La silueta avanza a los tumbos, se mueve erráticamente, como si manos invisibles lo empujasen de un lado a otro. Mientras camina, mira en todas direcciones en busca de algo que su cabeza no alcanza a definir.
No sabe cuanto tiempo hace que camina en la misma dirección, atravesando brumas y sombras silenciosas, sombras que se le antojan pesadas y polvorientas como los telones de un teatro abandonado.
No sabe hacia donde se dirige, ni para qué.
En realidad, la silueta no sabe nada de si misma, sus ropas son unos andrajos desteñidos, sus manos parecen no recordar como moverse en armonía con el resto de su cuerpo, cuando las observa le parecen las manos de otra persona, manos blancas y sin uñas, como las de un ahogado enmarañado en las ramas barrosas de algún río perdido.
“Había un río que cruzaba el extremo sur de un pueblo sin nombre, los fantasmas que lo habitaban caminaban sobre sus aguas y entonaban extrañas canciones. En ese mismo lugar, por las noches, las Cariblancas descendían lentamente de los árboles y se arrastraban hacia la orilla, hacia el borde del espejo del río, y una vez allí, encorvadas y tiesas, contemplaban sus propios rostros vacíos y sin vida y prorrumpían en largos y desgarradores lamentos”
La silueta avanza. Poco a poco, la niebla comienza a replegarse y entonces ante sus ojos se forma un paisaje tosco. La silueta se halla en medio de un bosque, pero todos los árboles han sido cortados o arrancados de raíz, hasta donde alcanza a ver no hay más que agujeros en la tierra, aquí y allá, algunos troncos desnudos sobresalen como estacas, otros, retorcidos y quemados permanecen todavía humeantes. La silueta contempla en silencio y después sonríe.
Así eran las cosas antes.
De pronto una sensación desagradable le hace fruncir la boca. tiene arcadas, se arrodilla en la tierra y vomita un puñado de arena.
“Un barco semihundido al costado del río, casi oculto a la sombra de un sauce llorón, las maderas podridas y despintadas, en la popa apenas legible la palabra Cenit. Con los vaivenes de la marea se oye un rechinar de tablas húmedas que es el único sonido que trasciende hasta allá abajo, hasta el fondo turbio y fangoso, donde los que largo tiempo atrás se hundieron no han despertado todavía”
Todo es extraño por aquí. No le sorprende que le haya pasado eso. Con la mano revuelve en la arena y descubre un pequeñísimo objeto de metal. Lo hace dar vueltas entre sus dedos sin uñas y se lo acerca al rostro para soplarle los restos de arena. ¿Qué es? ¿Que es esto? Tiene la forma de una tijera diminuta. Pero la voz de su mente le dice que lo que sus ojos ven como una tijera es en realidad una llave. ¿Y que cosa es una llave?.
La silueta guarda el objeto y continúa caminando. Más adelante divisa un camino que serpentea colina abajo, tal vez si deja que sus pasos vayan sobre el camino, el camino se digne llevarle a alguna parte.
La niña tendría cinco o seis años, al principio había llorado cuando sus padres la dejaron ese fin de semana en casa de Tía, pero Tía había sabido convencerla con sus galletitas de coco y la promesa de bajar al pueblo a comprar unas telas para hacerle un vestido, (o un disfraz de princesa, con coronilla de flores incluido), y la tarde se había deslizado agradablemente. Ahora la niña jugaba en el patio de atrás, había descubierto que le fascinaba tirarle maíz a las gallinas y se había olvidado por completo de sus padres. Desde la cocina, Tía se asomaba de a ratos para vigilarla, aunque sabía que era una niña obediente y no se alejaría más allá de los límites de la propiedad. A su sobrina, los árboles le daban miedo, y por Cristo, que aunque no hubiera ninguna razón lógica, a ella también. Tía se limpió las manos en el delantal y entró de nuevo en la cocina.
La niña estuvo jugando un rato sin prestarle atención a nada que no fuera parte de su pequeño universo, hasta que sintió que alguien la llamaba por su nombre. Miró hacia los árboles esperando ver allí a otro niño, pero no vio nada. O mejor dicho, lo que vio, lo vio por el rabillo del ojo. ¿Qué es eso? Fue como si una mano callosa le acariciase la corteza cerebral. Un pánico repentino la paralizó.
Una sombra se desprendió de las demás sombras y se acercó a ella lentamente.
Era como un árbol seco y retorcido al que las brujas malas del bosque habían dotado de vida.
De su cuello colgaba algo horrible, y entonces, al verlo realmente de cerca, la niña recordó lo que la había echo gritar en sueños la noche anterior.
Cuando la silueta se acercó, la encontró desvanecida sobre el pasto. Entonces se agachó sobre ella, colocó sus manos sobre el pequeño cuello y apretó hasta dejarla sin vida.
Tía sintió un escalofrío, estaba soplando viento y tal vez no fuera buena idea que la niña se entretuviera tanto ahí afuera. Que rezongara si quería, ella le diría que por más que lo intentara, no iba a ser en su casa donde se pescara un resfrío.
Tía salió una vez más y ésta vez, la voz se le hizo piedra en la garganta.
Una silueta sin rostro sostenía en sus brazos a su sobrina muerta, que aún así tenía los ojos abiertos y se movía. Era como un títere. Un cuerpo vacío animado artificialmente.
Antes de caer de rodillas y perder el juicio, Tía vio que la silueta tenía un collar de pájaros muertos colgando del cuello.
La silueta pasó junto Tía y entró a la casa con la niña. Se dirigió a la sala, observó el recinto y sentó a la niña en una mecedora.
Luego arrimó una silla y se sentó frente a ella.
Y empezó a hacer preguntas.
“Dime Doll, ¿quien soy yo?”
“Todavía nadie…al igual que yo no soy nadie ahora, solo eres un eco preguntándome un nombre a través de mi carne muerta”
“Entonces dame ese nombre, ya que lo necesito para cobrar existencia”
“Tu nombre es Nanaboush o Demonio de polvo si prefieres. Pero esta no es mi respuesta sino la tuya, pues ya la traías contigo”
“¿Qué la traía conmigo dices? ¿Pero que significa ? No puedo recordarlo…’”
“Nanaboush eres tu mismo, y yo también lo soy ahora, hablándote desde éste cuerpo que no te pertenece”
“Doll, dime una cosa más…¿Por que somos esto?”
“A los no nacidos se los denomina así, deambulan por el limbo famélicos de orden y consistencia, son seres peligrosos porque buscan continuamente grietas y atajos para filtrarse en el mundo empírico y cobrar forma. Es difícil que alguno lo consiga, habitan en los sueños de los seres vivos sin ser producto de ellos. Cuando un Nanaboush trasciende las fronteras convierte en espectro a quien esté cerca y todo lo que un Nanaboush toca se transforma en olvido. Son creadores de fantasmas. Susurros. Huellas. Hojas secas”
“Entiendo. Pero entonces también somos fantasmas…”
“Si...también somos fantasmas”
La silueta emitió un sonido grave, una especie de gruñido, luego guardo silencio unos instantes.
“Gracias Doll, tu respuesta me ha llenado de tristeza. Ahora conozco la dimensión exacta de mi soledad. Vendrás conmigo”
“Iré contigo, ya no soy quien fui, sino lo que soy ahora. Soy carne de tu voluntad”
La silueta tomó el cadáver de la niña y lo depositó en el piso. Le acarició el cabello largo rato y después le murmuró unas palabras al oído. La niña asintió. El Nanaboush sacó de entre sus ropas una pequeña tijera y la depositó en las manos del Doll.
Salieron de la casa y bajaron por el camino en dirección al pueblo.
Un viento frío arrastró nubes oscuras desde el oeste, y a lo lejos, sobre las luces de las casas, un rumor de truenos comenzó a hablar en el mismo idioma que la noche.
El Nanaboush había entrado al mundo de los vivos.
teno.
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