La muerte acosaba los pasillos de sí misma,
los suspiros estremecidos, el fuego manipulaba.
El pelotero se humedecía, las lagrimas corrían,
el grito de un niño: punzante, ofuscado.
La muerte expiraba desconsolada.
No aceptaba a alguien con tal autocracia,
con su pelo blanco, su traje rojo,
La sangre cubría el siniestro odio.
La atmósfera se oscurecía, el humo acechaba.
Las puertas se cerraban, las salidas no existían.
La banda seguía tocando,
las canciones no sonaban.
Letras disueltas, la gente entumecida,
el exilio enarbolaba la tristeza de la vida.