Se acostumbra decir y comparar las cantidades de amor que se prodigan y reparten entre los amantes, entre dos personas que piensan se saben todo y no se en conocen nada, y mucho menos como para medir quién ama más de los dos, en el caso de que se amen.

Porque es harto difícil encontrar que la coincidencia llegue a se supone tanto, o tan poco, depende desde dónde se mire. Se le escribe al amor y se le compara, se le marcan límites como si se tratara entonces de algo tangible y material, algo pesable.

La pregunta flota en el enamoradizo ambiente, ¿quíen ama más de los dos si se ama diferente? ¿Quién puede ponerle nombre y cantidades, distancias a lo que siente? Porque después de todo es más fácil saber lo que no se siente, que lo que se siente y en qué medida, a la cual siempre se le agrega un superlativo tierno.

Pero, después de todo... ¿Qué importancia tiene el quién ame más, si se tiene con quien echar competencias? Por lo menos competir en eso, con el ser amado es una suerte.