no se lo que sentía, me figuraba seducida por tu forma de expresar, de actuar; eramos tan parecidos pero siempre estábamos en el mismo lugar, la hoja del libro amarillenta por el sol, ( ya me la sabia de memoria) nunca pasaba a la siguiente. Recuerdo esos mates, el licor de menta; que locura, solo en tu cabeza vivía. Eras diferente a los demás, pero a la vez tan igual. Ese dialogo eminente en el boliche, en la sala, en tu cama, detrás de las cortinas, y la misma canción de fondo.
Un día ocurrió y te dije que te amaba, repetiste lo mismo como el loro de tu casa; creo que era el tequila desmedidamente. Había decidido, hacerme a un lado del presente y que el futuro aceche sobre el. Pero en ese momento me creí egoísta, aunque ya era tarde, te habías quedado con las primeras palabras, vi el rostro encendido, una lagrima deslizarse, el pecho desenvuelto, y tu alma volaba... reputaste, cuando en verdad, le hable al viento. Y nunca mas, castigo la sudestada. Nos despedimos el uno del otro, entre sabanas blancas, hicimos el amor o tuvimos sexo... que más da si dijimos nunca más.
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