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La Justicia
A Hebel Sacomani
“ Una injuria queda sin reparar cuando
su justo castigo perjudica al vengador “.
Edgar Allan Poe.
La habitación está en penumbras, apenas puedo distinguir los rostros entre
los susurros. El médico está a mi lado pero no es a mí a quién le habla. Poco
a poco voy despertando de este sueño, casi una pesadilla.
Las sábanas me atrapan como babosas gigantescas. Puedo moverme y
extender mi mano hacia el médico que permanece a mi lado. Quiero decirle
algo, ya no recuerdo... Hago un tremendo esfuerzo. Me veo y veo a los otros.
Ya entiendo. Ahora debo esperar la Luz, la paz que la acompaña, los rostros
conocidos. ¿Porqué Inés no está llorando?
Todo se veía gris, sus labios, el cielo, la calle empedrada. Sus ojos que
alguna vez fueron verdes como el mar me miraban desde el fondo de las
cavernas abismales, fijamente empañados como esos cristales que estallan sin
desarmarse. Era una mirada sin sentimientos pero con ecos. La piel le
brillaba blanca de sudores fétidos. Los pocos pelos que quedaban de lo que
una vez fue una barba abundante aumentaban ese sabor a humedad y moho
que empezaba a invadirme abriéndose camino por mis fosas nasales. Cuando
mi mano rozó las sábanas mugrientas un profundo asco nació de mis
entrañas.
Una sombra se mueve a mi izquierda. No, no es una sombra, es una
aterciopelada membrana gris, sin rostro. Me roza. Estoy ahí en la cama.
Estoy aquí sobre la habitación. Se acerca, me envuelve. Inés no la detiene.
Ella se sienta en el silloncito de caoba y permanece con la mirada fija en la
ventana. El médico le da su más sentido pésame y se retira. Eso me lleva
hacia la negrura. Quiero gritar. Grito. Nadie me escucha. Las garras me
arrastran sobre lo desconocido. La calle empedrada se aleja como
desvaneciéndose. Tengo miedo. No encuentro la luz, no hay estrellas, no veo
la luna. No es el cielo ¿Por qué?
El médico me toca el hombro y mientras mira la calle empedrada me da su
más sentido pésame. No me alcanza. Abre la puerta, toma el maletín negro y
se pierde entre la niebla del amanecer. Me quedo sola con un sabor amargo,
ése que sale sin permiso cuando la muerte le gana a la venganza.
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Texto agregado el 15-09-2005, y leído por 122
visitantes. (1 voto)
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Lectores Opinan |
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15-09-2005 |
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Hay algo de atractivo en la fórmula, pero no llego a entender del todo lo que sucede, el cambio en quien cuenta la historia. Siendo que gusta Poe, vas por muy buen camino. CK CocinasKenia |
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15-09-2005 |
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5*!! harryhaller |
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