¡Corre! ¡Corre! ¡Corre! Te perseguían derechos de autor que violaste, te perseguían dos ogros empapados de heces (sí, como Gargantúa y Pantagruel), te perseguían dos cúpulas de hierro que de alcanzarte, te aplastan. ¡Corre! Te persiguen aun, dos o tres voces (ya no sé) gritando que eres padre otra vez, una turba de padres de famlilia aterrorizados por la cesantía, una comadrona, un pelícano.
Un paraguas, con su punta afilada, te corta el paso y tú, asustado, persigues a la paloma que se escapa de tus entrañas. ¡Allá va! Tómala, antes de que mueras, tómala y regocíjate con los cinco minutos que tienes para martirizarte por lo que has hecho. De aquí no sale y muy bien lo sabes.
El libro abierto de tu existencia había tomado por sorpresa el mundo exterior, internándote en cavilaciones de las que era mejor huir o llorar, no así enfrentar. Vaciaste tu alma en ello, y yo vacié la mía en esto.
¡Cuidado! Un abejorro peludo viene por venganza, te ataca, clava su cruz en tu frente e inyecta el veneno de la conciencia que antes habías escupido. No importa ya, ahora corre por tus venas.
Te tropiezas y caes de rodillas, como tienes a tus empleados. Caes a un lado, tu espalda se ladea, juega a ser gimnasta. Tus palmas apoyan el suelo, tocando miles de repugnantes insectos gigantes, cuál más grande, húmedo y pegajoso que el otro. Suben por tus piernas, saltan dentro de tu pantalón, se escabullen por los tejidos blandos y sí, acaparan tu interior, succionan de tí la vida y entiendes que es el veneno el que los llama, el que los atrae como faro, el que se cuela en tus feromonas y ellos captan, enajenados con el dulcísimo sabor de la presa aterrada. Miras con ojos exagerados el ataúd de patas y más patas que te encomienda a la ruina en segundos. Se cuelan a tus entrañas. Te atacan ahí; sí, ahí, donde tu cimiente espera la propagación de la especie, y te dejan eunuco, como primerísimo castigo por los males causados. Gritas, pataleas, lloras. Ya no puedes salir de en medio de las alimañas, son tu sombra y entero cuerpo, te carcomen por dentro, están en tus pulmones, estómago, corazón y cerebro. Eres uno de ellos.
Para cuando te das cuenta que tus manos son patas de las mismas de los insectos colegas, el desmayo se hace inminente y nunca vuelves a abrir los ojos.
Aun así, despiertas. |