“...Capaz te asustes de mi, te envuelvas en una caparazón en la que no me dejaras entrar....quizás por temor o prejuicios tontos. Uno no elige su destino y a mi... me lo marco el recato, por eso decidí alejarme de la inmoral sociedad romántica a los dieciséis años.
Nunca más voy a olvidar la necesidad terrenal que yo sentía, como cualquier mujer adolescente. Mi alma puritana me impedía reconocerlo, pero me moría por dentro.
Y cuando llego la oportunidad, acompañada de Sor Magdalena asistí a la primera fiesta de mi vida, viví la inaugural noche que no dormía antes de las ocho después de más de veinte años de convento. Me eleve por la chimenea y vi al mundo inclinarse a mis pies mientras yo...desde el cielo, manejaba a las ovejas humanas a mi antojo al grito de “Emen- Hetan”.
Aun hoy me parece ver las velludas manos del perverso demonio que me tocaba, sentía toda la presión de su cuerpo contra el mío. Y me volví adicta, enferma.
Todavía.....escucho los gritos de niños muertos, jóvenes torturadas y falsos fieles entonando un cántico macabro a un dios de oro.
Yo misma asesine a millones de criaturas bastardas, copule con todos los presentes y recuerdo que me ofrecí de altar, dejando que los demonios blasfemaran sobre mi cuerpo durante noches de luna llena.
Todo eso es ínfimo a la locura de manejar energía, ahí si me sentía verdaderamente poderosa. Con esa magia marcaron mi cuerpo con la marca de Lucifer y me entregaron un sapo al que debía cuidar, proteger y utilizar para causar estragos con mis enemigos.
Luego, a la mañana siguiente....oficiaba misa como Madre Superiora, encargada de las nuevas novicias que me tomaban como ejemplo.
Sigo recordando las penas de devotos que me confiaban sus tontos pecados con ojos lagrimosos y finalmente comulgaban de mí mano...
Veo en mis sueños la cara del monaguillo admirándome y me rió a carcajadas del cura cuando me dio un premio por mi cargo.
No creas que soy blasfema, no lo soy......pero si soy humana, y necesite descargar todo lo que llevaba en mí. Me condeno por como fui. Tu sociedad te permite lo que a mi se me fue negado.
Por eso de mi vida recuerdo sobre todo las danzas maléficas que me enseñaron el dulce placer del aquelarre...”
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