Diez años recién que parecen solo días, o meses quizás, pero nunca tanto como dos lustros. Sin embargo esos lustros, lustraron tanto mis recuerdos que hoy están brillantes, relucientes, fresquitos como el aliento del viento de está mañana.
Se quedó mirando la ventana por varios minutos antes de levantarse de la cama. Podía decir que se enfermó ó se accidentó, podía eludir una entrevista como se elude cualquier compromiso, pero sabía que la cobardía no era su mejor aliada y que eludir una vez más sus declaraciones solo serviría para engordar mas esa bolsa negra que llevaba encima.
Se tomó un sorbo rápido de té, y se quemó la lengua, justo el gato estaba encima de sus pies, voló contra la puerta del horno y se fué corriendo al baño. Pobre bicho, desde que se murió Joaquín y echó a la mucama, las únicas caricias que recibía era cuando se estiraba cerca del sillón. Cecilia pensó que el gato tenía encuentros con el más allá y siempre se comunicaba con el espíritu de Joaquín, cuando tenía ese tipo de reacciones.
No vaciló más en sus cuestionamientos y se levantó con una urgencia moderada, cómo apurada sin apurarse, cómo tranquila hecha una pila de nervios y cómo tardando en buscar un vestido que ya había elegido. Sabía bien que afuera siempre había ojos que la acuchillaban, dedos índices que se metían en su cuerpo, rumores que escuchaba hasta en sueños.
Quiso estacionar el auto lejos para pensar un poco antes de hablar. Se encontraban con el periodista a las cinco, y eran las cuatro y medía, era temprano, si esperaba adentro se iba a poner más nerviosa de lo que estaba. Se sentó en un banco de una plaza enfrente del bar y mirando a una paloma, se acordó de la paloma de la paz, de Joaquín...que hoy era su enlace con la paz, y no porque esté en el cielo, pensaba que estaría durmiendo en algún horno, quemando su alma, y el diablo clavándole un tenedor en el cuello. Joaquín no era el típico viejito bueno, cómo todos creían, era un viejo horrible, era un hombre asqueroso, un ser despreciable en todo sentido. Con solo recordar esas manos arrugadas que me apretaban contra su cuerpo, su tos convulsiva, su aliento apestoso, su cuerpo desecho que emanaba tanta maldad y no solamente contra mí en esa casa, si no el gato y a veces la mucama cuando estaba de servicio.
Yo siempre estaba muy sola, salvo por kitty que me arañaba las medias ó por Carla que preparaba café. A Joaquín lo veía a veces y cada vez que sabía que venía mi cuerpo temblaba.
Con Carla, la mucama, llegamos a ser muy confidentes. Una vez buscando Kitty ví la luz prendida de su cuarto y entré a ver si el gato estaba ahí, pero, para mi sorpresa estaba Carla, con su ropa interior a medio vestir y me dijo – Sra. Por favor no vea por mi cuerpo, estoy en pelotas-, yo un poco desconcertada me fuí, sorprendida. Esa mujer tenía un cuerpo bellísimo, detrás de ese rostro desprovisto de belleza y bajo el uniforme de una simple mucama, había una hermosa mujer. Fui un par de veces más a buscar a kitty, por supuesto, antes escondía a la bola de pelos en algún placard.
Ella, en la segunda visita me esperaba semidesnuda, pero yo hacía que no me daba cuenta. A la tercer visita rozó mi cuerpo con su mano desgastada por el detergente y quien sabe que otros químicos, pero me hizo temblar, vibrar, besó mis labios, suave y, justo en ése instante apareció Joaquín. Con un rápido movimiento saqué de encima mío a la mucama y me fui despavorida.
Se escuchaba los gritos de Joaquín que me persiguieron hasta que me encerré en el cuarto. No salí hasta el anochecer y él ya no estaba, ó aunque sea eso delataba el silencio. Salí por la ventana y me fui a dormir a un hotel. Pensé toda la noche en Joaquín en sus manos, en su cuerpo, en su frío maltrato, ya no aguantaba más; lloré toda la noche y me desperté al mediodía. Ya un poco más calmada decidí pedirle simplemente el divorcio y dejar todo atrás en buenas formas. Sabía muchas cosas de Joaquín, sabía que podía ir preso si yo abría la boca, tenía todas las cartas a mi favor, y mi silencio valía mucho más que ése simple incidente.
Cuando volví, se escuchaba a kitty maullando, entré despacio y me preparé una taza de té. Había algunas moscas en el pasillo que daba al baño, fuí a ver que pasaba, y una alfombra liquida roja me daba la bienvenida: Joaquín yacía muerto en el baño, yo no sabía si escapar ó llamar a la policía ó seguir tomando mi té. Un remolino de imágenes se vino a mi cabeza, pero sólo había una sola cosa cierta, la pesadilla de Joaquín había terminado, pero... ¿ realmente había terminado?
Eran las 17:30, muy tarde, podía irse, podía escapar como escapó esa noche, despertar al otro día y tomarse un té. Sin embargo, el de saco gris seguro que no era, estaba muy tranquilo, si, aquel chico de pullover verde que mira la hora y me mira con una sonrisa, sí, mucho gusto Cecilia Sánchez de Bustamente a sus órdenes...
LaLa
21 de Julio de 2005.-
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